El día de ayer se presentó el más extraño terremoto del siglo XXI, cuando millones de personas se vieron afectadas de alguna forma con la interrupción por casi 8 horas del gigante digital Facebook y sus plataformas Instagram y WhatsApp. La dependencia de las comunicaciones, fruto de la moderna conectividad, se hizo más evidente y […]
El día de ayer se presentó el más extraño terremoto del siglo XXI, cuando millones de personas se vieron afectadas de alguna forma con la interrupción por casi 8 horas del gigante digital Facebook y sus plataformas Instagram y WhatsApp. La dependencia de las comunicaciones, fruto de la moderna conectividad, se hizo más evidente y necesaria con la pandemia. Esta situación, que representó la mayor crisis global de salud, confinamiento y aislamiento, hizo necesario el uso intensivo de las nuevas herramientas.
Casi que quedó claro que una manifestación del atraso y de la pobreza de una sociedad, ciudad, pueblo o vereda, estaba determinado por su acceso al internet y a las redes sociales. En ese sentido, la costa Caribe, y especialmente las tierras y poblados de sus riberas del interior, exhibió niveles de baja virtualidad. Sin embargo, la presión de la demanda por los servicios no ha bajado, y hasta los grandes escándalos de corrupción y fraude a la ciudadanía ya no se dan solo por la construcción de obras civiles, también por billonarias licitaciones para llevar ese acceso de redes inalámbricas a territorios pobres y distanciados de las áreas metropolitanas.
Pero que las redes sociales más masivas, que maneja el grupo Facebook, dejaran de operar pone al descubierto la vulnerabilidad de todos nosotros, en el trabajo, los negocios y transacciones, el entretenimiento, el ocio, la información de los hechos, la interacción personal y familiar, la participación social y la cultura. Y un aspecto crucial, el de la formación y la educación. Cuántos jóvenes y maestros aun volviendo a la presencialidad no se han acostumbrado a través de esas redes a desarrollar sus tareas y reportes.
La red no colapsó totalmente, el internet funcionó y otros grupos, como Alphabet Inc, el propietario de Google, y su filial YouTube, se mantuvieron activos y en general los correos electrónicos, las herramientas de reuniones grupales o los sistemas de comunicación de mensajes de texto, SMS. Y competidoras del WhatsApp, como Telegram o Signal, empezaron a promoverse más. La red Twitter estuvo activa.
La página-portal web de EL PILÓN estuvo como una de las más visitadas en la costa.
El daño fue inmenso y pone de presente la necesidad del respaldo (back up), la seguridad digital (la cyberseguridad), de las empresas y de las personas, hoy expuestas a uso abusivo de los datos, a la manipulación de los algoritmos o a la guerra que países y organizaciones dentro de ellos, convertidos en piratas informáticos, hacen del internet y de programas digitalizados de operaciones de sistemas físicos, como sistemas de transporte, de oleoductos – en Estados Unidos se produjo la parálisis de suministro de combustibles en varios estados por un ataque informático intencionado.
Estamos asistiendo a un mundo más automatizado, que uno creería más controlado y predecible, pero en el fondo más frágil, con alta incertidumbre. No hay campo al que no se extienda, un ribete es la manipulación de la información y su uso en la política.
Solo nos resta recomendar: hay que tener planes de contingencia alternativos.
El día de ayer se presentó el más extraño terremoto del siglo XXI, cuando millones de personas se vieron afectadas de alguna forma con la interrupción por casi 8 horas del gigante digital Facebook y sus plataformas Instagram y WhatsApp. La dependencia de las comunicaciones, fruto de la moderna conectividad, se hizo más evidente y […]
El día de ayer se presentó el más extraño terremoto del siglo XXI, cuando millones de personas se vieron afectadas de alguna forma con la interrupción por casi 8 horas del gigante digital Facebook y sus plataformas Instagram y WhatsApp. La dependencia de las comunicaciones, fruto de la moderna conectividad, se hizo más evidente y necesaria con la pandemia. Esta situación, que representó la mayor crisis global de salud, confinamiento y aislamiento, hizo necesario el uso intensivo de las nuevas herramientas.
Casi que quedó claro que una manifestación del atraso y de la pobreza de una sociedad, ciudad, pueblo o vereda, estaba determinado por su acceso al internet y a las redes sociales. En ese sentido, la costa Caribe, y especialmente las tierras y poblados de sus riberas del interior, exhibió niveles de baja virtualidad. Sin embargo, la presión de la demanda por los servicios no ha bajado, y hasta los grandes escándalos de corrupción y fraude a la ciudadanía ya no se dan solo por la construcción de obras civiles, también por billonarias licitaciones para llevar ese acceso de redes inalámbricas a territorios pobres y distanciados de las áreas metropolitanas.
Pero que las redes sociales más masivas, que maneja el grupo Facebook, dejaran de operar pone al descubierto la vulnerabilidad de todos nosotros, en el trabajo, los negocios y transacciones, el entretenimiento, el ocio, la información de los hechos, la interacción personal y familiar, la participación social y la cultura. Y un aspecto crucial, el de la formación y la educación. Cuántos jóvenes y maestros aun volviendo a la presencialidad no se han acostumbrado a través de esas redes a desarrollar sus tareas y reportes.
La red no colapsó totalmente, el internet funcionó y otros grupos, como Alphabet Inc, el propietario de Google, y su filial YouTube, se mantuvieron activos y en general los correos electrónicos, las herramientas de reuniones grupales o los sistemas de comunicación de mensajes de texto, SMS. Y competidoras del WhatsApp, como Telegram o Signal, empezaron a promoverse más. La red Twitter estuvo activa.
La página-portal web de EL PILÓN estuvo como una de las más visitadas en la costa.
El daño fue inmenso y pone de presente la necesidad del respaldo (back up), la seguridad digital (la cyberseguridad), de las empresas y de las personas, hoy expuestas a uso abusivo de los datos, a la manipulación de los algoritmos o a la guerra que países y organizaciones dentro de ellos, convertidos en piratas informáticos, hacen del internet y de programas digitalizados de operaciones de sistemas físicos, como sistemas de transporte, de oleoductos – en Estados Unidos se produjo la parálisis de suministro de combustibles en varios estados por un ataque informático intencionado.
Estamos asistiendo a un mundo más automatizado, que uno creería más controlado y predecible, pero en el fondo más frágil, con alta incertidumbre. No hay campo al que no se extienda, un ribete es la manipulación de la información y su uso en la política.
Solo nos resta recomendar: hay que tener planes de contingencia alternativos.