En los albores de 1950, don Antonio Fuentes López, propietario de la Disquera Fuentes de Cartagena, en uno de sus frecuentes viajes a los Estados Unidos trajo consigo un buen pertrecho de instrumentos musicales de paquete que le permitirían lograr una buena calidad de sonido en las grabaciones musicales, ya que la mayoría de intérpretes […]
En los albores de 1950, don Antonio Fuentes López, propietario de la Disquera Fuentes de Cartagena, en uno de sus frecuentes viajes a los Estados Unidos trajo consigo un buen pertrecho de instrumentos musicales de paquete que le permitirían lograr una buena calidad de sonido en las grabaciones musicales, ya que la mayoría de intérpretes que debutaban en sus estudios se presentaban siempre con instrumentos viejos, desafinados, y hasta remendados con esparadrapo y cabuya, especialmente los de viento y percusión de las bandas pueblerinas y orquestas de la época, sin excluir los trajinados acordeones de dos hileras que Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez y el sabanero ‘Geño’ Gil desenroscaban en esos tiempos.
Fuentes, siempre a la vanguardia, quería ofrecer el mejor sonido y con esa batería de metales y cueros que importó de Nueva York se trajo también un acordeón de tres hileras que adquirió en la Distribuidora Hohner, de la gran metrópoli. Era de color negro, marco cuadrado y ya traía una correa para que el acordeonero lo pudiera sujetar al pecho durante la ejecución.
Tenía 31 botones en el área de los pitos o caballete y 12 en el teclado mano izquierda o de los bajos, lo cual le ofrecía a los músicos de acordeón un espectro sonoro mucho más amplio y rico en posibilidades melódicas que ‘los espejitos’ y ‘guacamayos’ que campeaban en ese entonces.
Luis Enrique, deslumbrado con el tres hileras, le ofreció a Fuentes cualquier clase de negocio para quedarse con él, pero el empresario muy esquivo le argumentaba que este sería el acordeón de planta para las grabaciones de los diferentes juglares que por allí fueron apareciendo. Entre ambos se suscitó un verdadero tira y jala, ‘El pollo vallenato’ regateaba con mil razones, pero ‘Toño’ no se transaba con nada, el tres hileras no saldría del estudio.
Con el acordeón al pecho y ya resignado, Luis Enrique comenzó la sesión con el paseo ‘Adiós mi Maye’ de Armando Zabaleta, previa entonación que Fuentes aprobaba con la agudeza de su oído percibidor de éxitos, y aquí no se equivocó, el tema gustó y sigue gustando. Seguidamente el hijo de Santander Martínez le presentó la ‘Cumbia cienaguera’ que Esteban Montaño tenía fresquecita pero que por motivos de salud le tocó regresar inesperadamente a su casa en Ciénaga.
Bastante eufórico, Toño con el ojo brillante de la emoción y pelándole la chapa le dijo: “Grábame eso enseguida que esa vaina sí está buena”, pero Martínez percatándose que podía sacar ventaja de esto le comentó: “Mejor te grabo otra pieza porque esta es de Montaño y él no está para firmarla”,“Eso no importa, fírmala tú”, apretó Fuentes, “okey”, le respondió Luis Enrique, “pero me pagas con el acordeón de tres hileras”, “trato hecho”, le respondió Fuentes malhumorado, pero en el fondo este viejo zorro de la grabación sabía que finalmente él saldría ganando como en realidad ocurrió, pero más ganó el folclor vallenato ya que el prodigioso juglar fonsequero merced a su gran intuición musical y portento artístico logró con ese instrumento sentar bases y crear los patrones musicales que hoy le dan identidad al vallenato tradicional, un verdadero punto de apoyo para absolutamente todos los acordeoneros que surgieron después de él.
Sus introducciones, sus acordes, principalmente “el pategallina”, sus piques, sus malabares con los bajos y el lenguaje que siempre mantiene con la línea melódica de la canción, lo hacen superior y merecedor de un sitio de privilegio en el altar mayor de la liturgia vallenata.
En los albores de 1950, don Antonio Fuentes López, propietario de la Disquera Fuentes de Cartagena, en uno de sus frecuentes viajes a los Estados Unidos trajo consigo un buen pertrecho de instrumentos musicales de paquete que le permitirían lograr una buena calidad de sonido en las grabaciones musicales, ya que la mayoría de intérpretes […]
En los albores de 1950, don Antonio Fuentes López, propietario de la Disquera Fuentes de Cartagena, en uno de sus frecuentes viajes a los Estados Unidos trajo consigo un buen pertrecho de instrumentos musicales de paquete que le permitirían lograr una buena calidad de sonido en las grabaciones musicales, ya que la mayoría de intérpretes que debutaban en sus estudios se presentaban siempre con instrumentos viejos, desafinados, y hasta remendados con esparadrapo y cabuya, especialmente los de viento y percusión de las bandas pueblerinas y orquestas de la época, sin excluir los trajinados acordeones de dos hileras que Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez y el sabanero ‘Geño’ Gil desenroscaban en esos tiempos.
Fuentes, siempre a la vanguardia, quería ofrecer el mejor sonido y con esa batería de metales y cueros que importó de Nueva York se trajo también un acordeón de tres hileras que adquirió en la Distribuidora Hohner, de la gran metrópoli. Era de color negro, marco cuadrado y ya traía una correa para que el acordeonero lo pudiera sujetar al pecho durante la ejecución.
Tenía 31 botones en el área de los pitos o caballete y 12 en el teclado mano izquierda o de los bajos, lo cual le ofrecía a los músicos de acordeón un espectro sonoro mucho más amplio y rico en posibilidades melódicas que ‘los espejitos’ y ‘guacamayos’ que campeaban en ese entonces.
Luis Enrique, deslumbrado con el tres hileras, le ofreció a Fuentes cualquier clase de negocio para quedarse con él, pero el empresario muy esquivo le argumentaba que este sería el acordeón de planta para las grabaciones de los diferentes juglares que por allí fueron apareciendo. Entre ambos se suscitó un verdadero tira y jala, ‘El pollo vallenato’ regateaba con mil razones, pero ‘Toño’ no se transaba con nada, el tres hileras no saldría del estudio.
Con el acordeón al pecho y ya resignado, Luis Enrique comenzó la sesión con el paseo ‘Adiós mi Maye’ de Armando Zabaleta, previa entonación que Fuentes aprobaba con la agudeza de su oído percibidor de éxitos, y aquí no se equivocó, el tema gustó y sigue gustando. Seguidamente el hijo de Santander Martínez le presentó la ‘Cumbia cienaguera’ que Esteban Montaño tenía fresquecita pero que por motivos de salud le tocó regresar inesperadamente a su casa en Ciénaga.
Bastante eufórico, Toño con el ojo brillante de la emoción y pelándole la chapa le dijo: “Grábame eso enseguida que esa vaina sí está buena”, pero Martínez percatándose que podía sacar ventaja de esto le comentó: “Mejor te grabo otra pieza porque esta es de Montaño y él no está para firmarla”,“Eso no importa, fírmala tú”, apretó Fuentes, “okey”, le respondió Luis Enrique, “pero me pagas con el acordeón de tres hileras”, “trato hecho”, le respondió Fuentes malhumorado, pero en el fondo este viejo zorro de la grabación sabía que finalmente él saldría ganando como en realidad ocurrió, pero más ganó el folclor vallenato ya que el prodigioso juglar fonsequero merced a su gran intuición musical y portento artístico logró con ese instrumento sentar bases y crear los patrones musicales que hoy le dan identidad al vallenato tradicional, un verdadero punto de apoyo para absolutamente todos los acordeoneros que surgieron después de él.
Sus introducciones, sus acordes, principalmente “el pategallina”, sus piques, sus malabares con los bajos y el lenguaje que siempre mantiene con la línea melódica de la canción, lo hacen superior y merecedor de un sitio de privilegio en el altar mayor de la liturgia vallenata.