Nuestra conducta, si no hemos tenido una educación estable y de normas básicas sobre ella, variará a la par de los intereses que se demanden, pero nunca de acuerdo con los principios de la ética social que nos permite gozar de una vida con sentido y altura con las circunstancias. Una de este tipo de […]
Nuestra conducta, si no hemos tenido una educación estable y de normas básicas sobre ella, variará a la par de los intereses que se demanden, pero nunca de acuerdo con los principios de la ética social que nos permite gozar de una vida con sentido y altura con las circunstancias.
Una de este tipo de conductas es la del poder dominante, que brinda la oportunidad de entorpecer la competencia sana si de temas económicos hablamos, de no otorgar derechos reconocidos si de derechos hablamos, de no reconocer la verdad si de juzgar ostentamos.
Pero no solo lo anotado. Nos permite persuadir con la mentira, el odio que se lleva por dentro y que, dentro de un campo específico, especialmente en la vida pública de desmanes, lo tomamos como arma específica para lograr lo que deseamos, no importa la injusticia cometida.
En el campo laboral se realiza con la constante amenaza y la presión de una pobre remuneración, con el atenuante de perderla si no se hace lo que el amo y señor requiere, dándose aquí el abuso de posición dominante más utilizada, que lo único que ocasiona es la obtención de un servicio de mala calidad y voluntad, reduciendo la competencia.
El poder dominante se da en todas las actividades de la vida cuando los que lo dirigen no tienen sino intereses personales que mostrar, limitando la conducta de los demás.
En la vida política es donde con más frecuencia se da el uso de este poder, que se maximiza después de ser elegido y se disminuye tendiendo a desaparecer en el astuto arte de lograr los votos necesarios para ser reelegido, si de ocupar cargos o posiciones públicas se trata.
Es bueno y conveniente debatir estos temas con las tareas y clases de la vida política de la ciudadanía actual, que se direcciona con estas actividades, más que todo, porque es aquí en donde radican los males que han estado marcando nuestra sociedad, especialmente en el trayecto de estas últimas décadas, ya que su concurso permanente, practicado cada vez por más y más partidos, movimientos, grupos y subgrupos, familias e individuos, obedeciendo a los sistemas demócratas mal entendidos, que lo que al final se ha logrado es el desorden permanente, pues unos quieren prevalecer sobre los otros, no importa el camino.
“El fin justifica los medios” es la sentencia maquiavélica preferida, y es aquí donde nacen los actos anormales que han sembrado la semilla de la corrupción, de tal forma que, ya casi, esta se convirtió en costumbre generalizada y aceptada que solo falta tipificarla con la ley.
Quien maneja el abuso de poder dominante solo está pendiente de su ego, no ve las realizaciones de los demás, exige lo que no debe y su poder autoritario de gerente con conocimiento no se ve por ninguna parte, eso sí, maneja con facilidad el desprecio como su espada predilecta en los combates enfrentados, si es que le nace en algún momento la personalidad para confrontar.
Su carácter, su forma de expresarse, su vanidad y la falta de formación en sus raíces, nos permiten identificar este prototipo con mucha facilidad, a pesar de que ser dominante no es malo cuando lo entendemos como tomar el control de cualquier situación y se piensa en servir bien a los intereses comunitarios y de servicios sociales y no para sacar provecho.¡Cuando creas que tienes este poder, identifícalo con claridad, no vayas a terminar de rodillas ante ti mismo! “Pocos ven lo que somos, pero muchos ven lo que aparentamos”: Maquiavelo.
Nuestra conducta, si no hemos tenido una educación estable y de normas básicas sobre ella, variará a la par de los intereses que se demanden, pero nunca de acuerdo con los principios de la ética social que nos permite gozar de una vida con sentido y altura con las circunstancias. Una de este tipo de […]
Nuestra conducta, si no hemos tenido una educación estable y de normas básicas sobre ella, variará a la par de los intereses que se demanden, pero nunca de acuerdo con los principios de la ética social que nos permite gozar de una vida con sentido y altura con las circunstancias.
Una de este tipo de conductas es la del poder dominante, que brinda la oportunidad de entorpecer la competencia sana si de temas económicos hablamos, de no otorgar derechos reconocidos si de derechos hablamos, de no reconocer la verdad si de juzgar ostentamos.
Pero no solo lo anotado. Nos permite persuadir con la mentira, el odio que se lleva por dentro y que, dentro de un campo específico, especialmente en la vida pública de desmanes, lo tomamos como arma específica para lograr lo que deseamos, no importa la injusticia cometida.
En el campo laboral se realiza con la constante amenaza y la presión de una pobre remuneración, con el atenuante de perderla si no se hace lo que el amo y señor requiere, dándose aquí el abuso de posición dominante más utilizada, que lo único que ocasiona es la obtención de un servicio de mala calidad y voluntad, reduciendo la competencia.
El poder dominante se da en todas las actividades de la vida cuando los que lo dirigen no tienen sino intereses personales que mostrar, limitando la conducta de los demás.
En la vida política es donde con más frecuencia se da el uso de este poder, que se maximiza después de ser elegido y se disminuye tendiendo a desaparecer en el astuto arte de lograr los votos necesarios para ser reelegido, si de ocupar cargos o posiciones públicas se trata.
Es bueno y conveniente debatir estos temas con las tareas y clases de la vida política de la ciudadanía actual, que se direcciona con estas actividades, más que todo, porque es aquí en donde radican los males que han estado marcando nuestra sociedad, especialmente en el trayecto de estas últimas décadas, ya que su concurso permanente, practicado cada vez por más y más partidos, movimientos, grupos y subgrupos, familias e individuos, obedeciendo a los sistemas demócratas mal entendidos, que lo que al final se ha logrado es el desorden permanente, pues unos quieren prevalecer sobre los otros, no importa el camino.
“El fin justifica los medios” es la sentencia maquiavélica preferida, y es aquí donde nacen los actos anormales que han sembrado la semilla de la corrupción, de tal forma que, ya casi, esta se convirtió en costumbre generalizada y aceptada que solo falta tipificarla con la ley.
Quien maneja el abuso de poder dominante solo está pendiente de su ego, no ve las realizaciones de los demás, exige lo que no debe y su poder autoritario de gerente con conocimiento no se ve por ninguna parte, eso sí, maneja con facilidad el desprecio como su espada predilecta en los combates enfrentados, si es que le nace en algún momento la personalidad para confrontar.
Su carácter, su forma de expresarse, su vanidad y la falta de formación en sus raíces, nos permiten identificar este prototipo con mucha facilidad, a pesar de que ser dominante no es malo cuando lo entendemos como tomar el control de cualquier situación y se piensa en servir bien a los intereses comunitarios y de servicios sociales y no para sacar provecho.¡Cuando creas que tienes este poder, identifícalo con claridad, no vayas a terminar de rodillas ante ti mismo! “Pocos ven lo que somos, pero muchos ven lo que aparentamos”: Maquiavelo.