Tal vez el nombre de Víctor Soto Daza pueda ser nuevo para algunos, pero para los conocedores de la historia vallenata es, sin lugar a dudas, un juglar de gran talante. No en vano Rafael Escalona se fijó en él para que fuera su acordeonero en muchas parrandas, como consta en una gráfica del fotógrafo […]
Tal vez el nombre de Víctor Soto Daza pueda ser nuevo para algunos, pero para los conocedores de la historia vallenata es, sin lugar a dudas, un juglar de gran talante. No en vano Rafael Escalona se fijó en él para que fuera su acordeonero en muchas parrandas, como consta en una gráfica del fotógrafo Nereo López. Al igual que Leandro Díaz, con quien tocó en Urumita, al inicio de la década de los cincuenta.
Fue de los primeros acordeoneros en llegar a Bogotá, en 1956, a cantarle, en el Palacio de Nariño, al General Rojas Pinilla. También estuvo en Manizales, en el recibimiento de nuestra Miss Universo, Luz Marina Zuluaga. Por cosas de la vida terminó en New York y se alejó del mundo vallenato, en busca del sueño americano le tocó, literalmente, hacer de todo: pintó casas, trabajó como mesero, estuvo empleado en la oficina 1135 de Petróleos Mexicanos, en la Torre Dos del Word Trade Center, la misma que derrumbaría Osama Bin Laden y hasta de taxista, sí, taxista en la capital del mundo.
Y fue precisamente en un frio día de invierno, cuando el hombre nacido en Cañaverales, La Guajira, se encontraba en su Ford Crown Victoria, estacionado frente al hotel Omni Berkshire Place, esperando como siempre un servicio para completar la tarifa del día, ya la noche comenzaba a llegar y con ello a encenderse las luces de la Gran Manzana, cuando salieron del hotel dos hombres de raza negra, ambos con gabardinas y bufandas y abordaron el vehículo.
Víctor al principio no se percató de quién se trataba, pero cuando uno de ellos le dijo en un perfecto inglés: Al Museo Madame Tussaud, el museo de cera más conocido en el mundo, miró por el espejo retrovisor y comprobó que ahí, en la silla trasera de su taxi, estaba Mohamed Alí, la leyenda, el campeón de campeones, considerado por los críticos como el mejor de todos los tiempos, con un estilo único y una pegada demoledora, el mismo que logró la medalla de oro en los Juegos Olímpicos y resistió célebres combates contra los más renombrados pugilistas de su tiempo, Joe Frazier, George Foreman, Sonny Listony Ken Norton, entre otros.
Víctor no daba crédito a lo que veía, pero definitivamente era él. Se notaba retraído y afectado por el párkinson, iba acompañado de su asistente personal y la prisa se debía a que ese día, le rendían un homenaje y la empresa de limosinas que debió llevarlo, se retrasó, por lo tanto les tocó abordar un taxi de emergencia por algunas pocas cuadras. Gracias al trancón de esa hora en la Madison Avenue, Víctor no desperdició la oportunidad de hablar con su ídolo y como buen taxista colombiano le metió conversa, le habló de Colombia, del vallenato y de las grandes peleas, por supuesto.
Mohamed, con un dejo de sonrisa, le dijo: “Ah que bien colombiano, que bien”. Por último, al llegar, el juglar le insistió que permitiera tocarle una canción vallenata con el acordeón que siempre llevaba en el baúl trasero; sin embargo, el asistente, con cara de pocos amigos, le pagó y en medio de la pertinaz nevada que comenzaba a caer, sin decir palabra, se llevó al campeón mundial al interior del museo, donde esa noche develarían su figura de cera; dejando a Víctor Soto con el sinsabor de no llevar consigo una cámara fotográfica, pero con la alegría de haber conocido al más grande del boxeo mundial.
@JACOBOSOLANOC
Tal vez el nombre de Víctor Soto Daza pueda ser nuevo para algunos, pero para los conocedores de la historia vallenata es, sin lugar a dudas, un juglar de gran talante. No en vano Rafael Escalona se fijó en él para que fuera su acordeonero en muchas parrandas, como consta en una gráfica del fotógrafo […]
Tal vez el nombre de Víctor Soto Daza pueda ser nuevo para algunos, pero para los conocedores de la historia vallenata es, sin lugar a dudas, un juglar de gran talante. No en vano Rafael Escalona se fijó en él para que fuera su acordeonero en muchas parrandas, como consta en una gráfica del fotógrafo Nereo López. Al igual que Leandro Díaz, con quien tocó en Urumita, al inicio de la década de los cincuenta.
Fue de los primeros acordeoneros en llegar a Bogotá, en 1956, a cantarle, en el Palacio de Nariño, al General Rojas Pinilla. También estuvo en Manizales, en el recibimiento de nuestra Miss Universo, Luz Marina Zuluaga. Por cosas de la vida terminó en New York y se alejó del mundo vallenato, en busca del sueño americano le tocó, literalmente, hacer de todo: pintó casas, trabajó como mesero, estuvo empleado en la oficina 1135 de Petróleos Mexicanos, en la Torre Dos del Word Trade Center, la misma que derrumbaría Osama Bin Laden y hasta de taxista, sí, taxista en la capital del mundo.
Y fue precisamente en un frio día de invierno, cuando el hombre nacido en Cañaverales, La Guajira, se encontraba en su Ford Crown Victoria, estacionado frente al hotel Omni Berkshire Place, esperando como siempre un servicio para completar la tarifa del día, ya la noche comenzaba a llegar y con ello a encenderse las luces de la Gran Manzana, cuando salieron del hotel dos hombres de raza negra, ambos con gabardinas y bufandas y abordaron el vehículo.
Víctor al principio no se percató de quién se trataba, pero cuando uno de ellos le dijo en un perfecto inglés: Al Museo Madame Tussaud, el museo de cera más conocido en el mundo, miró por el espejo retrovisor y comprobó que ahí, en la silla trasera de su taxi, estaba Mohamed Alí, la leyenda, el campeón de campeones, considerado por los críticos como el mejor de todos los tiempos, con un estilo único y una pegada demoledora, el mismo que logró la medalla de oro en los Juegos Olímpicos y resistió célebres combates contra los más renombrados pugilistas de su tiempo, Joe Frazier, George Foreman, Sonny Listony Ken Norton, entre otros.
Víctor no daba crédito a lo que veía, pero definitivamente era él. Se notaba retraído y afectado por el párkinson, iba acompañado de su asistente personal y la prisa se debía a que ese día, le rendían un homenaje y la empresa de limosinas que debió llevarlo, se retrasó, por lo tanto les tocó abordar un taxi de emergencia por algunas pocas cuadras. Gracias al trancón de esa hora en la Madison Avenue, Víctor no desperdició la oportunidad de hablar con su ídolo y como buen taxista colombiano le metió conversa, le habló de Colombia, del vallenato y de las grandes peleas, por supuesto.
Mohamed, con un dejo de sonrisa, le dijo: “Ah que bien colombiano, que bien”. Por último, al llegar, el juglar le insistió que permitiera tocarle una canción vallenata con el acordeón que siempre llevaba en el baúl trasero; sin embargo, el asistente, con cara de pocos amigos, le pagó y en medio de la pertinaz nevada que comenzaba a caer, sin decir palabra, se llevó al campeón mundial al interior del museo, donde esa noche develarían su figura de cera; dejando a Víctor Soto con el sinsabor de no llevar consigo una cámara fotográfica, pero con la alegría de haber conocido al más grande del boxeo mundial.
@JACOBOSOLANOC