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Cultura - 20 junio, 2020

El reclamo de la cultura

Las experiencias de otros países, sobre el particular, son altamente positivas en cuanto a la disminución de la pobreza, el decrecimiento de los índices de criminalidad y el aumento de oportunidades de asociatividad para la generación de ocupación y empleo.

FOTO/SERGIO MCGREEN.
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En un momento muy oportuno, el editorialista del diario EL PILÓN, en su edición del sábado 13 de junio de 2020, se ocupa de la importancia de la cultura como un derecho que es objeto de reclamo: “La cultura no debe mirarse en forma indiferente, como ha sucedido en los últimos gobiernos, sino que debe entenderse a través de sus diferencias y la pluralidad de sus manifestaciones que generan una riqueza diversa y multicultural. La cultura ha dejado de considerarse como lujo de unos pocos para proclamarse como derecho integrador de todos, que puede vislumbrarse como estrategia para el desarrollo”.

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Felicitaciones al editorialista por la buena hora. Da grima la expresión citada del mal llamado asesor del gobernador 1990: “La cultura no renta, lo que genera son gastos”.

He venido insistiendo, en mis pocas intervenciones, que es necesario incluir la temática cultural, como un plano adicional, en el tradicional modelo de desarrollo, que solamente contempla lo político, lo económico y lo social. Es imperativo visualizar un modelo integral de desarrollo que incluya el campo de la cultura.

He recomendado la lectura de un libro, que como todo nos llega tarde, titulado ‘Primero la gente’ (2007), escrito a cuatro manos por Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998, recordado por su frase: “El desarrollo será a partir del ser humano, o no será” y el gurú de la Gerencia Social, Bernardo Kliksberg, quien nos recuerda la definición de cultura dada por la UNESCO en 1996 como “la manera de vivir juntos, que moldea nuestros pensamientos, nuestras imágenes y nuestros valores”.

Con relación al obtuso asesor del gobernador 1990, me permito citar a Francoise Benhamou (que también cita Kliksberg) quien en su libro ‘Economía de la Cultura’ (1997), llama la atención sobre la visión economicista de la cultura: “Sólo en aras del economicismo se puede pretender justificar el gasto cultural en función de los recursos tangibles que este puede generar como contrapartida. (Las ganancias que la vida cultural le puede aportar a la colectividad no siempre cubren los gastos ocasionados) (el paréntesis es mío). Evidentemente, el interés en estos gastos debe ser evaluado en función de otros criterios que van más allá de la noción económica”.

FOTO/SERGIO MCGREEN.

En este libro, que estoy recomendando, se leen axiomas de orden irrefutable, que deslegitiman el desatinado concepto de que la inversión pública en cultura debe ser rentable en términos económicos. ¡Claro que debe ser rentable!, desde el punto de vista de la inversión pública, pero en términos sociales.

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 Las experiencias de otros países, sobre el particular, son altamente positivas en cuanto a la disminución de la pobreza, el decrecimiento de los índices de criminalidad y el aumento de oportunidades de asociatividad para la generación de ocupación y empleo, además de la función social que cumple en cuanto a la integración social y al fortalecimiento de la identidad cultural de la comunidad en que se manifiesta.

Los efectos culturales del economicismo dogmático ha desembocado en la lumpenización de los actores y gestores culturales, a partir de la corrupción, ya que se privilegia la economía del crecimiento sobre la economía del desarrollo. El capitalismo salvaje ha expulsado a la ética de la economía.

Lo que sucede en el campo de la cultura y del debate y de la discusión de ideas es fundamental para lo que suceda en el campo de la política social… El campo de la cultura puede tener un peso muy importante en ayudar a recrear un modelo de desarrollo integral… Es preciso conectar sistemáticamente la acción entre las políticas sociales, económicas y culturales…Lo que sucede en el campo de la cultura va a tener mucha incidencia en las políticas relativas a la pobreza…La cultura puede ser también muy útil para combatir la criminalidad…La cultura puede ser un factor de inclusión fundamental…La cultura, como se ha visto, es un medio poderoso y puede incidir muy fuertemente en lo que pase en términos de desarrollo económico…El teatro independiente, el humor crítico, nuevas generaciones de escritores jóvenes, las protestas a través de la música, el arte y muchísimos espacios creativos no convencionales, son los signos de naciones que pueden llegar a ser adultas y prósperas…”

Foto: Cortesía.

Tiene razón el editorialista sobre el deterioro histórico que en Valledupar ha tenido el concepto de cultura. En la llamada década perdida (1980–1990), a nivel nacional, se desdibujó totalmente la dimensión que tiene la cultura como variable transversal en todo proceso de desarrollo socioeconómico: se acentuó la consideración de cenicienta, que siempre ha tenido, a la hora de presupuestar; se consolidó la dejación y el marginamiento como actividad; se impuso la reducción de los espacios para circulación y la eliminación de la cultura popular en reemplazo de la satisfacción de los grupos sociales más acomodados (léase espacios como el Teatro Julio Mario Santodomingo en Bogotá).

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Más recientemente, el primer presidente de 8 años que tuvimos le macheteó el 40 %  al presupuesto de cultura para la guerra y el segundo presidente de 8 años que tuvimos le cercenó otro 40 % para la paz y como si fuera poco el actual presidente que tenemos, en sus primeros 100 días de gobierno, le disminuyó el 31 % al presupuesto, ya convertido en caja menor.

En esta sociedad semi-democrática la influencia del debate cultural debe ser significativa en las políticas del actual modelo de desarrollo, en la que se deben tener en cuenta las diferentes expresiones culturales las cuales posibilitan la manifestación de “los sufrimientos reales y los reclamos de la población”.

Por Carlos Llanos Diazgranados

Cultura
20 junio, 2020

El reclamo de la cultura

Las experiencias de otros países, sobre el particular, son altamente positivas en cuanto a la disminución de la pobreza, el decrecimiento de los índices de criminalidad y el aumento de oportunidades de asociatividad para la generación de ocupación y empleo.


FOTO/SERGIO MCGREEN.
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En un momento muy oportuno, el editorialista del diario EL PILÓN, en su edición del sábado 13 de junio de 2020, se ocupa de la importancia de la cultura como un derecho que es objeto de reclamo: “La cultura no debe mirarse en forma indiferente, como ha sucedido en los últimos gobiernos, sino que debe entenderse a través de sus diferencias y la pluralidad de sus manifestaciones que generan una riqueza diversa y multicultural. La cultura ha dejado de considerarse como lujo de unos pocos para proclamarse como derecho integrador de todos, que puede vislumbrarse como estrategia para el desarrollo”.

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Felicitaciones al editorialista por la buena hora. Da grima la expresión citada del mal llamado asesor del gobernador 1990: “La cultura no renta, lo que genera son gastos”.

He venido insistiendo, en mis pocas intervenciones, que es necesario incluir la temática cultural, como un plano adicional, en el tradicional modelo de desarrollo, que solamente contempla lo político, lo económico y lo social. Es imperativo visualizar un modelo integral de desarrollo que incluya el campo de la cultura.

He recomendado la lectura de un libro, que como todo nos llega tarde, titulado ‘Primero la gente’ (2007), escrito a cuatro manos por Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998, recordado por su frase: “El desarrollo será a partir del ser humano, o no será” y el gurú de la Gerencia Social, Bernardo Kliksberg, quien nos recuerda la definición de cultura dada por la UNESCO en 1996 como “la manera de vivir juntos, que moldea nuestros pensamientos, nuestras imágenes y nuestros valores”.

Con relación al obtuso asesor del gobernador 1990, me permito citar a Francoise Benhamou (que también cita Kliksberg) quien en su libro ‘Economía de la Cultura’ (1997), llama la atención sobre la visión economicista de la cultura: “Sólo en aras del economicismo se puede pretender justificar el gasto cultural en función de los recursos tangibles que este puede generar como contrapartida. (Las ganancias que la vida cultural le puede aportar a la colectividad no siempre cubren los gastos ocasionados) (el paréntesis es mío). Evidentemente, el interés en estos gastos debe ser evaluado en función de otros criterios que van más allá de la noción económica”.

FOTO/SERGIO MCGREEN.

En este libro, que estoy recomendando, se leen axiomas de orden irrefutable, que deslegitiman el desatinado concepto de que la inversión pública en cultura debe ser rentable en términos económicos. ¡Claro que debe ser rentable!, desde el punto de vista de la inversión pública, pero en términos sociales.

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 Las experiencias de otros países, sobre el particular, son altamente positivas en cuanto a la disminución de la pobreza, el decrecimiento de los índices de criminalidad y el aumento de oportunidades de asociatividad para la generación de ocupación y empleo, además de la función social que cumple en cuanto a la integración social y al fortalecimiento de la identidad cultural de la comunidad en que se manifiesta.

Los efectos culturales del economicismo dogmático ha desembocado en la lumpenización de los actores y gestores culturales, a partir de la corrupción, ya que se privilegia la economía del crecimiento sobre la economía del desarrollo. El capitalismo salvaje ha expulsado a la ética de la economía.

Lo que sucede en el campo de la cultura y del debate y de la discusión de ideas es fundamental para lo que suceda en el campo de la política social… El campo de la cultura puede tener un peso muy importante en ayudar a recrear un modelo de desarrollo integral… Es preciso conectar sistemáticamente la acción entre las políticas sociales, económicas y culturales…Lo que sucede en el campo de la cultura va a tener mucha incidencia en las políticas relativas a la pobreza…La cultura puede ser también muy útil para combatir la criminalidad…La cultura puede ser un factor de inclusión fundamental…La cultura, como se ha visto, es un medio poderoso y puede incidir muy fuertemente en lo que pase en términos de desarrollo económico…El teatro independiente, el humor crítico, nuevas generaciones de escritores jóvenes, las protestas a través de la música, el arte y muchísimos espacios creativos no convencionales, son los signos de naciones que pueden llegar a ser adultas y prósperas…”

Foto: Cortesía.

Tiene razón el editorialista sobre el deterioro histórico que en Valledupar ha tenido el concepto de cultura. En la llamada década perdida (1980–1990), a nivel nacional, se desdibujó totalmente la dimensión que tiene la cultura como variable transversal en todo proceso de desarrollo socioeconómico: se acentuó la consideración de cenicienta, que siempre ha tenido, a la hora de presupuestar; se consolidó la dejación y el marginamiento como actividad; se impuso la reducción de los espacios para circulación y la eliminación de la cultura popular en reemplazo de la satisfacción de los grupos sociales más acomodados (léase espacios como el Teatro Julio Mario Santodomingo en Bogotá).

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Más recientemente, el primer presidente de 8 años que tuvimos le macheteó el 40 %  al presupuesto de cultura para la guerra y el segundo presidente de 8 años que tuvimos le cercenó otro 40 % para la paz y como si fuera poco el actual presidente que tenemos, en sus primeros 100 días de gobierno, le disminuyó el 31 % al presupuesto, ya convertido en caja menor.

En esta sociedad semi-democrática la influencia del debate cultural debe ser significativa en las políticas del actual modelo de desarrollo, en la que se deben tener en cuenta las diferentes expresiones culturales las cuales posibilitan la manifestación de “los sufrimientos reales y los reclamos de la población”.

Por Carlos Llanos Diazgranados