Del municipio El Carmen, Norte de Santander, dice el poeta Ciro Castilla Jácome: “El paisaje de múltiples colores, tal vez un retablo de oro martillado con chispas de arco iris”. Allí, en esa raigambre vegetal, nació Luis Mendoza Villalba (1938), el mayor de ocho hermanos, en el hogar de Julio Mendoza Cianci y Carmen Villalba […]
Del municipio El Carmen, Norte de Santander, dice el poeta Ciro Castilla Jácome: “El paisaje de múltiples colores, tal vez un retablo de oro martillado con chispas de arco iris”. Allí, en esa raigambre vegetal, nació Luis Mendoza Villalba (1938), el mayor de ocho hermanos, en el hogar de Julio Mendoza Cianci y Carmen Villalba Carpio.
Desde niño, Luis era un ser iluminado en sus propósitos, de espíritu luchador y benevolente. Al terminar el ciclo escolar de primaria sus padres, católicos fervientes, soñaban que fuera sacerdote y lo matriculan en el Seminario de Ocaña, donde inicia sus estudios secundarios y con el rigor de la disciplina desarrolla los principios de la inteligencia y el dominio de saberes; pero tuvo tiempo para descubrir que el celibato no era posible en un irredento amante de la poesía y la música; se fue entonces por la autonomía del pensamiento y la trascendencia de la lingüística.
Soñador de caminos, decide salir a buscar horizontes. En Curumaní hace su primera estación en 1958. Allí fundó un colegio de primaria. Tres años después prosigue su periplo y llega a Valledupar y trabaja en los colegios “Antonio Nariño” y en el “Instituto América”. En 1960, fundó el colegio “Francisco José de Caldas”, en el recién creado barrio Primero de Mayo.
En ese momento su meta era ser profesional en docencia universitaria. Como los estudios del Seminario no legitimaban su entrada a la Universidad, en el Colegio Loperena valida en tres años el ciclo de secundaria y recibe su grado de bachiller en 1969. Al año siguiente se va para Bogotá a estudiar licenciatura en filología e idiomas en la Universidad Libre, y trabaja de profesor en la Normal de Zipaquirá.
Regresa a Valledupar y es nombrado profesor en el Instituto Técnico Industrial “Pedro Castro Monsalvo” y en el colegio “Ciro Pupo” de La Paz. En 1976 gana la beca del Convenio OEA y Universidad del Valle (Cali), para estudiar maestría en Administración Educativa. En 1979 es nombrado rector del INEM de Montería, y un año después en el Instituto Técnico Agrícola de Espinal (Tolima), y en 1981 decano de la Facultad de Educación de la Universidad Surcolombiana, sede Florencia.
Los lazos de la añoranza por su Valledupar del alma, donde ya vivía toda su familia, lo hacen regresar. En 1982 es nombrado profesor de la Universidad Popular del Cesar y del colegio “Alfonso López Pumarejo”. En la Universidad fue uno de los líderes en la apertura de la Licenciatura en Lengua Castellana e Inglés, lo mismo que en la publicación de revistas y libros.
Allí termina su itinerario laboral de 50 años, pero sigue en Valledupar, en ocasiones participa de tertulias literarias. En su casa vive rodeado de libros y recuerdos, en la cercanía de hijas y nietos. En su espíritu se trenzan los colores de la nostalgia. Y la voz sonora de amores y pechiches de su esposa, Margarita Martínez, son ecos en la memoria, desde la lejanía celestial.
Del municipio El Carmen, Norte de Santander, dice el poeta Ciro Castilla Jácome: “El paisaje de múltiples colores, tal vez un retablo de oro martillado con chispas de arco iris”. Allí, en esa raigambre vegetal, nació Luis Mendoza Villalba (1938), el mayor de ocho hermanos, en el hogar de Julio Mendoza Cianci y Carmen Villalba […]
Del municipio El Carmen, Norte de Santander, dice el poeta Ciro Castilla Jácome: “El paisaje de múltiples colores, tal vez un retablo de oro martillado con chispas de arco iris”. Allí, en esa raigambre vegetal, nació Luis Mendoza Villalba (1938), el mayor de ocho hermanos, en el hogar de Julio Mendoza Cianci y Carmen Villalba Carpio.
Desde niño, Luis era un ser iluminado en sus propósitos, de espíritu luchador y benevolente. Al terminar el ciclo escolar de primaria sus padres, católicos fervientes, soñaban que fuera sacerdote y lo matriculan en el Seminario de Ocaña, donde inicia sus estudios secundarios y con el rigor de la disciplina desarrolla los principios de la inteligencia y el dominio de saberes; pero tuvo tiempo para descubrir que el celibato no era posible en un irredento amante de la poesía y la música; se fue entonces por la autonomía del pensamiento y la trascendencia de la lingüística.
Soñador de caminos, decide salir a buscar horizontes. En Curumaní hace su primera estación en 1958. Allí fundó un colegio de primaria. Tres años después prosigue su periplo y llega a Valledupar y trabaja en los colegios “Antonio Nariño” y en el “Instituto América”. En 1960, fundó el colegio “Francisco José de Caldas”, en el recién creado barrio Primero de Mayo.
En ese momento su meta era ser profesional en docencia universitaria. Como los estudios del Seminario no legitimaban su entrada a la Universidad, en el Colegio Loperena valida en tres años el ciclo de secundaria y recibe su grado de bachiller en 1969. Al año siguiente se va para Bogotá a estudiar licenciatura en filología e idiomas en la Universidad Libre, y trabaja de profesor en la Normal de Zipaquirá.
Regresa a Valledupar y es nombrado profesor en el Instituto Técnico Industrial “Pedro Castro Monsalvo” y en el colegio “Ciro Pupo” de La Paz. En 1976 gana la beca del Convenio OEA y Universidad del Valle (Cali), para estudiar maestría en Administración Educativa. En 1979 es nombrado rector del INEM de Montería, y un año después en el Instituto Técnico Agrícola de Espinal (Tolima), y en 1981 decano de la Facultad de Educación de la Universidad Surcolombiana, sede Florencia.
Los lazos de la añoranza por su Valledupar del alma, donde ya vivía toda su familia, lo hacen regresar. En 1982 es nombrado profesor de la Universidad Popular del Cesar y del colegio “Alfonso López Pumarejo”. En la Universidad fue uno de los líderes en la apertura de la Licenciatura en Lengua Castellana e Inglés, lo mismo que en la publicación de revistas y libros.
Allí termina su itinerario laboral de 50 años, pero sigue en Valledupar, en ocasiones participa de tertulias literarias. En su casa vive rodeado de libros y recuerdos, en la cercanía de hijas y nietos. En su espíritu se trenzan los colores de la nostalgia. Y la voz sonora de amores y pechiches de su esposa, Margarita Martínez, son ecos en la memoria, desde la lejanía celestial.