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Columnista - 30 junio, 2019

El mal está hecho

Las frutas y verduras son de los alimentos naturales más sanos y necesarios en nuestra dieta. Además de sabrosas, son indispensables para bajar de peso, mantener la hidratación y para una buena digestión. Siendo Colombia un país tropical por su geografía, la cantidad de frutas y verduras nativas que crecen en nuestro territorio es incomparable.

Las alertas sobre el calentamiento global no son nada nuevo, provienen del siglo 19 cuando el grupo de científicos del proyecto Midas, liderado por Adrian Luckman, predijo el desastre ecológico que se avecinaba y presagiaba el fin del planeta, dada la presencia desventurada del hacha y la motosierra que condujeron al sello lapidario de nuestros ríos, o cualquier asomo de flora y fauna, como lo reseña en su obra literaria titulada “Los Perros de Puente Tabla” el periodista y escritor de La Paz, Luis Alberto Díaz Araújo, sin soslayar la torpe decisión del Congreso de la República que acaba de hundir el proyecto de ley de protección de las abejas. “Salvar las abejas es salvar el planeta”, como responsables de la producción vegetal a través de la polinización. Y pensar que de 4 alimentos que van a la mesa, 3 son llevados por las abejas.

Pues bien, la brutal deforestación y el crecimiento industrial precipitaron el drama, para hablar hoy de calentamiento global que se gestó por cuenta de la mano depredadora del hombre en su demencial postura de sentirse dueño absoluto del planeta, o su omnipotencia y vergüenza de ser la única especie que atenta contra el medio en que vive.

Ahí está el resultado, lo dantesco, el derretimiento de los páramos y glaciares que han perdido 75 centímetros de espesor, fenómeno que se triplica cada 10 años, al punto de desprenderse de la Antártida el iceberg más grande de todos los tiempos, bloque de hielo que pesa un billón de toneladas y alcanza una superficie de 6.000 kilómetros cuadrados, 10 veces la ciudad de Madrid y 4 la ciudad de Méjico, cuyos fraccionamientos a juzgar de los investigadores del impacto global ocasionarán más tsunamis,  catástrofes y tragedias de grandes proporciones, partiendo de la premisa de que los desastres naturales y los accidentes y enfermedades laborales matan más gente que las guerras, triplicando los índices de víctimas fatales.

Es tal el desbarajuste de ese mágico equilibrio que nos legó la naturaleza y que irresponsablemente hemos destruido, que el G-20 que agrupa a los 20 países con las economías más avanzadas del mundo, tomará acciones urgentes en reunión agendada este fin de semana en Osaka (Japón), tras los vaticinios científicos que apuntan a determinar 250 millones de desplazados en 2050 por culpa de los desastres naturales, y de paso revisar la amenaza latente por la basura del mar y la contaminación del plástico que se adhiere al estómago, junto a la afectación del tracto respiratorio, pero la “obstinación y la vehemencia en la opinión son las pruebas más seguras de la estupidez”, solía decir el poeta inglés Bernard Barton, atribuible ese comportamiento al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, incrédulo por intereses económicos al cambio climático, cuando las pruebas son irrefutables, pero más puede la terquedad que el “Acuerdo de París” que tiene como prioridad aunar esfuerzos para intentar disminuir en 2 grados las altas temperaturas que llegaron a 53 grados a la sombra y 62 grados al sol en Kuwait,  pacto de vida que  rompió el Jefe de la mayor potencia del mundo.

Miguel Aroca Yepes

Columnista
30 junio, 2019

El mal está hecho

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Miguel Aroca Yepez

Las frutas y verduras son de los alimentos naturales más sanos y necesarios en nuestra dieta. Además de sabrosas, son indispensables para bajar de peso, mantener la hidratación y para una buena digestión. Siendo Colombia un país tropical por su geografía, la cantidad de frutas y verduras nativas que crecen en nuestro territorio es incomparable.


Las alertas sobre el calentamiento global no son nada nuevo, provienen del siglo 19 cuando el grupo de científicos del proyecto Midas, liderado por Adrian Luckman, predijo el desastre ecológico que se avecinaba y presagiaba el fin del planeta, dada la presencia desventurada del hacha y la motosierra que condujeron al sello lapidario de nuestros ríos, o cualquier asomo de flora y fauna, como lo reseña en su obra literaria titulada “Los Perros de Puente Tabla” el periodista y escritor de La Paz, Luis Alberto Díaz Araújo, sin soslayar la torpe decisión del Congreso de la República que acaba de hundir el proyecto de ley de protección de las abejas. “Salvar las abejas es salvar el planeta”, como responsables de la producción vegetal a través de la polinización. Y pensar que de 4 alimentos que van a la mesa, 3 son llevados por las abejas.

Pues bien, la brutal deforestación y el crecimiento industrial precipitaron el drama, para hablar hoy de calentamiento global que se gestó por cuenta de la mano depredadora del hombre en su demencial postura de sentirse dueño absoluto del planeta, o su omnipotencia y vergüenza de ser la única especie que atenta contra el medio en que vive.

Ahí está el resultado, lo dantesco, el derretimiento de los páramos y glaciares que han perdido 75 centímetros de espesor, fenómeno que se triplica cada 10 años, al punto de desprenderse de la Antártida el iceberg más grande de todos los tiempos, bloque de hielo que pesa un billón de toneladas y alcanza una superficie de 6.000 kilómetros cuadrados, 10 veces la ciudad de Madrid y 4 la ciudad de Méjico, cuyos fraccionamientos a juzgar de los investigadores del impacto global ocasionarán más tsunamis,  catástrofes y tragedias de grandes proporciones, partiendo de la premisa de que los desastres naturales y los accidentes y enfermedades laborales matan más gente que las guerras, triplicando los índices de víctimas fatales.

Es tal el desbarajuste de ese mágico equilibrio que nos legó la naturaleza y que irresponsablemente hemos destruido, que el G-20 que agrupa a los 20 países con las economías más avanzadas del mundo, tomará acciones urgentes en reunión agendada este fin de semana en Osaka (Japón), tras los vaticinios científicos que apuntan a determinar 250 millones de desplazados en 2050 por culpa de los desastres naturales, y de paso revisar la amenaza latente por la basura del mar y la contaminación del plástico que se adhiere al estómago, junto a la afectación del tracto respiratorio, pero la “obstinación y la vehemencia en la opinión son las pruebas más seguras de la estupidez”, solía decir el poeta inglés Bernard Barton, atribuible ese comportamiento al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, incrédulo por intereses económicos al cambio climático, cuando las pruebas son irrefutables, pero más puede la terquedad que el “Acuerdo de París” que tiene como prioridad aunar esfuerzos para intentar disminuir en 2 grados las altas temperaturas que llegaron a 53 grados a la sombra y 62 grados al sol en Kuwait,  pacto de vida que  rompió el Jefe de la mayor potencia del mundo.

Miguel Aroca Yepes