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Columnista - 24 junio, 2014

El mercado de las emociones

El hombre postmoderno está tan ávido de emociones, que éstas han pasado a hacer parte de la canasta familiar como forma de combatir el vacío existencial, lo que ha originado una nueva industria o mercado, basado en las emociones efímeras. Es menester emocionarse con un cuerpo esbelto de una modelo, con la fotografía de alguien […]

El hombre postmoderno está tan ávido de emociones, que éstas han pasado a hacer parte de la canasta familiar como forma de combatir el vacío existencial, lo que ha originado una nueva industria o mercado, basado en las emociones efímeras.

Es menester emocionarse con un cuerpo esbelto de una modelo, con la fotografía de alguien que salva a un perro de morir ahogado o de un video de un niño llorando ante la pérdida de su mascota. Lo que resulta peligroso es permanecer en la emoción o entrar en el terreno del amor, pues éste es visto como una de las armas más letales para combatir el éxito personal.

Vivimos en la era en la que las emociones fugaces han tomado un valor descomunal hasta el punto de que a partir de ellas se construyen discursos que buscan llamar la atención de los ciudadanos y con ellos mantenerlos conectados a una eficiente estructura de mercadería que cada día explora la posibilidad de sensibilizar a las masas, sin que se ahonde en la reflexión.

La tendencia es emocionar rápidamente, sin importar qué tanto haya que exagerar, ficcionalizar o inventar; explotar la sensiblidad lo más rápido y eficazmente posible, antes de que el lector, televidente o el ciudadano de la red despierte del encantamiento del que fue presa.

Hoy se apela a las emociones desde las redes para elegir presidentes, apoyar a equipos de fútbol, para combatir enemigos, protestar por malas políticas de gobierno o simplemente para construir un nuevo tipo de realidad en la que es preciso vivir dopados por el imperio de las emociones vueltas novelería y utilizadas como mercancía, como estrategia para llamar la atención de otros y con ello mantenerse vigentes.

La guerra de estos últimos tiempos se soporta en el ego humano de ser considerado popular; hoy el éxito de periodistas, políticos, actores de cine y televisión, de líderes espirituales, deportistas y personas del común se mide más allá de su talento, por los seguidores que tengan en las redes sociales, no importa si para ellos toca mentir, inventar nuevas ficciones o convocar a la guerra; cualquier recurso es válido con tal de aumentar popularidad.

Hace algunos días las redes sociales, sobre la base de la ficción y la noticia vuelta novelería construyeron un nuevo héroe a partir de lás lagrimas que derramaba mientras sonaba el himno nacional de su país como antesala a un partido de fútbol. Me refiero al jugador de Costa de Marfil, Serey Die. De inmediato millones de personas en redes sociales reproducían la fotografía de un rostro profundamente afectado hasta las lágrimas en el que afirmaban que el nuevo héroe era un hombre digno de emular, pues se había enterado dos horas antes del partido con Colombia, su rival de turno, que su padre había muerto.

Sin ahondar en la verdad, esta mentira se convirtió en la realidad de millones de personas que buscan nuevos héroes desde sus emociones; héroes desentronizados con la misma furia y rapidez con la que fueron entronizados, pues a las pocas horas el mismo jugador desmintió la versión, aclarando que su padre había muerto hacía más de diez años y que solo lloraba por la profunda emoción de sentirse representante de su patria.

Nadie pensó que Serey pudiera estar llorando por orgullo patriótico, pues en ese tipo de metarrelatos ya nadie cree, por eso era mejor mostrarlo tremendamente afectado por la muerte de su padre y más aún con valor para jugar a pesar de su dolor. El sufrimiento, la caridad o la crueldad llevada hasta el paroxismo, es una estrategia comercial eficaz similar al morbo con el que se venden cervezas, carros, cremas o desinfectantes, vehiculados por las emociones que producen las modelos que terminaron por integrar su cuerpo a un buen closter que venda efectivamente el paquete de mercancías que se ofrece.

 

 

Columnista
24 junio, 2014

El mercado de las emociones

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

El hombre postmoderno está tan ávido de emociones, que éstas han pasado a hacer parte de la canasta familiar como forma de combatir el vacío existencial, lo que ha originado una nueva industria o mercado, basado en las emociones efímeras. Es menester emocionarse con un cuerpo esbelto de una modelo, con la fotografía de alguien […]


El hombre postmoderno está tan ávido de emociones, que éstas han pasado a hacer parte de la canasta familiar como forma de combatir el vacío existencial, lo que ha originado una nueva industria o mercado, basado en las emociones efímeras.

Es menester emocionarse con un cuerpo esbelto de una modelo, con la fotografía de alguien que salva a un perro de morir ahogado o de un video de un niño llorando ante la pérdida de su mascota. Lo que resulta peligroso es permanecer en la emoción o entrar en el terreno del amor, pues éste es visto como una de las armas más letales para combatir el éxito personal.

Vivimos en la era en la que las emociones fugaces han tomado un valor descomunal hasta el punto de que a partir de ellas se construyen discursos que buscan llamar la atención de los ciudadanos y con ellos mantenerlos conectados a una eficiente estructura de mercadería que cada día explora la posibilidad de sensibilizar a las masas, sin que se ahonde en la reflexión.

La tendencia es emocionar rápidamente, sin importar qué tanto haya que exagerar, ficcionalizar o inventar; explotar la sensiblidad lo más rápido y eficazmente posible, antes de que el lector, televidente o el ciudadano de la red despierte del encantamiento del que fue presa.

Hoy se apela a las emociones desde las redes para elegir presidentes, apoyar a equipos de fútbol, para combatir enemigos, protestar por malas políticas de gobierno o simplemente para construir un nuevo tipo de realidad en la que es preciso vivir dopados por el imperio de las emociones vueltas novelería y utilizadas como mercancía, como estrategia para llamar la atención de otros y con ello mantenerse vigentes.

La guerra de estos últimos tiempos se soporta en el ego humano de ser considerado popular; hoy el éxito de periodistas, políticos, actores de cine y televisión, de líderes espirituales, deportistas y personas del común se mide más allá de su talento, por los seguidores que tengan en las redes sociales, no importa si para ellos toca mentir, inventar nuevas ficciones o convocar a la guerra; cualquier recurso es válido con tal de aumentar popularidad.

Hace algunos días las redes sociales, sobre la base de la ficción y la noticia vuelta novelería construyeron un nuevo héroe a partir de lás lagrimas que derramaba mientras sonaba el himno nacional de su país como antesala a un partido de fútbol. Me refiero al jugador de Costa de Marfil, Serey Die. De inmediato millones de personas en redes sociales reproducían la fotografía de un rostro profundamente afectado hasta las lágrimas en el que afirmaban que el nuevo héroe era un hombre digno de emular, pues se había enterado dos horas antes del partido con Colombia, su rival de turno, que su padre había muerto.

Sin ahondar en la verdad, esta mentira se convirtió en la realidad de millones de personas que buscan nuevos héroes desde sus emociones; héroes desentronizados con la misma furia y rapidez con la que fueron entronizados, pues a las pocas horas el mismo jugador desmintió la versión, aclarando que su padre había muerto hacía más de diez años y que solo lloraba por la profunda emoción de sentirse representante de su patria.

Nadie pensó que Serey pudiera estar llorando por orgullo patriótico, pues en ese tipo de metarrelatos ya nadie cree, por eso era mejor mostrarlo tremendamente afectado por la muerte de su padre y más aún con valor para jugar a pesar de su dolor. El sufrimiento, la caridad o la crueldad llevada hasta el paroxismo, es una estrategia comercial eficaz similar al morbo con el que se venden cervezas, carros, cremas o desinfectantes, vehiculados por las emociones que producen las modelos que terminaron por integrar su cuerpo a un buen closter que venda efectivamente el paquete de mercancías que se ofrece.