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Columnista - 15 octubre, 2024

El romano y audaz Julio César 

Era un populista consustancial a todas clases de artimañas para conquistar el poder político y perpetuarse en él. Halagaba con toda clase de dádivas a la plebe romana. 

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Este personaje histórico (siglo I a.C ) es considerado por la posteridad  entre los primerísimos generales de los ejércitos y de los políticos, más prominentes de todas las edades. La humanidad suele exaltar a los ególatras y osados psicóticos y peligrosos, más que a los virtuosos. Es una contradicción infaltable. Julio César fue un hombre sin escrúpulos políticos como lo eran todos sus amigos y enemigos, hasta causarse la muerte unos y otros, como un recurso natural en las competencias políticas. Tanto durante la República como luego en el Imperio. En ambos estadios, el dios era el poder político. Se anticiparon al libro de Maquiavelo. 

Era un populista consustancial a todas clases de artimañas para conquistar el poder político y perpetuarse en él. Halagaba con toda clase de dádivas a la plebe romana. 

Aquí voy a mostrar tan sólo un botón, transcribiendo un pedacito de una página del libro del historiador romano Cayo Suetonio Tranquilo (siglos I y II a. C), Vida de  los  Doce Césares, referido a las acciones complacientes de Julio César a sus gentes, una vez derrotó en la guerra civil -pero siempre fue así- a su contendor general Gneo Pompeyo -su compañero  en el primer triunvirato, y su yerno, y después perseguido encarnizadamente por él-, en la batalla de Farsalia, Macedonia, Grecia. 

“A título de botín de guerra entregó a cada soldado veterano de sus legiones veinticuatro mil sestercios, a parte de los dos mil que les había repartido al inicio de la guerra civil. Les asignó también tierras, aunque no contiguas, para evitar que ningún propietario fuera expropiado de ellas. En cuanto al pueblo de Roma, además de diez modios de trigo y otras tantas libras de aceite, regaló a cada ciudadano los trescientos sestercios, que anteriormente había prometido, a los que sumó otros cien por el retraso. Rebajó también el alquiler anual de habitaciones en Roma hasta los dos mil sestercios y, en el resto de Italia, a no más de quinientos. Añadió un banquete y una distribución pública de carne y, después de la victoria de España, también dos comidas. Y al  considerar que la primera era demasiado escasa y no adecuada a su generosidad, regaló otra, copiosísima, cinco días después”.

“Organizó espectáculos de distintas clases: un combate de gladiadores, representaciones teatrales en toda la ciudad, por barrios e, incluso, en diferentes idiomas, y, además, juegos circenses, competiciones atléticas y una batalla naval…”.

“Ofreció durante cinco días combates con animales salvajes y, finalmente, una batalla con dos ejércitos enfrentados, formados cada uno por quinientos infantes, veinte elefantes y treinta jinetes… los atletas, por su parte compitieron durante tres días en un estadio construido para la ocasión en el Campo de Marte… y fue tanta la gente que acudió a todos estos espectáculos que la mayoría de los forasteros, levantando tiendas de campaña, acamparon en las calles y en las vías de acceso a Roma, siendo muchos los aplastados y muertos a causa del gentío, entre ellos, dos senadores”. 

Así es como suelen comportarse algunas mayorías democráticas.

“Restituyo sus privilegios a los que habían sido privados de ellos por los censores  y, también,  a los condenados por cohecho por sentencia judicial”.

De modo que hasta ahora no hemos visto mayor cosa. Falta mucho.

Ya  omnímodo en el gobierno de Roma  “se dedicó a organizar la situación del Estado, corrigió el calendario, que, desde antiguo por culpa de los pontífices y de su potestad para intercambiar días, estaba hasta tal punto trastornado que ni caían ya en verano las fiestas de la recolección, ni de las vendimia en otoño. Así pues, ajustó el año al curso solar de modo que constara de 365 días”.  Esta es la razón por la cual ese calendario se llama juliano, y gregoriano el actual, igualmente de 365 días, con diferencia de fracciones, del Papa Gregorio, en 1582.

Cayo Julio César hizo y deshizo, como dictador en Roma, lo que le dio la gana -hasta los Idus de Marzo, año 44 a.C, cuando no creyó en un presagio que le habían susurrado al oído, y le ocurrió-, aún sin haber comenzado el Imperio. Sin embargo, Suetonio principia con él su libro. 

[email protected]

Por: Rodrigo López Barros.

Columnista
15 octubre, 2024

El romano y audaz Julio César 

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Era un populista consustancial a todas clases de artimañas para conquistar el poder político y perpetuarse en él. Halagaba con toda clase de dádivas a la plebe romana. 


Este personaje histórico (siglo I a.C ) es considerado por la posteridad  entre los primerísimos generales de los ejércitos y de los políticos, más prominentes de todas las edades. La humanidad suele exaltar a los ególatras y osados psicóticos y peligrosos, más que a los virtuosos. Es una contradicción infaltable. Julio César fue un hombre sin escrúpulos políticos como lo eran todos sus amigos y enemigos, hasta causarse la muerte unos y otros, como un recurso natural en las competencias políticas. Tanto durante la República como luego en el Imperio. En ambos estadios, el dios era el poder político. Se anticiparon al libro de Maquiavelo. 

Era un populista consustancial a todas clases de artimañas para conquistar el poder político y perpetuarse en él. Halagaba con toda clase de dádivas a la plebe romana. 

Aquí voy a mostrar tan sólo un botón, transcribiendo un pedacito de una página del libro del historiador romano Cayo Suetonio Tranquilo (siglos I y II a. C), Vida de  los  Doce Césares, referido a las acciones complacientes de Julio César a sus gentes, una vez derrotó en la guerra civil -pero siempre fue así- a su contendor general Gneo Pompeyo -su compañero  en el primer triunvirato, y su yerno, y después perseguido encarnizadamente por él-, en la batalla de Farsalia, Macedonia, Grecia. 

“A título de botín de guerra entregó a cada soldado veterano de sus legiones veinticuatro mil sestercios, a parte de los dos mil que les había repartido al inicio de la guerra civil. Les asignó también tierras, aunque no contiguas, para evitar que ningún propietario fuera expropiado de ellas. En cuanto al pueblo de Roma, además de diez modios de trigo y otras tantas libras de aceite, regaló a cada ciudadano los trescientos sestercios, que anteriormente había prometido, a los que sumó otros cien por el retraso. Rebajó también el alquiler anual de habitaciones en Roma hasta los dos mil sestercios y, en el resto de Italia, a no más de quinientos. Añadió un banquete y una distribución pública de carne y, después de la victoria de España, también dos comidas. Y al  considerar que la primera era demasiado escasa y no adecuada a su generosidad, regaló otra, copiosísima, cinco días después”.

“Organizó espectáculos de distintas clases: un combate de gladiadores, representaciones teatrales en toda la ciudad, por barrios e, incluso, en diferentes idiomas, y, además, juegos circenses, competiciones atléticas y una batalla naval…”.

“Ofreció durante cinco días combates con animales salvajes y, finalmente, una batalla con dos ejércitos enfrentados, formados cada uno por quinientos infantes, veinte elefantes y treinta jinetes… los atletas, por su parte compitieron durante tres días en un estadio construido para la ocasión en el Campo de Marte… y fue tanta la gente que acudió a todos estos espectáculos que la mayoría de los forasteros, levantando tiendas de campaña, acamparon en las calles y en las vías de acceso a Roma, siendo muchos los aplastados y muertos a causa del gentío, entre ellos, dos senadores”. 

Así es como suelen comportarse algunas mayorías democráticas.

“Restituyo sus privilegios a los que habían sido privados de ellos por los censores  y, también,  a los condenados por cohecho por sentencia judicial”.

De modo que hasta ahora no hemos visto mayor cosa. Falta mucho.

Ya  omnímodo en el gobierno de Roma  “se dedicó a organizar la situación del Estado, corrigió el calendario, que, desde antiguo por culpa de los pontífices y de su potestad para intercambiar días, estaba hasta tal punto trastornado que ni caían ya en verano las fiestas de la recolección, ni de las vendimia en otoño. Así pues, ajustó el año al curso solar de modo que constara de 365 días”.  Esta es la razón por la cual ese calendario se llama juliano, y gregoriano el actual, igualmente de 365 días, con diferencia de fracciones, del Papa Gregorio, en 1582.

Cayo Julio César hizo y deshizo, como dictador en Roma, lo que le dio la gana -hasta los Idus de Marzo, año 44 a.C, cuando no creyó en un presagio que le habían susurrado al oído, y le ocurrió-, aún sin haber comenzado el Imperio. Sin embargo, Suetonio principia con él su libro. 

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Por: Rodrigo López Barros.