A finales del 40 llegó al Valle, que era un pueblito, procedente de su natal Riohacha a visitar a su tía Carmela Molina, un joven ya con cédula, identificado como Efraín José Pimienta Molina. Llegó por unos días y hace 5 ó 6 después de sesenta y pico de años, se nos fue el QUINQUI, […]
A finales del 40 llegó al Valle, que era un pueblito, procedente de su natal Riohacha a visitar a su tía Carmela Molina, un joven ya con cédula, identificado como Efraín José Pimienta Molina.
Llegó por unos días y hace 5 ó 6 después de sesenta y pico de años, se nos fue el QUINQUI, no Pimienta sino Molina como lo conocíamos todos sus amigos que fuimos bastantes; llegó provinciano, corronchón, pero rápidamente, como “los burros se buscan para rascarse”, con sus primos Jaime, Alvarito y el Yío, pues Darío y El Turco eran unos niños, se incorporó a los “los del Centro”, donde también conoció a sus parientes y afines Hugues Martínez y Raúl Moncaleano Martínez, más conocido como “Monca”, quienes estudiaban en el Loperena, pero que en sus ratos de ocio en el Bar Colombia, ubicado donde hoy funciona Corfimujer de propiedad de Don Pedro Nel Martínez y en la casa del mecenas Norberto Baute comenzaron a practicar influenciados por el famoso trío mexicano Los Panchos, hasta convertirse en el famoso Trío Malanga, en el cual el Quinqui con su bellísima voz que también tocaba guitarra hacia de primera voz, Hugues Punteaba y era segunda y Monca tocaba las maracas y era tercera; hicieron bulla, fregaron la vida, realizaron matrimonios y “sacaos”, destruyeron hogares y fueron los predilectos de la sociedad, pues eran acolachados, pero ganaron poco, pero muy poco, pues casi no cobraban, eran los preferidos de Rafael Escalona, pariente de todos, que les pagaba muy bien, pues supe que los corbatines que usaban se los había regalado.
Oír al Quinqui cantar La Malagueña, La Cama de Piedra, El Pastor, El Jinete, Dos Arbolitos con un falsete envidiado por Miguel Aceves, Serenata Huasteca, aquella que dice “cuando estoy entre tus brazos siempre me pregunto yo, cuanto me debía el destino, que contigo me pagó”, Amémonos, Aún se acuerda de mí, Entre Copa y Copa, Quisqueya, La Flor de la Canela, Di, Jamás te Olvidaré, La Mano de Dios o cualquiera de Escalona, pero especialmente Paraguachón “un arroyo maldito que hizo el diablo”, o de Tavo Gutiérrez cualquiera, pues no tiene presa mala, eso era un espectáculo embelesador, era un deleite, era lo mejor de lo mejor; así como cantaba, bebía y ahí si era un disparate, pues sus jumas eran famosas, de 4 días por lo menos y para aguantárselo había que tener paciencia jobiana y a pesar de ello, borracho manejaba y nunca se accidentó en su cicla que andaba a 2 kilómetros por hora.
Se acabó el espacio y todavía no he comenzado a hablar de el Quinqui y no he dicho nada, pero agrego que gracias a la benevolencia de Aníbal Martínez Zuleta que lo nombró Revisor Fiscal en el aeropuerto, como hizo con más de medio Valle, entre grandes y pequeños, cargo que desempeñó durante 20 años, donde logró pensionarse, lo que le permitió vivir dignamente sus últimos años, enamorado de Doña Edith, La Mona del Patacón Pisao, pagándole comida a $3.000 y de vez en cuando, pasándole la mano por el brazo y cuando ella le protestaba diciéndole como dicen siempre las mujeres “estate quieto Quinqui, viejo prostático”, él respondía: lo que se va a planchar hay que remojarlo y también llevándole diariamente, decía él, el mercadito a Gladys y a la Negra.
La malanga con queso rayao, carne molida o cualquier guiso es extraordinaria y por ese nombre y por sus ejecutores, el Trío Malanga fue insuperable. Lástima, hay tantas anécdotas y cosas del Quinqui por decir que de pronto me arriesgo y continuo el otro viernes, vamos a ver si no se atraviesa algo.
Mis sentidas condolencias a Darío y al Turco, Hugues y Monca, Katia, Gladys y La Negra y especialmente a La Mona del Patacón Pisao, que lo trató y mimó en sus últimos años.
A finales del 40 llegó al Valle, que era un pueblito, procedente de su natal Riohacha a visitar a su tía Carmela Molina, un joven ya con cédula, identificado como Efraín José Pimienta Molina. Llegó por unos días y hace 5 ó 6 después de sesenta y pico de años, se nos fue el QUINQUI, […]
A finales del 40 llegó al Valle, que era un pueblito, procedente de su natal Riohacha a visitar a su tía Carmela Molina, un joven ya con cédula, identificado como Efraín José Pimienta Molina.
Llegó por unos días y hace 5 ó 6 después de sesenta y pico de años, se nos fue el QUINQUI, no Pimienta sino Molina como lo conocíamos todos sus amigos que fuimos bastantes; llegó provinciano, corronchón, pero rápidamente, como “los burros se buscan para rascarse”, con sus primos Jaime, Alvarito y el Yío, pues Darío y El Turco eran unos niños, se incorporó a los “los del Centro”, donde también conoció a sus parientes y afines Hugues Martínez y Raúl Moncaleano Martínez, más conocido como “Monca”, quienes estudiaban en el Loperena, pero que en sus ratos de ocio en el Bar Colombia, ubicado donde hoy funciona Corfimujer de propiedad de Don Pedro Nel Martínez y en la casa del mecenas Norberto Baute comenzaron a practicar influenciados por el famoso trío mexicano Los Panchos, hasta convertirse en el famoso Trío Malanga, en el cual el Quinqui con su bellísima voz que también tocaba guitarra hacia de primera voz, Hugues Punteaba y era segunda y Monca tocaba las maracas y era tercera; hicieron bulla, fregaron la vida, realizaron matrimonios y “sacaos”, destruyeron hogares y fueron los predilectos de la sociedad, pues eran acolachados, pero ganaron poco, pero muy poco, pues casi no cobraban, eran los preferidos de Rafael Escalona, pariente de todos, que les pagaba muy bien, pues supe que los corbatines que usaban se los había regalado.
Oír al Quinqui cantar La Malagueña, La Cama de Piedra, El Pastor, El Jinete, Dos Arbolitos con un falsete envidiado por Miguel Aceves, Serenata Huasteca, aquella que dice “cuando estoy entre tus brazos siempre me pregunto yo, cuanto me debía el destino, que contigo me pagó”, Amémonos, Aún se acuerda de mí, Entre Copa y Copa, Quisqueya, La Flor de la Canela, Di, Jamás te Olvidaré, La Mano de Dios o cualquiera de Escalona, pero especialmente Paraguachón “un arroyo maldito que hizo el diablo”, o de Tavo Gutiérrez cualquiera, pues no tiene presa mala, eso era un espectáculo embelesador, era un deleite, era lo mejor de lo mejor; así como cantaba, bebía y ahí si era un disparate, pues sus jumas eran famosas, de 4 días por lo menos y para aguantárselo había que tener paciencia jobiana y a pesar de ello, borracho manejaba y nunca se accidentó en su cicla que andaba a 2 kilómetros por hora.
Se acabó el espacio y todavía no he comenzado a hablar de el Quinqui y no he dicho nada, pero agrego que gracias a la benevolencia de Aníbal Martínez Zuleta que lo nombró Revisor Fiscal en el aeropuerto, como hizo con más de medio Valle, entre grandes y pequeños, cargo que desempeñó durante 20 años, donde logró pensionarse, lo que le permitió vivir dignamente sus últimos años, enamorado de Doña Edith, La Mona del Patacón Pisao, pagándole comida a $3.000 y de vez en cuando, pasándole la mano por el brazo y cuando ella le protestaba diciéndole como dicen siempre las mujeres “estate quieto Quinqui, viejo prostático”, él respondía: lo que se va a planchar hay que remojarlo y también llevándole diariamente, decía él, el mercadito a Gladys y a la Negra.
La malanga con queso rayao, carne molida o cualquier guiso es extraordinaria y por ese nombre y por sus ejecutores, el Trío Malanga fue insuperable. Lástima, hay tantas anécdotas y cosas del Quinqui por decir que de pronto me arriesgo y continuo el otro viernes, vamos a ver si no se atraviesa algo.
Mis sentidas condolencias a Darío y al Turco, Hugues y Monca, Katia, Gladys y La Negra y especialmente a La Mona del Patacón Pisao, que lo trató y mimó en sus últimos años.