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Columnista - 3 febrero, 2011

EL PADRINO DE MI HIJO

ESTA ESQUINA Por: Hernán Araujo Ariza En las vacaciones de fin de año que acaban de pasar, un día cualquiera recibí una llamada -a mi celular- diferente a las muchas que uno recibe normalmente. Era un amigo que vive en Bogotá, pero que aprovechaba la temporada para descansar en Valledupar. Esa tarde, se encontraba reposando […]

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ESTA ESQUINA

Por: Hernán Araujo Ariza
En las vacaciones de fin de año que acaban de pasar, un día cualquiera recibí una llamada -a mi celular- diferente a las muchas que uno recibe normalmente. Era un amigo que vive en Bogotá, pero que aprovechaba la temporada para descansar en Valledupar. Esa tarde, se encontraba reposando con un café, el almuerzo ‘multiharinas’ que acababa de comer.
Era un medio día corriente. El aire acondicionado del sitio cumplía muy bien su función de doblegar los 30 grados de temperatura ambiente. La comodidad de los sofás disponibles era inmejorable. Y la variedad de cafés y acompañamientos eran perfectos. Mejor dicho, era la tienda Juan Valdez del centro comercial Guatapurí, la receta perfecta para ese momento.
Todo transcurría de la manera más normal y tranquila, hasta que en la mesa de al lado se instala un grupo de 3 personas; que -sin haber pedido nada de tomar ni de comer- procedieron a dar inicio a su reunión. El motivo de la reunión fue lo que hizo que yo recibiera la llamada.
Si alguien observaba el grupo, seguramente no vería nada raro en él. Sin embargo, al escuchar lo que hablaban -como lo estaba haciendo sin proponérselo, quien me llamaba- era donde estaba la diferencia. En la mesa estaban tres personas: un “Contratista”, un “Contacto” (alguien cercano al contratante) y el otro se supone que era el que los conectaba a ambos. Mejor dicho, el “Calanchín”.
El asunto que trataban era un contrato de obra que se desarrollaría dentro de poco. Lo curioso, me cuentan, era que el contratista era quien exponía -con computador portátil y todo- cómo debían montar el proceso licitatorio y qué debían contener los pliegos, para que todo saliera bien.
Bien, para que pareciera concurso legal y no levantar mayores sospechas; y bien, para que ellos pudieran concretar el negocio y me imagino que repartir las comisiones de “Contacto” y Calanchín”.
En este punto de la conversación, mi amigo ya no estaba tan alarmado de ver con sus propios ojos, como se ponían de acuerdo para robarse la plata de nuestros impuestos; sino de la desvergüenza de estos tipos, para hablar semejante tema en un sitio tan público, sin siquiera molestarse por evitar que los vecinos escucharan.
Sin embargo, mi amigo no sabía quienes o de donde eran los protagonistas de la historia. Sólo sabíamos que se trataba de un trío de corruptos que estaban apenas concertando el delito, que pronto materializarían. En ese momento, el “Contacto” alienta al “Contratista” con la siguiente afirmación: “(…) no te preocupes, si es que Cristian es padrino de mi hijo (…)”. ¿Quién será el tal Cristian?
Luego recibí por correo electrónico, la foto discreta que mi amigo tomó esa tarde desde su celular. Al verla pude comprobar que el que actuaba como “Contacto” era un exgerente de Emdupar del que ya habíamos señalado otras cosas en esta columna. Ya los curiosos se encargarán de investigar cuál de los últimos gerentes de esa empresa tiene como compadre a un tal Cristian.
MI ÚLTIMA PALABRA:
Sería muy bueno que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar del Cesar o de Valledupar empezara a analizar el incremento de niños vendiendo o haciendo malabares en los semáforos de la ciudad. ¿Por qué no empezar a recogerlos para quitarles la potestad a sus padres? Será la única manera de acabar el negocio rentable que han montado sobre tan reprochable forma de explotación infantil.
www.pipearaujoariza.com

Columnista
3 febrero, 2011

EL PADRINO DE MI HIJO

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Araujo Ariza

ESTA ESQUINA Por: Hernán Araujo Ariza En las vacaciones de fin de año que acaban de pasar, un día cualquiera recibí una llamada -a mi celular- diferente a las muchas que uno recibe normalmente. Era un amigo que vive en Bogotá, pero que aprovechaba la temporada para descansar en Valledupar. Esa tarde, se encontraba reposando […]


ESTA ESQUINA

Por: Hernán Araujo Ariza
En las vacaciones de fin de año que acaban de pasar, un día cualquiera recibí una llamada -a mi celular- diferente a las muchas que uno recibe normalmente. Era un amigo que vive en Bogotá, pero que aprovechaba la temporada para descansar en Valledupar. Esa tarde, se encontraba reposando con un café, el almuerzo ‘multiharinas’ que acababa de comer.
Era un medio día corriente. El aire acondicionado del sitio cumplía muy bien su función de doblegar los 30 grados de temperatura ambiente. La comodidad de los sofás disponibles era inmejorable. Y la variedad de cafés y acompañamientos eran perfectos. Mejor dicho, era la tienda Juan Valdez del centro comercial Guatapurí, la receta perfecta para ese momento.
Todo transcurría de la manera más normal y tranquila, hasta que en la mesa de al lado se instala un grupo de 3 personas; que -sin haber pedido nada de tomar ni de comer- procedieron a dar inicio a su reunión. El motivo de la reunión fue lo que hizo que yo recibiera la llamada.
Si alguien observaba el grupo, seguramente no vería nada raro en él. Sin embargo, al escuchar lo que hablaban -como lo estaba haciendo sin proponérselo, quien me llamaba- era donde estaba la diferencia. En la mesa estaban tres personas: un “Contratista”, un “Contacto” (alguien cercano al contratante) y el otro se supone que era el que los conectaba a ambos. Mejor dicho, el “Calanchín”.
El asunto que trataban era un contrato de obra que se desarrollaría dentro de poco. Lo curioso, me cuentan, era que el contratista era quien exponía -con computador portátil y todo- cómo debían montar el proceso licitatorio y qué debían contener los pliegos, para que todo saliera bien.
Bien, para que pareciera concurso legal y no levantar mayores sospechas; y bien, para que ellos pudieran concretar el negocio y me imagino que repartir las comisiones de “Contacto” y Calanchín”.
En este punto de la conversación, mi amigo ya no estaba tan alarmado de ver con sus propios ojos, como se ponían de acuerdo para robarse la plata de nuestros impuestos; sino de la desvergüenza de estos tipos, para hablar semejante tema en un sitio tan público, sin siquiera molestarse por evitar que los vecinos escucharan.
Sin embargo, mi amigo no sabía quienes o de donde eran los protagonistas de la historia. Sólo sabíamos que se trataba de un trío de corruptos que estaban apenas concertando el delito, que pronto materializarían. En ese momento, el “Contacto” alienta al “Contratista” con la siguiente afirmación: “(…) no te preocupes, si es que Cristian es padrino de mi hijo (…)”. ¿Quién será el tal Cristian?
Luego recibí por correo electrónico, la foto discreta que mi amigo tomó esa tarde desde su celular. Al verla pude comprobar que el que actuaba como “Contacto” era un exgerente de Emdupar del que ya habíamos señalado otras cosas en esta columna. Ya los curiosos se encargarán de investigar cuál de los últimos gerentes de esa empresa tiene como compadre a un tal Cristian.
MI ÚLTIMA PALABRA:
Sería muy bueno que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar del Cesar o de Valledupar empezara a analizar el incremento de niños vendiendo o haciendo malabares en los semáforos de la ciudad. ¿Por qué no empezar a recogerlos para quitarles la potestad a sus padres? Será la única manera de acabar el negocio rentable que han montado sobre tan reprochable forma de explotación infantil.
www.pipearaujoariza.com