¡Caramba, caramba! Aquí estoy yo, soy candidato a cargo público o corporativo de elección popular, pero nadie te conoce, porque no tienes nada que mostrar, excepto haber capitalizado en una posición del orden nacional, hablando eufemísticamente, porque resulta grotesco decir que robaron o desviaron recursos del erario, y en sus campañas políticas se pavonean y alardean de ser honestos, y como bandera ondean el ya manido discurso de luchar contra la corrupción.
¡Caramba, caramba! Aquí estoy yo, soy candidato a cargo público o corporativo de elección popular, pero nadie te conoce, porque no tienes nada que mostrar, excepto haber capitalizado en una posición del orden nacional, hablando eufemísticamente, porque resulta grotesco decir que robaron o desviaron recursos del erario, y en sus campañas políticas se pavonean y alardean de ser honestos, y como bandera ondean el ya manido discurso de luchar contra la corrupción.
¡Qué descaro! Pero eso no es nuevo, Nicolás Maquiavelo en su obra ‘El Príncipe’, tratado político del siglo 16, nos ilustra sobre el famoso apotegma: “Del poder político al poder económico y del poder económico al poder político”, entonces convierten el cargo público en lucro personal para ir al debate electoral con un músculo financiero que les permita diseminar vallas publicitarias que no se bajan de los $10 millones, cada una, y de toda una parafernalia para llegar a una instancia de elección popular.
La política no se hace la víspera sino los 365 días y al igual que un jardín o un cultivo hay que asistirlo, regarlo para que no se marchite, así es el arte de saber gobernar, no aparecer como el cometa, en época preelectoral, ejecutar obras sociales, no perder el contacto con la gente, auscultar sus necesidades, ser solidario, sembrar las regalías del carbón en educación, sacar a las personas de las trincheras de la droga, apostarle a la tecnología y resolver los problemas sin hollar valores como la honradez, la transparencia y la decencia, porque el decir es que robe, pero que haga.
No es de extrañar que cuando los valores se invierten la sociedad se envilece, porque lo correcto es que el gobernante haga, pero que no robe, y si es legislador que ejerza el control político y alce la voz en el Congreso de la República contra los entramados de corrupción, y propenda por normas que edifiquen y reconstruyan el tejido social de una nación que es gobernada con 6 millones de leyes, porque cuando es más corrupto el Estado hay más leyes.
El presidente Petro, sin dobleces, cuando fungió como congresista protagonizó debates memorables alrededor de la parapolítica, los falsos positivos y otros escándalos de resonancia nacional, lo que le dio réditos para alcanzar la silla presidencial, contra los pronósticos del profeta, Néstor Humberto Martínez Neira, cuando vaticinó que Petro jamás sería presidente de este país.
Hay quienes te tildan de petrista a nivel nacional, pero antipetrista a nivel local, tal vez porque en los territorios y en las regiones no hay quien tenga el talante de Gustavo Petro y muchos son candidatos del Pacto Histórico y de la Colombia Humana sin las condiciones del jefe de Estado, ni las agallas, ni la convicción, ni la formación, ni la dialéctica con que se fundaron los movimientos alternativos o progresistas, distorsionados en su esencia.
No es fácil gobernar contra el poder descomunal de los grupos económicos, gremial y empresarial, para refrendar lo que premonitoriamente declara el exdiplomático, exprocurador y exprofesor de derecho de las universidades Nacional y Libre de Bogotá por concurso de méritos, Álvaro Zuleta Oñate: ‘El petrismo nació y morirá con Petro’, de pronto tratando de emular a Cicerón: “La verdadera gloria echa raíces y se expande”, pero sabido es que todos los partidos políticos mueren al final, al devorar sus propias mentiras: Arbuthnot.
Por Miguel Aroca Yepes.
¡Caramba, caramba! Aquí estoy yo, soy candidato a cargo público o corporativo de elección popular, pero nadie te conoce, porque no tienes nada que mostrar, excepto haber capitalizado en una posición del orden nacional, hablando eufemísticamente, porque resulta grotesco decir que robaron o desviaron recursos del erario, y en sus campañas políticas se pavonean y alardean de ser honestos, y como bandera ondean el ya manido discurso de luchar contra la corrupción.
¡Caramba, caramba! Aquí estoy yo, soy candidato a cargo público o corporativo de elección popular, pero nadie te conoce, porque no tienes nada que mostrar, excepto haber capitalizado en una posición del orden nacional, hablando eufemísticamente, porque resulta grotesco decir que robaron o desviaron recursos del erario, y en sus campañas políticas se pavonean y alardean de ser honestos, y como bandera ondean el ya manido discurso de luchar contra la corrupción.
¡Qué descaro! Pero eso no es nuevo, Nicolás Maquiavelo en su obra ‘El Príncipe’, tratado político del siglo 16, nos ilustra sobre el famoso apotegma: “Del poder político al poder económico y del poder económico al poder político”, entonces convierten el cargo público en lucro personal para ir al debate electoral con un músculo financiero que les permita diseminar vallas publicitarias que no se bajan de los $10 millones, cada una, y de toda una parafernalia para llegar a una instancia de elección popular.
La política no se hace la víspera sino los 365 días y al igual que un jardín o un cultivo hay que asistirlo, regarlo para que no se marchite, así es el arte de saber gobernar, no aparecer como el cometa, en época preelectoral, ejecutar obras sociales, no perder el contacto con la gente, auscultar sus necesidades, ser solidario, sembrar las regalías del carbón en educación, sacar a las personas de las trincheras de la droga, apostarle a la tecnología y resolver los problemas sin hollar valores como la honradez, la transparencia y la decencia, porque el decir es que robe, pero que haga.
No es de extrañar que cuando los valores se invierten la sociedad se envilece, porque lo correcto es que el gobernante haga, pero que no robe, y si es legislador que ejerza el control político y alce la voz en el Congreso de la República contra los entramados de corrupción, y propenda por normas que edifiquen y reconstruyan el tejido social de una nación que es gobernada con 6 millones de leyes, porque cuando es más corrupto el Estado hay más leyes.
El presidente Petro, sin dobleces, cuando fungió como congresista protagonizó debates memorables alrededor de la parapolítica, los falsos positivos y otros escándalos de resonancia nacional, lo que le dio réditos para alcanzar la silla presidencial, contra los pronósticos del profeta, Néstor Humberto Martínez Neira, cuando vaticinó que Petro jamás sería presidente de este país.
Hay quienes te tildan de petrista a nivel nacional, pero antipetrista a nivel local, tal vez porque en los territorios y en las regiones no hay quien tenga el talante de Gustavo Petro y muchos son candidatos del Pacto Histórico y de la Colombia Humana sin las condiciones del jefe de Estado, ni las agallas, ni la convicción, ni la formación, ni la dialéctica con que se fundaron los movimientos alternativos o progresistas, distorsionados en su esencia.
No es fácil gobernar contra el poder descomunal de los grupos económicos, gremial y empresarial, para refrendar lo que premonitoriamente declara el exdiplomático, exprocurador y exprofesor de derecho de las universidades Nacional y Libre de Bogotá por concurso de méritos, Álvaro Zuleta Oñate: ‘El petrismo nació y morirá con Petro’, de pronto tratando de emular a Cicerón: “La verdadera gloria echa raíces y se expande”, pero sabido es que todos los partidos políticos mueren al final, al devorar sus propias mentiras: Arbuthnot.
Por Miguel Aroca Yepes.