Mientras escribíamos estas notas editoriales, al caer la noche de un 17 de diciembre, recordamos que hace 190 años el Libertador moría en Santa Marta con la profunda desilusión al ver cómo la República se venía despedazando por los enfrentamientos entre los patriotas y ahora amigos del nuevo régimen de independencia y libertad. “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
Mientras escribíamos estas notas editoriales, al caer la noche de un 17 de diciembre, recordamos que hace 190 años el Libertador moría en Santa Marta con la profunda desilusión al ver cómo la República se venía despedazando por los enfrentamientos entre los patriotas y ahora amigos del nuevo régimen de independencia y libertad. “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
Había declarado en la víspera. Algunos años atrás ya rondaba en su cabeza la idea que “en la cabeza de cada colombiano había un país diferente”.
Se podía asumir que las diferencias, las divisiones, eran por razones ideológicas profundas, puntos de honor o diferencias tácticas frente a qué curso seguir en la consolidación de la República e incluso pareceres distintos de personalidades en contradicción y desencuentro, y se dejaba al lado cualquier análisis de qué otros intereses materiales podía haber para generar la división. Se puede afirmar que los aspectos de las ideas movían más que la bolsa y el afán material.
Dos siglos después priman más los intereses materiales, los afanes del poder para controlar y ganar dinero de la forma más grotesca, que los propósitos más altruistas de servir a la comunidad. Y cuando se llega a acuerdos en no pocas ocasiones se abren paso con una repartición de la bolsa y sus colaterales beneficios.
Mientras tanto el diálogo honesto, la conciliación, la negociación transparente dejan de ser instrumentos, herramientas fundamentales para superar las diferencias en medio del respeto y la consideración al otro.
Ese camino no se usa porque no deja ser una conversación franca y honesta sino de tozuda imposición. Es lo que ha sucedido con los conflictos de poder que se han presentado en diferentes instituciones públicas del departamento como la Universidad Popular del Cesar, Corpocesar, las instituciones sociales de salud y, para muestra más presente estos días, del cuerpo de bomberos de Valledupar.
Una pelea de gallos bastos, de la zona gallera de la ciudad donde se localiza, es lo que se evidencia de las historias de denuncias, confabulaciones, faldas, sobreprecios, tráfico de influencias, enriquecimientos y enfrentamientos que vienen matando el anhelo vallenato de tener un cuerpo de bomberos modelo, como debe ser.
Ese cuerpo de más de 50 bomberos de primera línea de fuego no ha recibido oportunamente sus salarios porque el órgano directivo, esos 15 oficiales, que son voluntarios, vienen convirtiendo la institución en un tinglado. No menos el mismo sindicato de los trabajadores.
Los bomberos han perdido posibilidades de mejorar, de obtener mejores equipos y máquinas como el carro que para atender incendios de altos edificios una vez prometió el pasado gobernador Franco Ovalle.
Pensemos que si son voluntarios es porque lo hacen de manera benevolente con la comunidad, pero unos descubrieron en los últimos años que podían hallar en el manejo una forma lucrativa de medrar, corromper, favorecer e intercambiar favores.
Mientras escribíamos estas notas editoriales, al caer la noche de un 17 de diciembre, recordamos que hace 190 años el Libertador moría en Santa Marta con la profunda desilusión al ver cómo la República se venía despedazando por los enfrentamientos entre los patriotas y ahora amigos del nuevo régimen de independencia y libertad. “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
Mientras escribíamos estas notas editoriales, al caer la noche de un 17 de diciembre, recordamos que hace 190 años el Libertador moría en Santa Marta con la profunda desilusión al ver cómo la República se venía despedazando por los enfrentamientos entre los patriotas y ahora amigos del nuevo régimen de independencia y libertad. “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
Había declarado en la víspera. Algunos años atrás ya rondaba en su cabeza la idea que “en la cabeza de cada colombiano había un país diferente”.
Se podía asumir que las diferencias, las divisiones, eran por razones ideológicas profundas, puntos de honor o diferencias tácticas frente a qué curso seguir en la consolidación de la República e incluso pareceres distintos de personalidades en contradicción y desencuentro, y se dejaba al lado cualquier análisis de qué otros intereses materiales podía haber para generar la división. Se puede afirmar que los aspectos de las ideas movían más que la bolsa y el afán material.
Dos siglos después priman más los intereses materiales, los afanes del poder para controlar y ganar dinero de la forma más grotesca, que los propósitos más altruistas de servir a la comunidad. Y cuando se llega a acuerdos en no pocas ocasiones se abren paso con una repartición de la bolsa y sus colaterales beneficios.
Mientras tanto el diálogo honesto, la conciliación, la negociación transparente dejan de ser instrumentos, herramientas fundamentales para superar las diferencias en medio del respeto y la consideración al otro.
Ese camino no se usa porque no deja ser una conversación franca y honesta sino de tozuda imposición. Es lo que ha sucedido con los conflictos de poder que se han presentado en diferentes instituciones públicas del departamento como la Universidad Popular del Cesar, Corpocesar, las instituciones sociales de salud y, para muestra más presente estos días, del cuerpo de bomberos de Valledupar.
Una pelea de gallos bastos, de la zona gallera de la ciudad donde se localiza, es lo que se evidencia de las historias de denuncias, confabulaciones, faldas, sobreprecios, tráfico de influencias, enriquecimientos y enfrentamientos que vienen matando el anhelo vallenato de tener un cuerpo de bomberos modelo, como debe ser.
Ese cuerpo de más de 50 bomberos de primera línea de fuego no ha recibido oportunamente sus salarios porque el órgano directivo, esos 15 oficiales, que son voluntarios, vienen convirtiendo la institución en un tinglado. No menos el mismo sindicato de los trabajadores.
Los bomberos han perdido posibilidades de mejorar, de obtener mejores equipos y máquinas como el carro que para atender incendios de altos edificios una vez prometió el pasado gobernador Franco Ovalle.
Pensemos que si son voluntarios es porque lo hacen de manera benevolente con la comunidad, pero unos descubrieron en los últimos años que podían hallar en el manejo una forma lucrativa de medrar, corromper, favorecer e intercambiar favores.