(Este escrito lo fue en el año de 2010 y quiero repetirlo pues el momento lo amerita. Son reflexiones sobre ese interesante tema. En un punto de vista) Hace ratos me inquieta establecer límites por lo menos aproximados entre dos conceptos que percibo diferentes: lo vallenato y el vallenato. Voy a tratar de […]
(Este escrito lo fue en el año de 2010 y quiero repetirlo pues el momento lo amerita. Son reflexiones sobre ese interesante tema. En un punto de vista)
Hace ratos me inquieta establecer límites por lo menos aproximados entre dos conceptos que percibo diferentes: lo vallenato y el vallenato. Voy a tratar de explicarme haciendo una advertencia previa y es que cuando me refiera a «lo vallenato», lo haré con ciertas orientaciones de tiempo y espacio, salvedades estas que pueden restringir, pero también llevar más allá y por ello no me puedo limitar únicamente a lo musical, pero admitiendo que es referente principal. Mi punto de partida fue la pregunta que me hice y de la cual derivaron varias inquietudes. Esta fue: ¿Por qué si el Festival Vallenato privilegia al acordeonero el éxito comercial es de los cantantes? Y esta otra derivada de esas canteras: ¿por qué, en general, los reyes vallenatos no tienen mayor éxito comercial? Y traté de darme respuestas identificando figuras, situaciones o valores que representen lo uno y lo otro, acogiendo un ícono que me sirviera para contrastar, al mayor de ellos: Rafael Escalona, y entonces me di cuenta que el maestro, por ejemplo, nunca usó el sombrero «vueltiao» tal vez porque lo percibía ajeno a «lo vallenato»; pero este sombrero es indiscutiblemente un símbolo de «el vallenato». De aquí resultará entonces una teoría y es que «el vallenato» es algo que, partiendo de «lo vallenato» se reforzó con valores exteriores para moldear «el vallenato» y que fue, entre otros factores, lo que le ayudó a alcanzar las alturas en que hoy anda. «Lo vallenato» es, entonces, el sabor local y «el vallenato» la proyección, modificada, muchas veces distorsionada y adaptada, de esos valores.
Otra cosa: el turismo que arriba a Valledupar en la época del Festival llega movido en gran parte por el espectáculo central que se brinda y que incluye entre otras algo de «lo vallenato» y mucho de «el vallenato». Es la gente que dos años después recuerda que escuchó cantar a Juan Luis Guerra y a Daddy Yankee pero no sabe cuál fue el Rey Vallenato de ese año. Ejemplo de lo primero lo es mi comadre Cármen Fadul, y excepción a lo segundo; Gabriela Febres Cordero. Aún más, me atrevo a precisar que los verdaderos conocedores y amantes de «lo vallenato», son minoría. Esos saben que por Valledupar, la ciudad, pasa el Río Guatapurí y no el Cesar.
Y en lo espacial sí que se nota la diferencia, pues el mapa de «lo vallenato» es más o menos preciso incluye por supuesto a Valledupar, Villanueva, San Juan del Cesar y demás poblaciones, pero el de «el vallenato» desborda las fronteras nacionales y toca a Monterrey en México y Miami (USA) y a cualquier bus de pasajeros en Bogotá o Bucaramanga. Cuando toco este tema planteo una discusión, un examen, pero el punto de partida es ese y pongo de ejemplo de «lo vallenato» a Andrés Becerra y de «el vallenato» a doña Marina Quintero, con su programa de música vallenata en Medellín. Hay una figura en la que convergen singularmente los dos conceptos: Consuelo Araujo es imagen cimera de «lo» pero fundadora de «el». Pero hay personas que solo son lo primero y otras lo segundo y sí que hay diferencias. Y para cerrar y trazar líneas claras en lo que quiero significar digo: Sony Music es «el vallenato», que no «lo vallenato». Una parranda vallenata de «lo» es en el patio de la casa o finca, con caja, guacharaca y acordeón y la otra parranda la de «el» es de las del tipo que brindan las empresas que lucran con el Festival.
(Este escrito lo fue en el año de 2010 y quiero repetirlo pues el momento lo amerita. Son reflexiones sobre ese interesante tema. En un punto de vista) Hace ratos me inquieta establecer límites por lo menos aproximados entre dos conceptos que percibo diferentes: lo vallenato y el vallenato. Voy a tratar de […]
(Este escrito lo fue en el año de 2010 y quiero repetirlo pues el momento lo amerita. Son reflexiones sobre ese interesante tema. En un punto de vista)
Hace ratos me inquieta establecer límites por lo menos aproximados entre dos conceptos que percibo diferentes: lo vallenato y el vallenato. Voy a tratar de explicarme haciendo una advertencia previa y es que cuando me refiera a «lo vallenato», lo haré con ciertas orientaciones de tiempo y espacio, salvedades estas que pueden restringir, pero también llevar más allá y por ello no me puedo limitar únicamente a lo musical, pero admitiendo que es referente principal. Mi punto de partida fue la pregunta que me hice y de la cual derivaron varias inquietudes. Esta fue: ¿Por qué si el Festival Vallenato privilegia al acordeonero el éxito comercial es de los cantantes? Y esta otra derivada de esas canteras: ¿por qué, en general, los reyes vallenatos no tienen mayor éxito comercial? Y traté de darme respuestas identificando figuras, situaciones o valores que representen lo uno y lo otro, acogiendo un ícono que me sirviera para contrastar, al mayor de ellos: Rafael Escalona, y entonces me di cuenta que el maestro, por ejemplo, nunca usó el sombrero «vueltiao» tal vez porque lo percibía ajeno a «lo vallenato»; pero este sombrero es indiscutiblemente un símbolo de «el vallenato». De aquí resultará entonces una teoría y es que «el vallenato» es algo que, partiendo de «lo vallenato» se reforzó con valores exteriores para moldear «el vallenato» y que fue, entre otros factores, lo que le ayudó a alcanzar las alturas en que hoy anda. «Lo vallenato» es, entonces, el sabor local y «el vallenato» la proyección, modificada, muchas veces distorsionada y adaptada, de esos valores.
Otra cosa: el turismo que arriba a Valledupar en la época del Festival llega movido en gran parte por el espectáculo central que se brinda y que incluye entre otras algo de «lo vallenato» y mucho de «el vallenato». Es la gente que dos años después recuerda que escuchó cantar a Juan Luis Guerra y a Daddy Yankee pero no sabe cuál fue el Rey Vallenato de ese año. Ejemplo de lo primero lo es mi comadre Cármen Fadul, y excepción a lo segundo; Gabriela Febres Cordero. Aún más, me atrevo a precisar que los verdaderos conocedores y amantes de «lo vallenato», son minoría. Esos saben que por Valledupar, la ciudad, pasa el Río Guatapurí y no el Cesar.
Y en lo espacial sí que se nota la diferencia, pues el mapa de «lo vallenato» es más o menos preciso incluye por supuesto a Valledupar, Villanueva, San Juan del Cesar y demás poblaciones, pero el de «el vallenato» desborda las fronteras nacionales y toca a Monterrey en México y Miami (USA) y a cualquier bus de pasajeros en Bogotá o Bucaramanga. Cuando toco este tema planteo una discusión, un examen, pero el punto de partida es ese y pongo de ejemplo de «lo vallenato» a Andrés Becerra y de «el vallenato» a doña Marina Quintero, con su programa de música vallenata en Medellín. Hay una figura en la que convergen singularmente los dos conceptos: Consuelo Araujo es imagen cimera de «lo» pero fundadora de «el». Pero hay personas que solo son lo primero y otras lo segundo y sí que hay diferencias. Y para cerrar y trazar líneas claras en lo que quiero significar digo: Sony Music es «el vallenato», que no «lo vallenato». Una parranda vallenata de «lo» es en el patio de la casa o finca, con caja, guacharaca y acordeón y la otra parranda la de «el» es de las del tipo que brindan las empresas que lucran con el Festival.