La política, dicen, es el arte de lo posible, aunque en Colombia parece aplicar poco ese postulado, pues los procesos burocráticos y las decisiones gubernamentales se desenvuelven en un laberinto de contradicciones.
La política, dicen, es el arte de lo posible, aunque en Colombia parece aplicar poco ese postulado, pues los procesos burocráticos y las decisiones gubernamentales se desenvuelven en un laberinto de contradicciones, en un laberinto donde la ideología suele chocar abruptamente con la realidad, y nada se hace para armonizarla.
En el último acto de una tragicomedia política, el gobierno ha jugado con la confianza de los congresistas, del pueblo del Cesar y de los pueblos del Valle de Upar, al utilizar el añorado embalse de Los Besotes como moneda de cambio en una partida de ajedrez en la que, por desgracia, todos perdemos.
El embalse de Los Besotes es una promesa pendiente hace más de 70 años; como quien dice, es la sombra de un sueño que se cierne sobre la Sierra Nevada de Santa Marta. Es una infraestructura que garantizaría el suministro de agua en los años venideros, una promesa de vida y desarrollo. Sin embargo, como ya había mencionado hace casi 2 meses en una columna previa, el gobierno decidió, sin previa consulta con las comunidades afectadas, ni con las autoridades territoriales, y sin una reflexión colectiva sobre las necesidades del entorno, incluir esta tierra dentro de las nuevas fronteras del Parque Natural Sierra Nevada de Santa Marta. Con esta medida, las 172.000 hectáreas en cuestión se convierten en territorio intocable. Un despojo.
La ampliación del parque, que en principio podría parecer una victoria para la naturaleza y para las comunidades indígenas, se revela como un golpe bajo y letal para los pueblos de abajo, tributarios de las aguas que caen de los macizos de la Sierra Nevada de Santa Marta. Desde luego, este golpe certero nos dejó noqueados, para utilizar un término del boxeo, pero no muertos. A la ministra Muhamad, bien podríamos increpar con famosos versos atribuidos a José Zorrilla: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.
Durante las discusiones para la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo, hubo señales de vida. Los congresistas del Cesar lograron – inaudito, pero cierto – que el proyecto del embalse Los Besotes se incluyera en el Plan Plurianual de Inversiones como un proyecto estratégico. Los congresistas del Cesar, con el corazón y la esperanza puestas en garantizar el servicio de agua en Valledupar en los años venideros, celebraron eufóricos. Pero ¿qué celebran?
A decir verdad, este hito, más que una victoria, parecería un saludo a la bandera, un hito sin efecto. La cuestión es simple: el Plan Nacional de Desarrollo es ley de la República, sí, además importantísima porque es el eje sobre el cual gira la operatividad cuatrienal del gobierno. Pero siempre un pero: resulta que la protección que ahora cubre esa área está señalada por la constitución, en su artículo 63. Y la constitución, como bien sabemos, se impone a cualquier otra norma de rango inferior, por suerte que la inclusión del proyecto Besotes en el PND parecería un artilugio sin valor, como letra muerta.
Un paréntesis. Contrasta este regocijo de los congresistas con la ‘petrificación’ al notificárseles la petición que sectores de la sociedad le hicieron a la ministra Muhamad por semejante exabrupto y, para que, consecuentes con el pueblo vallenato, le hicieran un debate de control político. Pero ni mu. Brillaron por su silencio cuando se les paga para parlar.
Vea usted, cabecita loca. Ese artilugio incorporado en el PND, más temprano que tarde, puede revestir valor incalculable, a condición de que la sociedad civil persista con tenacidad en su lucha de lograr por vía judicial (tutelas y nulidad) tumbar el esperpento del Minambiente, requisito sine qua non para posibilitar cualquier infraestructura dentro del área de protección.
Y todo puede ocurrir en la viña del Señor. Recordemos que la lucha es por el agua, es decir, por la vida. El agua, siempre el agua. Esta constante lucha que se agudiza con el paso del tiempo y que nos enfrenta como sociedad; este proyecto con décadas de historia y que hoy parece desvanecerse por deslealtad del propio gobierno, pero sobre todo por la falta de grandeza de la miope dirigencia cesarense, saldrá adelante. Valledupar no puede morir sedienta con el agua al cuello.
Ahora la lucha por recuperar el embalse de Los Besotes no es simplemente una cuestión de desarrollo de infraestructuras. Es una cuestión de confianza en el gobierno, de respeto a las comunidades locales y de garantizar un futuro sostenible para Valledupar. Y es una lucha que debe ser emprendida con urgencia, antes de que la promesa del embalse se convierta en nada más que un recuerdo de lo que pudo haber sido.
Soy optimista. Como decían los abuelos, “se han visto muchos muertos cargando su propio cajón”.
Por Camilo Quiroz H.
La política, dicen, es el arte de lo posible, aunque en Colombia parece aplicar poco ese postulado, pues los procesos burocráticos y las decisiones gubernamentales se desenvuelven en un laberinto de contradicciones.
La política, dicen, es el arte de lo posible, aunque en Colombia parece aplicar poco ese postulado, pues los procesos burocráticos y las decisiones gubernamentales se desenvuelven en un laberinto de contradicciones, en un laberinto donde la ideología suele chocar abruptamente con la realidad, y nada se hace para armonizarla.
En el último acto de una tragicomedia política, el gobierno ha jugado con la confianza de los congresistas, del pueblo del Cesar y de los pueblos del Valle de Upar, al utilizar el añorado embalse de Los Besotes como moneda de cambio en una partida de ajedrez en la que, por desgracia, todos perdemos.
El embalse de Los Besotes es una promesa pendiente hace más de 70 años; como quien dice, es la sombra de un sueño que se cierne sobre la Sierra Nevada de Santa Marta. Es una infraestructura que garantizaría el suministro de agua en los años venideros, una promesa de vida y desarrollo. Sin embargo, como ya había mencionado hace casi 2 meses en una columna previa, el gobierno decidió, sin previa consulta con las comunidades afectadas, ni con las autoridades territoriales, y sin una reflexión colectiva sobre las necesidades del entorno, incluir esta tierra dentro de las nuevas fronteras del Parque Natural Sierra Nevada de Santa Marta. Con esta medida, las 172.000 hectáreas en cuestión se convierten en territorio intocable. Un despojo.
La ampliación del parque, que en principio podría parecer una victoria para la naturaleza y para las comunidades indígenas, se revela como un golpe bajo y letal para los pueblos de abajo, tributarios de las aguas que caen de los macizos de la Sierra Nevada de Santa Marta. Desde luego, este golpe certero nos dejó noqueados, para utilizar un término del boxeo, pero no muertos. A la ministra Muhamad, bien podríamos increpar con famosos versos atribuidos a José Zorrilla: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.
Durante las discusiones para la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo, hubo señales de vida. Los congresistas del Cesar lograron – inaudito, pero cierto – que el proyecto del embalse Los Besotes se incluyera en el Plan Plurianual de Inversiones como un proyecto estratégico. Los congresistas del Cesar, con el corazón y la esperanza puestas en garantizar el servicio de agua en Valledupar en los años venideros, celebraron eufóricos. Pero ¿qué celebran?
A decir verdad, este hito, más que una victoria, parecería un saludo a la bandera, un hito sin efecto. La cuestión es simple: el Plan Nacional de Desarrollo es ley de la República, sí, además importantísima porque es el eje sobre el cual gira la operatividad cuatrienal del gobierno. Pero siempre un pero: resulta que la protección que ahora cubre esa área está señalada por la constitución, en su artículo 63. Y la constitución, como bien sabemos, se impone a cualquier otra norma de rango inferior, por suerte que la inclusión del proyecto Besotes en el PND parecería un artilugio sin valor, como letra muerta.
Un paréntesis. Contrasta este regocijo de los congresistas con la ‘petrificación’ al notificárseles la petición que sectores de la sociedad le hicieron a la ministra Muhamad por semejante exabrupto y, para que, consecuentes con el pueblo vallenato, le hicieran un debate de control político. Pero ni mu. Brillaron por su silencio cuando se les paga para parlar.
Vea usted, cabecita loca. Ese artilugio incorporado en el PND, más temprano que tarde, puede revestir valor incalculable, a condición de que la sociedad civil persista con tenacidad en su lucha de lograr por vía judicial (tutelas y nulidad) tumbar el esperpento del Minambiente, requisito sine qua non para posibilitar cualquier infraestructura dentro del área de protección.
Y todo puede ocurrir en la viña del Señor. Recordemos que la lucha es por el agua, es decir, por la vida. El agua, siempre el agua. Esta constante lucha que se agudiza con el paso del tiempo y que nos enfrenta como sociedad; este proyecto con décadas de historia y que hoy parece desvanecerse por deslealtad del propio gobierno, pero sobre todo por la falta de grandeza de la miope dirigencia cesarense, saldrá adelante. Valledupar no puede morir sedienta con el agua al cuello.
Ahora la lucha por recuperar el embalse de Los Besotes no es simplemente una cuestión de desarrollo de infraestructuras. Es una cuestión de confianza en el gobierno, de respeto a las comunidades locales y de garantizar un futuro sostenible para Valledupar. Y es una lucha que debe ser emprendida con urgencia, antes de que la promesa del embalse se convierta en nada más que un recuerdo de lo que pudo haber sido.
Soy optimista. Como decían los abuelos, “se han visto muchos muertos cargando su propio cajón”.
Por Camilo Quiroz H.