Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 16 junio, 2013

El papá herrero que no me dio el apellido

Oscar Emilio Rincón Márquez, así era el nombre de mi padre, herrero de profesión y nacido en Convención, Norte de Santander.

Por Juan Rincón Vanegas

Oscar Emilio Rincón Márquez, así era el nombre de mi padre, herrero de profesión y nacido en Convención, Norte de Santander. Ese cachaco, se enamoró de Evelia María Vanegas Palomino, y en ese tira y jale del amor oculto nació en Chimichagua un sietemesino que en la vida tuvo varios apellidos.

Todo comenzó cuando él se alejó por no acabar con su hogar y después de eso cuando tenía dos años mi abuela María Leona Palomino Méndez, (toda una leona, linda y amable); mi madre y mis tías Estela, Florina e Isabel, me llevaron para Barrancabermeja. Nunca supe de mi papá hasta cuando tuve 17 años.

De esta manera fui registrado como Juan de Dios Vanegas Palomino. Así crecí y estudié la primaria en la Concentración José Antonio Galán con la profesora Verónica Rodríguez y el profesor Sebastián Sajonero.

El cambio de apellido se dio al ingresar al bachillerato en el Colegio Industrial, que el rector Gregorio Gamboa, un negrazo del Chocó, pidió el apellido del padre y mi mamá sacó a relucir el Rincón. El rector dijo que tenía que presentar el registro civil con el apellido paterno.

Ante eso vinieron las carreras y mi abuela, comadre de Prudencio Mejía, notario de Chimichagua, lo llamó y la solución era buscar personas que supieran que era hijo de Oscar Emilio Rincón, para elaborar un documento que ahora se llama extra juicio.

Mi abuela viajó al pueblo y regresó con el nuevo registro civil. Todo bien hasta ese momento e ingresé a esa institución educativa, pero la mamadera de gallo fue grande por parte de mis compañeros de la concentración José Antonio Galán con quienes me correspondió el primero de bachillerato, ahora sexto. “Oye, Juan cambiaste de colegio y hasta de apellidos”. 

Al final de sus días mi viejo me recompensó mucho de su cariño, hizo que viviera un tiempo con él y aunque no heredé nada de sus bienes porque nunca he sido metalizado y tampoco le pedí que me reconociera legalmente, si me siento orgulloso de él que aunque no me dio el apellido, si me enseñó a abrirme paso en la vida, a ser un luchador y a ser fuerte como el Yunque. Siempre lo he dicho, llevó el apellido Rincón y gracias a Dios lo he dejado muy en alto.

Al morir mi viejo, lo fui a acompañar a su último viaje, y  mis hermanos me prometieron darles una casa a mis hijos, pero esa promesa quedó como la canción del maestro Escalona.

Hoy es el día del padre y al viejo Oscar Emilio lo recuerdo caminando pausadamente por las calles de Pailitas y diciéndome que me parecía mucho a él, y que lo de la vieja Evelia, fue algo bonito. En medio de los recuerdos de ayer y de hoy nunca ha habido resentimientos en mi corazón sino agradecimientos a esos viejos por haberme traído al mundo, ese mundo que he pintado en crónicas.

Columnista
16 junio, 2013

El papá herrero que no me dio el apellido

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
El Pilón

Oscar Emilio Rincón Márquez, así era el nombre de mi padre, herrero de profesión y nacido en Convención, Norte de Santander.


Por Juan Rincón Vanegas

Oscar Emilio Rincón Márquez, así era el nombre de mi padre, herrero de profesión y nacido en Convención, Norte de Santander. Ese cachaco, se enamoró de Evelia María Vanegas Palomino, y en ese tira y jale del amor oculto nació en Chimichagua un sietemesino que en la vida tuvo varios apellidos.

Todo comenzó cuando él se alejó por no acabar con su hogar y después de eso cuando tenía dos años mi abuela María Leona Palomino Méndez, (toda una leona, linda y amable); mi madre y mis tías Estela, Florina e Isabel, me llevaron para Barrancabermeja. Nunca supe de mi papá hasta cuando tuve 17 años.

De esta manera fui registrado como Juan de Dios Vanegas Palomino. Así crecí y estudié la primaria en la Concentración José Antonio Galán con la profesora Verónica Rodríguez y el profesor Sebastián Sajonero.

El cambio de apellido se dio al ingresar al bachillerato en el Colegio Industrial, que el rector Gregorio Gamboa, un negrazo del Chocó, pidió el apellido del padre y mi mamá sacó a relucir el Rincón. El rector dijo que tenía que presentar el registro civil con el apellido paterno.

Ante eso vinieron las carreras y mi abuela, comadre de Prudencio Mejía, notario de Chimichagua, lo llamó y la solución era buscar personas que supieran que era hijo de Oscar Emilio Rincón, para elaborar un documento que ahora se llama extra juicio.

Mi abuela viajó al pueblo y regresó con el nuevo registro civil. Todo bien hasta ese momento e ingresé a esa institución educativa, pero la mamadera de gallo fue grande por parte de mis compañeros de la concentración José Antonio Galán con quienes me correspondió el primero de bachillerato, ahora sexto. “Oye, Juan cambiaste de colegio y hasta de apellidos”. 

Al final de sus días mi viejo me recompensó mucho de su cariño, hizo que viviera un tiempo con él y aunque no heredé nada de sus bienes porque nunca he sido metalizado y tampoco le pedí que me reconociera legalmente, si me siento orgulloso de él que aunque no me dio el apellido, si me enseñó a abrirme paso en la vida, a ser un luchador y a ser fuerte como el Yunque. Siempre lo he dicho, llevó el apellido Rincón y gracias a Dios lo he dejado muy en alto.

Al morir mi viejo, lo fui a acompañar a su último viaje, y  mis hermanos me prometieron darles una casa a mis hijos, pero esa promesa quedó como la canción del maestro Escalona.

Hoy es el día del padre y al viejo Oscar Emilio lo recuerdo caminando pausadamente por las calles de Pailitas y diciéndome que me parecía mucho a él, y que lo de la vieja Evelia, fue algo bonito. En medio de los recuerdos de ayer y de hoy nunca ha habido resentimientos en mi corazón sino agradecimientos a esos viejos por haberme traído al mundo, ese mundo que he pintado en crónicas.