“Va a ganar el “Sí”. Tengo la absoluta seguridad y por eso no estoy preocupado por el Plan B. No estoy obligado a tomar este riesgo [p]ero la refrendación es algo democrático, legitima mucho más un acuerdo”, dijo el presidente Santos antes del plebiscito. Y agregó que “si gana el “No”, nos devolvemos a lo […]
“Va a ganar el “Sí”. Tengo la absoluta seguridad y por eso no estoy preocupado por el Plan B. No estoy obligado a tomar este riesgo [p]ero la refrendación es algo democrático, legitima mucho más un acuerdo”, dijo el presidente Santos antes del plebiscito. Y agregó que “si gana el “No”, nos devolvemos a lo que teníamos hace seis años”.
Uno, el Presidente tomó el riesgo y debe asumir las consecuencias: el pueblo no aprobó los acuerdos con las Farc y estos perdieron su legitimidad. Ese resultado obliga al Presidente. Desconocerlo dinamitaría la democracia.
Dos, Santos fue quien escogió el plebiscito como mecanismo de refrendación y el que cambió sus reglas de juego. Su obligación era tener un Plan B. No tenerlo es una irresponsabilidad.
Tres, contrario a lo que él y los del Sí habían sostenido, el triunfo del No no ha significado ni el regreso a la “guerra” ni devolvernos “a lo que teníamos hace seis años”.
Cuatro, los promotores del No, que hubieran podido decir que los acuerdos murieron, proponen su renegociación. Hoy es el único camino posible. Ese es el Plan B. Y esa renegociación no puede limitarse a unos “ajustes” y “revisiones” menores, a cambios cosméticos. Maquillar los acuerdos es hacerle trampa a la democracia y a la sentencia de la Corte. Tienen que abordarse los temas sustantivos que llevaron a que el No triunfara.
Quinto, el triunfo del No es una oportunidad de oro: tanto Santos como los defensores del Si han reconocido que el acuerdo con las Farc “no era perfecto”. De eso se trata la renegociación: de eliminar lo que no debería estar ahí y mejorar lo perfectible.
Sexto, más aun, el triunfo del No es la oportunidad de terminar la polarización política y social generada por el Gobierno y por el contenido de los acuerdos. Ahora es posible cerrar esas heridas y conseguir una unidad nacional republicana. Por supuesto, eso solo se consigue si el Gobierno asume con seriedad los planteamientos del No y los recoge en el acuerdo con las Farc.
Séptimo, el triunfo del No es una derrota sustantiva para la guerrilla, porque el acuerdo les concedía premios que no tiene ningún ciudadano y se les cayó su pretensión de que quedara en la Constitución su plataforma política. Pero la renegociación le permitirá obtener la sostenibilidad y la seguridad jurídica de lo acordado. La sostenibilidad y la seguridad no dependen de supuestos “blindajes” legales, sino del apoyo ciudadano y político a lo acordado.
Octavo, el acuerdo así renegociado tendría el respaldo de la inmensa mayoría de los ciudadanos, uniría a la sociedad y, después nos permitirá hacer política sin girar una y otra vez sobre las Farc. Nos podríamos dedicar, ahora sí, a abordar sin distracciones las otras grandes plagas del país: el narcotráfico, la corrupción y la pobreza.
Por Rafael Nieto Loaiza
“Va a ganar el “Sí”. Tengo la absoluta seguridad y por eso no estoy preocupado por el Plan B. No estoy obligado a tomar este riesgo [p]ero la refrendación es algo democrático, legitima mucho más un acuerdo”, dijo el presidente Santos antes del plebiscito. Y agregó que “si gana el “No”, nos devolvemos a lo […]
“Va a ganar el “Sí”. Tengo la absoluta seguridad y por eso no estoy preocupado por el Plan B. No estoy obligado a tomar este riesgo [p]ero la refrendación es algo democrático, legitima mucho más un acuerdo”, dijo el presidente Santos antes del plebiscito. Y agregó que “si gana el “No”, nos devolvemos a lo que teníamos hace seis años”.
Uno, el Presidente tomó el riesgo y debe asumir las consecuencias: el pueblo no aprobó los acuerdos con las Farc y estos perdieron su legitimidad. Ese resultado obliga al Presidente. Desconocerlo dinamitaría la democracia.
Dos, Santos fue quien escogió el plebiscito como mecanismo de refrendación y el que cambió sus reglas de juego. Su obligación era tener un Plan B. No tenerlo es una irresponsabilidad.
Tres, contrario a lo que él y los del Sí habían sostenido, el triunfo del No no ha significado ni el regreso a la “guerra” ni devolvernos “a lo que teníamos hace seis años”.
Cuatro, los promotores del No, que hubieran podido decir que los acuerdos murieron, proponen su renegociación. Hoy es el único camino posible. Ese es el Plan B. Y esa renegociación no puede limitarse a unos “ajustes” y “revisiones” menores, a cambios cosméticos. Maquillar los acuerdos es hacerle trampa a la democracia y a la sentencia de la Corte. Tienen que abordarse los temas sustantivos que llevaron a que el No triunfara.
Quinto, el triunfo del No es una oportunidad de oro: tanto Santos como los defensores del Si han reconocido que el acuerdo con las Farc “no era perfecto”. De eso se trata la renegociación: de eliminar lo que no debería estar ahí y mejorar lo perfectible.
Sexto, más aun, el triunfo del No es la oportunidad de terminar la polarización política y social generada por el Gobierno y por el contenido de los acuerdos. Ahora es posible cerrar esas heridas y conseguir una unidad nacional republicana. Por supuesto, eso solo se consigue si el Gobierno asume con seriedad los planteamientos del No y los recoge en el acuerdo con las Farc.
Séptimo, el triunfo del No es una derrota sustantiva para la guerrilla, porque el acuerdo les concedía premios que no tiene ningún ciudadano y se les cayó su pretensión de que quedara en la Constitución su plataforma política. Pero la renegociación le permitirá obtener la sostenibilidad y la seguridad jurídica de lo acordado. La sostenibilidad y la seguridad no dependen de supuestos “blindajes” legales, sino del apoyo ciudadano y político a lo acordado.
Octavo, el acuerdo así renegociado tendría el respaldo de la inmensa mayoría de los ciudadanos, uniría a la sociedad y, después nos permitirá hacer política sin girar una y otra vez sobre las Farc. Nos podríamos dedicar, ahora sí, a abordar sin distracciones las otras grandes plagas del país: el narcotráfico, la corrupción y la pobreza.
Por Rafael Nieto Loaiza