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Columnista - 20 febrero, 2016

El teatro de la resistencia

Rafael Alberto Moreno es un vallenato de mediana estatura, cabeza rapada y hablar suave (suelta cada palabra con cuidado pero no deja de ser espontaneo) que estudió Ingeniería Ambiental y Sanitaria en la Universidad Popular del Cesar, pero que hace algún tiempo decidió, sin importarle las amenazas de supervivencia que suele hacer el arte, dedicarse […]

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Rafael Alberto Moreno es un vallenato de mediana estatura, cabeza rapada y hablar suave (suelta cada palabra con cuidado pero no deja de ser espontaneo) que estudió Ingeniería Ambiental y Sanitaria en la Universidad Popular del Cesar, pero que hace algún tiempo decidió, sin importarle las amenazas de supervivencia que suele hacer el arte, dedicarse por completo a su gran pasión: el teatro.

Hace parte de Maderos Teatros, un grupo de teatreros que es más valorado en el resto de Colombia que en Valledupar: varios han sido los premios nacionales que ha conseguido. Rafael es esencialmente un actor, sin embargo, la antipatía de la administración pública y muchas personas de la ciudad frente a las expresiones artísticas que son diferentes a la música vallenata, lo han convertido, a su vez, en un gestor cultural, pues para poder hacer su trabajo ha tenido que sortear con sus compañeros de lucha, todo tipo de adversidades económicas y de infraestructura: sobra anotar que pocas personas y entidades, ajenas a ellos, les han ofrecido una mano.

—Varios maestros del teatro que conocimos en festivales nacionales —dice Rafael con una modestia que no es fingida—, coincidían en expresar que nosotros teníamos madera, como sugiriendo que prometíamos mucho. De ahí y de un juego con los nombres de los integrantes del colectivo, sacamos el rotulo de Maderos.

Rafael vive con su esposa (quien también es actriz del grupo) y su pequeña hija en el centro histórico, en una vieja casa de fachada rutilante que está frente a EL PILÓN. Allí también funciona la sala de teatro de Maderos, un espacio asombroso que abrió el colectivo para mostrar sus obras y que ha tenido una buena acogida, a pesar de que en Valledupar todavía muchos no saben que existe.

—Todos los miembros de Maderos aportamos esfuerzo y plata para montar la sala de teatro. Yo incluso metí en este proyecto unos ahorros que tenía para dar la cuota inicial de una casa —dice Rafael con los ojos resplandecientes, hace una pausa y añade sonriendo—: Si mi esposa no hubiera sido actriz, seguramente me hubiera dejado, pero ahora ella, nuestra hija y yo vivimos contentos, pues nuestra casa es un teatro.

Sí, Rafael y sus amigos de Maderos, con menos dinero que ganas, hicieron lo que ni a los alcaldes ni a los gobernadores se le ha ocurrido hacer: un teatro. Un escenario cautivador, conmovedor, alucinante, en el que se han presentado obras del grupo: Roja canción de cuna para Humberto, El médico a palos, La muerte del personaje… pero también obras de otros teatreros de la ciudad: La rezandera, Los ciegos… e incluso colectivos extranjeros: Finalis Terra (Chile) y Bistoury Physical Theatre And Film (Miami).

—Maderos Teatros es un acto de oposición —manifiesta Rafael de manera contundente.

Este teatro, además de ser la vivienda de Rafael y los suyos, funciona como una residencia artística, un servicio -aclara nuestro personaje- que por ley debería prestar el Estado. En Agosto de 2015, precisamente, Antonio Caro, un maestro del arte conceptual en Latinoamérica, quien estaba en Venezuela, escuchó hablar de Maderos Teatros y decidió venir a conocer. Llegó para la temporada de Pullus. En la noche presenció la obra y preguntó cómo financiaban el teatro y los muchachos le respondieron que con recursos propios. A continuación, pensativo y sin indagar más, colgó una hamaca y se dispuso a dormir. Al día siguiente, cuando se acercó a desayunar, encontró al grupo en el comedor, dio los respectivos buenos días, se sentó y, antes de darle el primer sorbo al café con leche, dijo con algo de enojo:

—Esta es una labor del hijueputa alcalde.

Columnista
20 febrero, 2016

El teatro de la resistencia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Cesar Silva

Rafael Alberto Moreno es un vallenato de mediana estatura, cabeza rapada y hablar suave (suelta cada palabra con cuidado pero no deja de ser espontaneo) que estudió Ingeniería Ambiental y Sanitaria en la Universidad Popular del Cesar, pero que hace algún tiempo decidió, sin importarle las amenazas de supervivencia que suele hacer el arte, dedicarse […]


Rafael Alberto Moreno es un vallenato de mediana estatura, cabeza rapada y hablar suave (suelta cada palabra con cuidado pero no deja de ser espontaneo) que estudió Ingeniería Ambiental y Sanitaria en la Universidad Popular del Cesar, pero que hace algún tiempo decidió, sin importarle las amenazas de supervivencia que suele hacer el arte, dedicarse por completo a su gran pasión: el teatro.

Hace parte de Maderos Teatros, un grupo de teatreros que es más valorado en el resto de Colombia que en Valledupar: varios han sido los premios nacionales que ha conseguido. Rafael es esencialmente un actor, sin embargo, la antipatía de la administración pública y muchas personas de la ciudad frente a las expresiones artísticas que son diferentes a la música vallenata, lo han convertido, a su vez, en un gestor cultural, pues para poder hacer su trabajo ha tenido que sortear con sus compañeros de lucha, todo tipo de adversidades económicas y de infraestructura: sobra anotar que pocas personas y entidades, ajenas a ellos, les han ofrecido una mano.

—Varios maestros del teatro que conocimos en festivales nacionales —dice Rafael con una modestia que no es fingida—, coincidían en expresar que nosotros teníamos madera, como sugiriendo que prometíamos mucho. De ahí y de un juego con los nombres de los integrantes del colectivo, sacamos el rotulo de Maderos.

Rafael vive con su esposa (quien también es actriz del grupo) y su pequeña hija en el centro histórico, en una vieja casa de fachada rutilante que está frente a EL PILÓN. Allí también funciona la sala de teatro de Maderos, un espacio asombroso que abrió el colectivo para mostrar sus obras y que ha tenido una buena acogida, a pesar de que en Valledupar todavía muchos no saben que existe.

—Todos los miembros de Maderos aportamos esfuerzo y plata para montar la sala de teatro. Yo incluso metí en este proyecto unos ahorros que tenía para dar la cuota inicial de una casa —dice Rafael con los ojos resplandecientes, hace una pausa y añade sonriendo—: Si mi esposa no hubiera sido actriz, seguramente me hubiera dejado, pero ahora ella, nuestra hija y yo vivimos contentos, pues nuestra casa es un teatro.

Sí, Rafael y sus amigos de Maderos, con menos dinero que ganas, hicieron lo que ni a los alcaldes ni a los gobernadores se le ha ocurrido hacer: un teatro. Un escenario cautivador, conmovedor, alucinante, en el que se han presentado obras del grupo: Roja canción de cuna para Humberto, El médico a palos, La muerte del personaje… pero también obras de otros teatreros de la ciudad: La rezandera, Los ciegos… e incluso colectivos extranjeros: Finalis Terra (Chile) y Bistoury Physical Theatre And Film (Miami).

—Maderos Teatros es un acto de oposición —manifiesta Rafael de manera contundente.

Este teatro, además de ser la vivienda de Rafael y los suyos, funciona como una residencia artística, un servicio -aclara nuestro personaje- que por ley debería prestar el Estado. En Agosto de 2015, precisamente, Antonio Caro, un maestro del arte conceptual en Latinoamérica, quien estaba en Venezuela, escuchó hablar de Maderos Teatros y decidió venir a conocer. Llegó para la temporada de Pullus. En la noche presenció la obra y preguntó cómo financiaban el teatro y los muchachos le respondieron que con recursos propios. A continuación, pensativo y sin indagar más, colgó una hamaca y se dispuso a dormir. Al día siguiente, cuando se acercó a desayunar, encontró al grupo en el comedor, dio los respectivos buenos días, se sentó y, antes de darle el primer sorbo al café con leche, dijo con algo de enojo:

—Esta es una labor del hijueputa alcalde.