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Columnista - 11 octubre, 2015

El sancocho tropical de nuestra atmósfera

Como el ataúd no cabía en la bóveda, hubo que serrucharle los manillares laterales. Inútilmente varios hombres fornidos intentaron introducirlo a la fuerza en el estrecho cubículo, hasta que se dieron cuenta de que era imposible y decidieron solucionarlo de otra manera. El sepulturero como siempre se lució- le encanta lucirse, solo falta echarle un […]

Como el ataúd no cabía en la bóveda, hubo que serrucharle los manillares laterales. Inútilmente varios hombres fornidos intentaron introducirlo a la fuerza en el estrecho cubículo, hasta que se dieron cuenta de que era imposible y decidieron solucionarlo de otra manera. El sepulturero como siempre se lució- le encanta lucirse, solo falta echarle un ojo para notar sus medias rojas estrambóticas, su bermuda gigante, su camisón y botas punta e’ hierro del Cerrejón.

Por supuesto fue él el protagonista y promotor de la solución de meter a empellones el cajón, secundado por algunos familiares cercanos y asistentes que, a pesar de que la tarde estaba nublada, sentían el ahogo de la humedad, la sofocación del solazo camuflado entre nubes negras, y la necesidad de recurrir a la pantalla de televisión más próxima para ver cómo iba el partido de la Selección. Miradas que bajaban como acongojadas hacia los celulares evidenciaban que varios seguían el marcador, que se mantuvo cero a cero durante lo que duró el primer tiempo y el sepelio.

El funeral estuvo programado inicialmente para las diez de la mañana, luego se aplazó para las tres de la tarde- no falta el (la) opositor(a)- y finalmente se concretó para las dos y media de la tarde. “A ese entierro solamente irán los que no les guste el fútbol- vaticinó el esposo de una de las dolientes, olvidándose de que las transmisiones de los partidos de la selección empiezan dos horas antes. Ella murió en la mañana del miércoles, en Valledupar, y el velorio fue esa misma noche, en Villanueva. Fue una noche refrescada por un aguacero proveniente de un coletazo de una de esas tormentas aciclonadas con promesas de tornado que de tanto en tanto surgen en el mar para ir a morir en tierra firme, arrasando eso sí, cuanta chuchería se atraviese en su camino.

¿Tinto, aromática, agua? Las funerarias deberían ser más creativas, por ejemplo: ¿cerveza, güisqui, limonada? Eso sería más agradable, aunque entiendo lo del tinto por la trasnochadera antigua de la gente en los velorios y la aromática como opción para los abstemios del café, y el agua pues, ajá. Quienes teníamos decidido- sí o sí- asistir al sepelio, estábamos resignados a soportar lo que podrían ser unas exequias casi a medio día en el sancocho tropical de nuestra atmósfera; sin embargo, un aguacero previo dejó preñada la tierra y encapotado al cielo.

Que afortunado es uno de poder asistir a un velorio de noche y un entierro nublado, que detallazo de la naturaleza para con los dolientes y sobre todo para con los no tan dolientes, que sin pasión deben enfrentar la misma calamidad climática.

El ruido de los serruchazos- después de una pausa- se cambió por el sonido del fondo del féretro arrastrándose sobre el piso de la bóveda, hasta el fondo. Entonces reapareció entre la multitud nuevamente el sepulturero, bañado en sudor, orgulloso de haber solucionado el asunto, abriéndose paso hacia sus herramientas de albañilería para concluir el trabajo. Uno a uno, fueron pegándose los ladrillos que cerraron el estrecho cuadro que compuso la fachada de la bóveda. Hay que esperar hasta que se sequen los ladrillos para poder pegar la lápida- comenté, con conocimiento de causa… Poco a poco fuimos dispersándonos los asistentes, cada cual hacia sus intereses- para la mayoría el segundo tiempo del partido de fútbol que ganó la Selección, dos a cero.

Columnista
11 octubre, 2015

El sancocho tropical de nuestra atmósfera

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Como el ataúd no cabía en la bóveda, hubo que serrucharle los manillares laterales. Inútilmente varios hombres fornidos intentaron introducirlo a la fuerza en el estrecho cubículo, hasta que se dieron cuenta de que era imposible y decidieron solucionarlo de otra manera. El sepulturero como siempre se lució- le encanta lucirse, solo falta echarle un […]


Como el ataúd no cabía en la bóveda, hubo que serrucharle los manillares laterales. Inútilmente varios hombres fornidos intentaron introducirlo a la fuerza en el estrecho cubículo, hasta que se dieron cuenta de que era imposible y decidieron solucionarlo de otra manera. El sepulturero como siempre se lució- le encanta lucirse, solo falta echarle un ojo para notar sus medias rojas estrambóticas, su bermuda gigante, su camisón y botas punta e’ hierro del Cerrejón.

Por supuesto fue él el protagonista y promotor de la solución de meter a empellones el cajón, secundado por algunos familiares cercanos y asistentes que, a pesar de que la tarde estaba nublada, sentían el ahogo de la humedad, la sofocación del solazo camuflado entre nubes negras, y la necesidad de recurrir a la pantalla de televisión más próxima para ver cómo iba el partido de la Selección. Miradas que bajaban como acongojadas hacia los celulares evidenciaban que varios seguían el marcador, que se mantuvo cero a cero durante lo que duró el primer tiempo y el sepelio.

El funeral estuvo programado inicialmente para las diez de la mañana, luego se aplazó para las tres de la tarde- no falta el (la) opositor(a)- y finalmente se concretó para las dos y media de la tarde. “A ese entierro solamente irán los que no les guste el fútbol- vaticinó el esposo de una de las dolientes, olvidándose de que las transmisiones de los partidos de la selección empiezan dos horas antes. Ella murió en la mañana del miércoles, en Valledupar, y el velorio fue esa misma noche, en Villanueva. Fue una noche refrescada por un aguacero proveniente de un coletazo de una de esas tormentas aciclonadas con promesas de tornado que de tanto en tanto surgen en el mar para ir a morir en tierra firme, arrasando eso sí, cuanta chuchería se atraviese en su camino.

¿Tinto, aromática, agua? Las funerarias deberían ser más creativas, por ejemplo: ¿cerveza, güisqui, limonada? Eso sería más agradable, aunque entiendo lo del tinto por la trasnochadera antigua de la gente en los velorios y la aromática como opción para los abstemios del café, y el agua pues, ajá. Quienes teníamos decidido- sí o sí- asistir al sepelio, estábamos resignados a soportar lo que podrían ser unas exequias casi a medio día en el sancocho tropical de nuestra atmósfera; sin embargo, un aguacero previo dejó preñada la tierra y encapotado al cielo.

Que afortunado es uno de poder asistir a un velorio de noche y un entierro nublado, que detallazo de la naturaleza para con los dolientes y sobre todo para con los no tan dolientes, que sin pasión deben enfrentar la misma calamidad climática.

El ruido de los serruchazos- después de una pausa- se cambió por el sonido del fondo del féretro arrastrándose sobre el piso de la bóveda, hasta el fondo. Entonces reapareció entre la multitud nuevamente el sepulturero, bañado en sudor, orgulloso de haber solucionado el asunto, abriéndose paso hacia sus herramientas de albañilería para concluir el trabajo. Uno a uno, fueron pegándose los ladrillos que cerraron el estrecho cuadro que compuso la fachada de la bóveda. Hay que esperar hasta que se sequen los ladrillos para poder pegar la lápida- comenté, con conocimiento de causa… Poco a poco fuimos dispersándonos los asistentes, cada cual hacia sus intereses- para la mayoría el segundo tiempo del partido de fútbol que ganó la Selección, dos a cero.