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Columnista - 28 enero, 2019

El mundo enfermo

El país crepita atizado por la violencia y el sinsentido. En ese desquiciamiento cotidiano hay sucesos que no logramos entender, si se tiene en cuenta que con el transcurrir de las eras, de los siglos, de los años, de los días, el ser humano debería ir logrando, si no la perfección, sí tender a ser […]

El país crepita atizado por la violencia y el sinsentido. En ese desquiciamiento cotidiano hay sucesos que no logramos entender, si se tiene en cuenta que con el transcurrir de las eras, de los siglos, de los años, de los días, el ser humano debería ir logrando, si no la perfección, sí tender a ser más racional, más humano, pero parece que cada logro elevado lo destroza con el más aberrante accionar telúrico, rastrero, imperdonable.
Hoy escribo indignada, mi condición de habitante del planeta, de ciudadana, de mujer y, por encima de todo, de madre me lleva a repudiar el tristísimo y aberrante suceso que hemos vivido en esta ciudad.

El martirio de Juan Felipe Ustáriz González, no debió ocurrir nunca, escuece y lleva a pensar que el mundo, en medio de adelantos importantes en la ciencia, en la tecnología, en todas las manifestaciones de esta civilización se ha quedado en el estadio del salvajismo, que ahora no es otra cosa que las falta de principios, de temor de Dios y los que no creen en Él, por lo menos del temor natural de parecerse a las bestias.

El mundo está enfermo. Tiene un mal nauseabundo que carcome conciencias, principios humanos, leyes, derechos de los vivientes, que destroza conciencias, que se ha enquistado en los seres para quitarles el alma, la compasión, la nobleza. Nuestra región es víctima de ese mal, se contagió y el resultado son actos demenciales como el que acaba de ocurrir, que nos duele en lo más profundo.

¿Y qué hacemos? ¿Llorar? No se puede, porque la indignación ataja las lágrimas; ya son muchos los lloros esparcidos por todos los rincones del país. ¿Protestar? No. Las protestas están devaluadas. ¿Marchas? No, porque si bien son una esperanza, nunca han servido para nada. ¿Cuál marcha ha resuelto un problema? Los violentos se ríen, el gobierno ignora, los escépticos nos quedamos en casa, que otros marchen, que otros griten, a ver si los oyen. Que alguien diga qué hacemos ante un acto como este que acabamos de vivir unidos a una familia que llora en medio de su impotencia ante el salvajismo.

El país crepita atizado por los llantos y tristezas de todos los que se ven perdidos, solos, maltratados, incomprendidos, con los sueños destrozados. El país cruje avivado por problemas insondables que se agrandan ante la actitud impertérrita de los encargados de solucionarlos, conjurarlos, exorcizarlos, de, por lo menos, aliviarlos.

El país crepita y cada día es atizado por nuevos episodios de impunidad, corrupción rampante de barbarie, de soldados, policías y civiles muertos, heridos o maltratados.
Ante este panorama de incertidumbre, solo nos queda abrazarnos a la esperanza, todos con una plegaria a Dios o en quien crean, una oración, sí, por el mundo, por nuestra tierra, por nuestra gente, por nuestros hijos y por los hijos ajenos. Tener en cuenta al Papa Francisco cuando dijo: “Solo el amor nos vuelve más humanos.”

Un abrazo a Orlando a Gloria a Silvana, a toda la familia.

Columnista
28 enero, 2019

El mundo enfermo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

El país crepita atizado por la violencia y el sinsentido. En ese desquiciamiento cotidiano hay sucesos que no logramos entender, si se tiene en cuenta que con el transcurrir de las eras, de los siglos, de los años, de los días, el ser humano debería ir logrando, si no la perfección, sí tender a ser […]


El país crepita atizado por la violencia y el sinsentido. En ese desquiciamiento cotidiano hay sucesos que no logramos entender, si se tiene en cuenta que con el transcurrir de las eras, de los siglos, de los años, de los días, el ser humano debería ir logrando, si no la perfección, sí tender a ser más racional, más humano, pero parece que cada logro elevado lo destroza con el más aberrante accionar telúrico, rastrero, imperdonable.
Hoy escribo indignada, mi condición de habitante del planeta, de ciudadana, de mujer y, por encima de todo, de madre me lleva a repudiar el tristísimo y aberrante suceso que hemos vivido en esta ciudad.

El martirio de Juan Felipe Ustáriz González, no debió ocurrir nunca, escuece y lleva a pensar que el mundo, en medio de adelantos importantes en la ciencia, en la tecnología, en todas las manifestaciones de esta civilización se ha quedado en el estadio del salvajismo, que ahora no es otra cosa que las falta de principios, de temor de Dios y los que no creen en Él, por lo menos del temor natural de parecerse a las bestias.

El mundo está enfermo. Tiene un mal nauseabundo que carcome conciencias, principios humanos, leyes, derechos de los vivientes, que destroza conciencias, que se ha enquistado en los seres para quitarles el alma, la compasión, la nobleza. Nuestra región es víctima de ese mal, se contagió y el resultado son actos demenciales como el que acaba de ocurrir, que nos duele en lo más profundo.

¿Y qué hacemos? ¿Llorar? No se puede, porque la indignación ataja las lágrimas; ya son muchos los lloros esparcidos por todos los rincones del país. ¿Protestar? No. Las protestas están devaluadas. ¿Marchas? No, porque si bien son una esperanza, nunca han servido para nada. ¿Cuál marcha ha resuelto un problema? Los violentos se ríen, el gobierno ignora, los escépticos nos quedamos en casa, que otros marchen, que otros griten, a ver si los oyen. Que alguien diga qué hacemos ante un acto como este que acabamos de vivir unidos a una familia que llora en medio de su impotencia ante el salvajismo.

El país crepita atizado por los llantos y tristezas de todos los que se ven perdidos, solos, maltratados, incomprendidos, con los sueños destrozados. El país cruje avivado por problemas insondables que se agrandan ante la actitud impertérrita de los encargados de solucionarlos, conjurarlos, exorcizarlos, de, por lo menos, aliviarlos.

El país crepita y cada día es atizado por nuevos episodios de impunidad, corrupción rampante de barbarie, de soldados, policías y civiles muertos, heridos o maltratados.
Ante este panorama de incertidumbre, solo nos queda abrazarnos a la esperanza, todos con una plegaria a Dios o en quien crean, una oración, sí, por el mundo, por nuestra tierra, por nuestra gente, por nuestros hijos y por los hijos ajenos. Tener en cuenta al Papa Francisco cuando dijo: “Solo el amor nos vuelve más humanos.”

Un abrazo a Orlando a Gloria a Silvana, a toda la familia.