El Índice de Capital Humano, recientemente presentado en Bali por el Banco Mundial, es la nueva forma de medir el éxito de una economía, más allá de los centavos del PIB, que puede marcar crecimiento de un país cuando en realidad la gente no tiene dinero en el bolsillo. De esta manera, el informe señala […]
El Índice de Capital Humano, recientemente presentado en Bali por el Banco Mundial, es la nueva forma de medir el éxito de una economía, más allá de los centavos del PIB, que puede marcar crecimiento de un país cuando en realidad la gente no tiene dinero en el bolsillo. De esta manera, el informe señala que el Capital Humano consiste en “el conocimiento, habilidades y salud que la gente acumula a lo largo de su vida, permitiéndoles desarrollar su potencial como miembros productivos de una sociedad”.
El índice clasifica a los países de acuerdo a la inversión que estos hacen en sus juventudes. Una inversión en materia de educación y salud, la misma que realizara Singapur como política a largo plazo y que hoy le permite ocupar el primer puesto del ranking cuando en 1950 un adulto de ese país había completado solamente dos años de educación a lo largo de su vida. No se trata de cobertura sino también de calidad y justamente la calidad ha ubicado a los países asiáticos en los primeros cuatro lugares: Singapur, Corea del Sur, Japón y Hong Kong, seguidos por Finlandia en el quinto.
La historia de cada uno de estos países y su situación actual son la demostración de que les salió bien la apuesta. El crecimiento de la economía y la innovación en todas las áreas del conocimiento, la competitividad y productividad, la apertura y el dominio de los mercados no serían posibles sin varias generaciones formadas para tal auge. No se resignaron a seguir creciendo al ritmo y de a poquitos, sino que hicieron corte de cuentas y trabajaron con determinación por los menores para que fortaleciendo su vida y sus talentos pudieran sacar adelante al país.
América latina llega a este ranking en el puesto 45 con Chile, le sigue Costa Rica en el 57, Argentina en el 63, México queda de 64, Ecuador con el 66, Uruguay en el 68 y Colombia se ubica en el 70 apenas sobrepasando con 0.59 la mitad del índice. Es posible que muchos digan “bueno, ahí vamos, no nos fue tan mal”, seguro verán el vaso medio lleno, vamos de mitad para arriba. Pero el asunto es que no hay una apuesta rotunda por la educación y la salud de los más pequeños para convertirlos en grandiosos, para ofrecerles las mejores alternativas que puedan desarrollar su potencial.
Escuché a la ministra de Educación en la V Cumbre de Líderes por la Educación de Semana el mes pasado, con un discurso que hizo énfasis en los profesores, la necesidad de replantear los modelos pedagógicos, la renovación de la evaluación a profesores, el crecimiento de los mismos. No parece que estemos muy bien en esa materia, entonces no parece que los alumnos tengan mucho chance de tener la educación deseada y, no lo habrá, sobre todo, porque no habrá inversión, sino apenas gastos domésticos para el funcionamiento.
Por María Angélica Pumarejo
El Índice de Capital Humano, recientemente presentado en Bali por el Banco Mundial, es la nueva forma de medir el éxito de una economía, más allá de los centavos del PIB, que puede marcar crecimiento de un país cuando en realidad la gente no tiene dinero en el bolsillo. De esta manera, el informe señala […]
El Índice de Capital Humano, recientemente presentado en Bali por el Banco Mundial, es la nueva forma de medir el éxito de una economía, más allá de los centavos del PIB, que puede marcar crecimiento de un país cuando en realidad la gente no tiene dinero en el bolsillo. De esta manera, el informe señala que el Capital Humano consiste en “el conocimiento, habilidades y salud que la gente acumula a lo largo de su vida, permitiéndoles desarrollar su potencial como miembros productivos de una sociedad”.
El índice clasifica a los países de acuerdo a la inversión que estos hacen en sus juventudes. Una inversión en materia de educación y salud, la misma que realizara Singapur como política a largo plazo y que hoy le permite ocupar el primer puesto del ranking cuando en 1950 un adulto de ese país había completado solamente dos años de educación a lo largo de su vida. No se trata de cobertura sino también de calidad y justamente la calidad ha ubicado a los países asiáticos en los primeros cuatro lugares: Singapur, Corea del Sur, Japón y Hong Kong, seguidos por Finlandia en el quinto.
La historia de cada uno de estos países y su situación actual son la demostración de que les salió bien la apuesta. El crecimiento de la economía y la innovación en todas las áreas del conocimiento, la competitividad y productividad, la apertura y el dominio de los mercados no serían posibles sin varias generaciones formadas para tal auge. No se resignaron a seguir creciendo al ritmo y de a poquitos, sino que hicieron corte de cuentas y trabajaron con determinación por los menores para que fortaleciendo su vida y sus talentos pudieran sacar adelante al país.
América latina llega a este ranking en el puesto 45 con Chile, le sigue Costa Rica en el 57, Argentina en el 63, México queda de 64, Ecuador con el 66, Uruguay en el 68 y Colombia se ubica en el 70 apenas sobrepasando con 0.59 la mitad del índice. Es posible que muchos digan “bueno, ahí vamos, no nos fue tan mal”, seguro verán el vaso medio lleno, vamos de mitad para arriba. Pero el asunto es que no hay una apuesta rotunda por la educación y la salud de los más pequeños para convertirlos en grandiosos, para ofrecerles las mejores alternativas que puedan desarrollar su potencial.
Escuché a la ministra de Educación en la V Cumbre de Líderes por la Educación de Semana el mes pasado, con un discurso que hizo énfasis en los profesores, la necesidad de replantear los modelos pedagógicos, la renovación de la evaluación a profesores, el crecimiento de los mismos. No parece que estemos muy bien en esa materia, entonces no parece que los alumnos tengan mucho chance de tener la educación deseada y, no lo habrá, sobre todo, porque no habrá inversión, sino apenas gastos domésticos para el funcionamiento.
Por María Angélica Pumarejo