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Columnista - 4 febrero, 2019

Elegía veinte años sin mamá

“Mi papa se murió y tu hiciste sus veces, nos unistes a todos y llevaste las riendas pero ahora que te vas el alma se entristece, solo nos fortalecen tus acciones tan buenas, a diario por tu ausencia el dolor se me crece y la vida parece una mina de penas, mi madre fue mi […]

“Mi papa se murió y tu hiciste sus veces, nos unistes a todos y llevaste las riendas pero ahora que te vas el alma se entristece, solo nos fortalecen tus acciones tan buenas, a diario por tu ausencia el dolor se me crece y la vida parece una mina de penas, mi madre fue mi gran amiga amarla mas yo no pude, mi madre fue en la vida la prenda mas linda que tuve”.
El aparte transcrito preliminarmente corresponde a la canción titulada “Querida mamá” una elegía de Camilo Namen a su madre incluida en una producción especial con la voz de Poncho Zuleta y el Acordeón de Luchito Daza, vino a mi mente esa canción ante la primacía de la dolorosa realidad que este cuatro de febrero se cumplen los primeros veinte años desde aquel día que mi Diosito se llevó de mi lado a la reina mía, a mi vieja dejándome a mí con mis hermanos como testimonio de su paso por este mundo, y como prolongación de su existencia.
De mamá no heredamos ni bienes materiales ni apellidos de alto linaje sino los valores de la honestidad y el respeto, y la virtud del trabajo honrado, la vocación del servicio a los demás según sus consejos “sin que una mano sepa lo que hizo la otra” como ella lo hizo siempre, sin esperar nada a cambio, para agradar a Dios y no para complacer a los hombres, fue una visionaria que aprendió a trabajar desde niña cuando aprendió a hacer tabacos para vender con mi abuela por parte húmeda y se sentía orgullosa de su obra que para hacerla no necesito cemento ni ladrillo sino la compañía del padre inteligente y corajudo que escogió para nosotros para procrear y forjar personas útiles a sus semejantes, con la Divina Providencia en el corazón, capaces de sentir piedad por el dolor ajeno.
La madre que me parió afrontó muchas dificultades y las superó antes de irse todos los dolores que afligen el alma como la perdida temprana de tres de sus hermanos en la plenitud de su primavera. Entregó al que todo lo puede una hija muy niña y a su papá y su mamá cuando menos lo esperaba pero nunca perdió la fe, nunca se quejaba, vivía con el optimismo y la serenidad de quien esperaba una vida larga, fecunda y bendecida pero no le alcanzó porque los planes que le tenían en el cielo eran distintos, inaplazables e indelegables, se fue con sus manos vacías como vino a este mundo pero limpias, inmaculadas y laceradas por el trabajo honrado.
No es fácil acostumbrarse a las tristes realidades. Cuánto duele aceptar que habremos de vivir los días o años que nos quedan sin escuchar los consejos de su madre, sin recibir de la luz de sus ojos el caudal de energías que necesitamos en los momentos de angustia y desesperanzas, por eso en esta ocasión especial invocamos la ayuda de Jesús que es consuelo en las horas de dolor incisivo y de perennes ausencias para que nos mande el bálsamo de la resignación y a nuestra vieja le conceda el perdón de sus pecados para que abierta permanezca para ella la puerta bendita de la salvación y disfrute a plenitud de la luz eterna en los aposentos de Dios el depositario de la infinita ternura al que ella amó entrañablemente hasta cuando sus ojitos se cerraron para siempre. Son muchas las razones espirituales que nos permiten alimentar nuestra íntima convicción que la persona a quien un día prometí estudiar para ser rey se encuentra ya en el paraíso donde yace el eterno descanso de su alma a la espera de nuestro encuentro un día cuando así lo decida el altísimo y sé que así como ella a mí, debo hacerle mucha falta para que la sobe como le gustaba con el aire acondicionado de los pobres el Alcoholado del pingüino…”Quisiera abrazarla de nuevo, ¿dónde está? ¿Será que se ha ido hasta el cielo?…” Brisas de Navidad Omar Geles.

Por Luis Eduardo Acosta Medina

Columnista
4 febrero, 2019

Elegía veinte años sin mamá

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Eduardo Acosta Medina

“Mi papa se murió y tu hiciste sus veces, nos unistes a todos y llevaste las riendas pero ahora que te vas el alma se entristece, solo nos fortalecen tus acciones tan buenas, a diario por tu ausencia el dolor se me crece y la vida parece una mina de penas, mi madre fue mi […]


“Mi papa se murió y tu hiciste sus veces, nos unistes a todos y llevaste las riendas pero ahora que te vas el alma se entristece, solo nos fortalecen tus acciones tan buenas, a diario por tu ausencia el dolor se me crece y la vida parece una mina de penas, mi madre fue mi gran amiga amarla mas yo no pude, mi madre fue en la vida la prenda mas linda que tuve”.
El aparte transcrito preliminarmente corresponde a la canción titulada “Querida mamá” una elegía de Camilo Namen a su madre incluida en una producción especial con la voz de Poncho Zuleta y el Acordeón de Luchito Daza, vino a mi mente esa canción ante la primacía de la dolorosa realidad que este cuatro de febrero se cumplen los primeros veinte años desde aquel día que mi Diosito se llevó de mi lado a la reina mía, a mi vieja dejándome a mí con mis hermanos como testimonio de su paso por este mundo, y como prolongación de su existencia.
De mamá no heredamos ni bienes materiales ni apellidos de alto linaje sino los valores de la honestidad y el respeto, y la virtud del trabajo honrado, la vocación del servicio a los demás según sus consejos “sin que una mano sepa lo que hizo la otra” como ella lo hizo siempre, sin esperar nada a cambio, para agradar a Dios y no para complacer a los hombres, fue una visionaria que aprendió a trabajar desde niña cuando aprendió a hacer tabacos para vender con mi abuela por parte húmeda y se sentía orgullosa de su obra que para hacerla no necesito cemento ni ladrillo sino la compañía del padre inteligente y corajudo que escogió para nosotros para procrear y forjar personas útiles a sus semejantes, con la Divina Providencia en el corazón, capaces de sentir piedad por el dolor ajeno.
La madre que me parió afrontó muchas dificultades y las superó antes de irse todos los dolores que afligen el alma como la perdida temprana de tres de sus hermanos en la plenitud de su primavera. Entregó al que todo lo puede una hija muy niña y a su papá y su mamá cuando menos lo esperaba pero nunca perdió la fe, nunca se quejaba, vivía con el optimismo y la serenidad de quien esperaba una vida larga, fecunda y bendecida pero no le alcanzó porque los planes que le tenían en el cielo eran distintos, inaplazables e indelegables, se fue con sus manos vacías como vino a este mundo pero limpias, inmaculadas y laceradas por el trabajo honrado.
No es fácil acostumbrarse a las tristes realidades. Cuánto duele aceptar que habremos de vivir los días o años que nos quedan sin escuchar los consejos de su madre, sin recibir de la luz de sus ojos el caudal de energías que necesitamos en los momentos de angustia y desesperanzas, por eso en esta ocasión especial invocamos la ayuda de Jesús que es consuelo en las horas de dolor incisivo y de perennes ausencias para que nos mande el bálsamo de la resignación y a nuestra vieja le conceda el perdón de sus pecados para que abierta permanezca para ella la puerta bendita de la salvación y disfrute a plenitud de la luz eterna en los aposentos de Dios el depositario de la infinita ternura al que ella amó entrañablemente hasta cuando sus ojitos se cerraron para siempre. Son muchas las razones espirituales que nos permiten alimentar nuestra íntima convicción que la persona a quien un día prometí estudiar para ser rey se encuentra ya en el paraíso donde yace el eterno descanso de su alma a la espera de nuestro encuentro un día cuando así lo decida el altísimo y sé que así como ella a mí, debo hacerle mucha falta para que la sobe como le gustaba con el aire acondicionado de los pobres el Alcoholado del pingüino…”Quisiera abrazarla de nuevo, ¿dónde está? ¿Será que se ha ido hasta el cielo?…” Brisas de Navidad Omar Geles.

Por Luis Eduardo Acosta Medina