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Columnista - 7 septiembre, 2014

El tiempo lo dirá

La época en la que vivimos tiene como características propias muchos elementos que le hacen peculiar en el concierto de la historia. Está marcada, por ejemplo, por veloces cambios y la sucesión vertiginosa de los acontecimientos; jalonada por los avances y desarrollos en el campo de las tecnologías informáticas y comunicacionales; empujada hacia el infinito […]

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La época en la que vivimos tiene como características propias muchos elementos que le hacen peculiar en el concierto de la historia. Está marcada, por ejemplo, por veloces cambios y la sucesión vertiginosa de los acontecimientos; jalonada por los avances y desarrollos en el campo de las tecnologías informáticas y comunicacionales; empujada hacia el infinito por el concepto de la globalización; estrenando cada día una nueva concepción de producción y de comercio, en fin. Nuestro mundo actual está lejos de parecerse a aquellos años tranquilos, transcurridos en la quietud del campo, de los que aún se acuerdan algunos abuelos.
Pero junto a los rasgos políticos, económicos, comerciales, sociales, religiosos, culturales, etc., se sitúan en un nivel de no menos importancia los rasgos morales de nuestro momento histórico: el relativismo y la primacía del bien personal por encima del comunitario son transpirados por personas e instituciones. Nos guste o no, esa es la realidad.
Me parece escuchar ya las protestas de quienes reclaman que no debe incluirse a todos en un solo batido. Tienen razón, también yo soy un romántico convencido de que en algún rincón de la tierra o del corazón humano prima el bienestar común por encima de los mezquinos intereses de favorecer a los amigos o favorecerse a sí mismo. Tal vez piense con el deseo, pero considero posible que aún existan gobernantes más preocupados por crear y desarrollar políticas públicas efectivas que mejoren la calidad de vida de sus gobernados, que por asegurar una buena “tajada” para cuando el poder y las prebendas de las instituciones paras que fueron elegidos ya no estén de su parte.
Tal vez sea una esperanza tonta, pero pienso que en algunos corazones existe aún el deseo de la verdadera paz, cimentada sobre la justicia verdadera y no simplemente un remedo político que pretende dejar como héroes a quienes todo el tiempo han sido villanos. Mi ilusión llega al punto de arrancarme de la realidad y hacerme creer que los derechos de todos son respetados, no sobre la base de un relativismo absoluto en el que cada quien puede hacer lo que se le antoje, sino como garantía de un desarrollo social verdadero.
Estoy plenamente convencido de que aún queda en el corazón humano el eco lejano de la bondad que debería caracterizarnos. Tal vez algún día la libertad se abra paso en la intrincada manigua de las individualidades egoístas. Tal vez un día, al ver errar a un semejante, dejemos de lado la indiferencia y, con nuestras palabras y ejemplos, le conduzcamos de regreso al buen camino. Tal vez estas líneas no serán más que la tenue voz, jamás atendida, de un individuo sin nombre, o tal vez la inspiración o el apoyo de quienes también buscan un mundo mejor. El tiempo lo dirá.
Post Scriptum: El Evangelio de la Misa de hoy es una invitación a salir de nuestros egoísmos y preocuparnos por los demás. Muy cerca de cada uno de nosotros hay semejantes que necesitan una corrección, una voz de alerta, una mano amiga que les ayude a levantarse y a enderezar el camino. Si cada quien se preocupa sólo de sí, ¿qué fin les espera a la humanidad? Feliz domingo.

Columnista
7 septiembre, 2014

El tiempo lo dirá

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

La época en la que vivimos tiene como características propias muchos elementos que le hacen peculiar en el concierto de la historia. Está marcada, por ejemplo, por veloces cambios y la sucesión vertiginosa de los acontecimientos; jalonada por los avances y desarrollos en el campo de las tecnologías informáticas y comunicacionales; empujada hacia el infinito […]


La época en la que vivimos tiene como características propias muchos elementos que le hacen peculiar en el concierto de la historia. Está marcada, por ejemplo, por veloces cambios y la sucesión vertiginosa de los acontecimientos; jalonada por los avances y desarrollos en el campo de las tecnologías informáticas y comunicacionales; empujada hacia el infinito por el concepto de la globalización; estrenando cada día una nueva concepción de producción y de comercio, en fin. Nuestro mundo actual está lejos de parecerse a aquellos años tranquilos, transcurridos en la quietud del campo, de los que aún se acuerdan algunos abuelos.
Pero junto a los rasgos políticos, económicos, comerciales, sociales, religiosos, culturales, etc., se sitúan en un nivel de no menos importancia los rasgos morales de nuestro momento histórico: el relativismo y la primacía del bien personal por encima del comunitario son transpirados por personas e instituciones. Nos guste o no, esa es la realidad.
Me parece escuchar ya las protestas de quienes reclaman que no debe incluirse a todos en un solo batido. Tienen razón, también yo soy un romántico convencido de que en algún rincón de la tierra o del corazón humano prima el bienestar común por encima de los mezquinos intereses de favorecer a los amigos o favorecerse a sí mismo. Tal vez piense con el deseo, pero considero posible que aún existan gobernantes más preocupados por crear y desarrollar políticas públicas efectivas que mejoren la calidad de vida de sus gobernados, que por asegurar una buena “tajada” para cuando el poder y las prebendas de las instituciones paras que fueron elegidos ya no estén de su parte.
Tal vez sea una esperanza tonta, pero pienso que en algunos corazones existe aún el deseo de la verdadera paz, cimentada sobre la justicia verdadera y no simplemente un remedo político que pretende dejar como héroes a quienes todo el tiempo han sido villanos. Mi ilusión llega al punto de arrancarme de la realidad y hacerme creer que los derechos de todos son respetados, no sobre la base de un relativismo absoluto en el que cada quien puede hacer lo que se le antoje, sino como garantía de un desarrollo social verdadero.
Estoy plenamente convencido de que aún queda en el corazón humano el eco lejano de la bondad que debería caracterizarnos. Tal vez algún día la libertad se abra paso en la intrincada manigua de las individualidades egoístas. Tal vez un día, al ver errar a un semejante, dejemos de lado la indiferencia y, con nuestras palabras y ejemplos, le conduzcamos de regreso al buen camino. Tal vez estas líneas no serán más que la tenue voz, jamás atendida, de un individuo sin nombre, o tal vez la inspiración o el apoyo de quienes también buscan un mundo mejor. El tiempo lo dirá.
Post Scriptum: El Evangelio de la Misa de hoy es una invitación a salir de nuestros egoísmos y preocuparnos por los demás. Muy cerca de cada uno de nosotros hay semejantes que necesitan una corrección, una voz de alerta, una mano amiga que les ayude a levantarse y a enderezar el camino. Si cada quien se preocupa sólo de sí, ¿qué fin les espera a la humanidad? Feliz domingo.