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Columnista - 31 agosto, 2013

El hombre que espera

Ojalá tu orgullo no sea tan fuerte como para alejarte de mí, ni mi amor tan débil como para permitir que te alejes.

Por Leonardo José Maya

Ojalá tu orgullo no sea tan fuerte como para alejarte de mí, ni mi amor tan débil como para permitir que te alejes.

En tiempos pretéritos, en Anatolia, la antigua, justamente frente al mar de Mármara, un amante espera en el puerto. Ha bañado su cuerpo en finas esencias y perfumes y ungido sus cabellos en aceite de almendras, allí la espera con perfumadas flores de lirio en las manos, el corazón agitado y mirando a lo lejos, ataviado con su túnica púrpura, su más preciada vestidura.

Los albatros se asustan por el deambular desesperado del hombre que espera, los lirios se han marchitado en sus manos pero la fragancia se intensifica con el paso del tiempo, y él lo sabe desde siempre.

Las aves marinas se asustan día a día pero ellas no son las mismas. Han pasado miles de generaciones de albatros mirando al hombre que espera, sin paz y sin calma.

Dicen que este hombre no existe, que es una vieja leyenda inventada por los marineros para conmover las mujeres con inventos de amor, otros tienen una versión diferente.

Aseguran que es la creación de algún novelista moderno inspirado exactamente en las mismas razones de los marineros del mar de Mármara.

De magistrados 

Cierto día tres magistrados de un altísimo tribunal de justicia caminaron hacia la lejana Tirsiades, la ciudad de la eterna felicidad, querían conocer si era verdad que en oriente existía un lugar donde todos eran felices.

Llegaron al atardecer y vieron las parejas caminar abrazadas y radiantes, los hombres dialogaban en completa armonía, el atardecer era pacífico  y hasta los pájaros cantaban felices y desprevenidos. Días después visitaron parques magníficos con jardines de flores hermosas y el entorno era igual. 

Por sus conocimientos profundos dedujeron que esa ciudad debería tener muchísimas leyes y un numerosísimo tribunal encargado de administrar justicia.

Pidieron visitar el tribunal de la ciudad  y su sorpresa fue grande cuando se enteraron que allí no lo había desde hacía muchísimos años, más intrigados aún pidieron ver los numerosos libros donde estaban escritas las leyes de la ciudad pero su sorpresa fue mayor.

Se les informó que muchos años antes los sabios habían abolido todos los libros de leyes y que desde ese día la ciudad tenía una sola ley. Entonces pidieron visitar al rey que gobernaba. 

Tres días después llegaron al palacio y en el frontispicio, labrada en el mármol, se leía: Será desterrado de esta ciudad quien no brinde felicidad a los demás.

Columnista
31 agosto, 2013

El hombre que espera

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

Ojalá tu orgullo no sea tan fuerte como para alejarte de mí, ni mi amor tan débil como para permitir que te alejes.


Por Leonardo José Maya

Ojalá tu orgullo no sea tan fuerte como para alejarte de mí, ni mi amor tan débil como para permitir que te alejes.

En tiempos pretéritos, en Anatolia, la antigua, justamente frente al mar de Mármara, un amante espera en el puerto. Ha bañado su cuerpo en finas esencias y perfumes y ungido sus cabellos en aceite de almendras, allí la espera con perfumadas flores de lirio en las manos, el corazón agitado y mirando a lo lejos, ataviado con su túnica púrpura, su más preciada vestidura.

Los albatros se asustan por el deambular desesperado del hombre que espera, los lirios se han marchitado en sus manos pero la fragancia se intensifica con el paso del tiempo, y él lo sabe desde siempre.

Las aves marinas se asustan día a día pero ellas no son las mismas. Han pasado miles de generaciones de albatros mirando al hombre que espera, sin paz y sin calma.

Dicen que este hombre no existe, que es una vieja leyenda inventada por los marineros para conmover las mujeres con inventos de amor, otros tienen una versión diferente.

Aseguran que es la creación de algún novelista moderno inspirado exactamente en las mismas razones de los marineros del mar de Mármara.

De magistrados 

Cierto día tres magistrados de un altísimo tribunal de justicia caminaron hacia la lejana Tirsiades, la ciudad de la eterna felicidad, querían conocer si era verdad que en oriente existía un lugar donde todos eran felices.

Llegaron al atardecer y vieron las parejas caminar abrazadas y radiantes, los hombres dialogaban en completa armonía, el atardecer era pacífico  y hasta los pájaros cantaban felices y desprevenidos. Días después visitaron parques magníficos con jardines de flores hermosas y el entorno era igual. 

Por sus conocimientos profundos dedujeron que esa ciudad debería tener muchísimas leyes y un numerosísimo tribunal encargado de administrar justicia.

Pidieron visitar el tribunal de la ciudad  y su sorpresa fue grande cuando se enteraron que allí no lo había desde hacía muchísimos años, más intrigados aún pidieron ver los numerosos libros donde estaban escritas las leyes de la ciudad pero su sorpresa fue mayor.

Se les informó que muchos años antes los sabios habían abolido todos los libros de leyes y que desde ese día la ciudad tenía una sola ley. Entonces pidieron visitar al rey que gobernaba. 

Tres días después llegaron al palacio y en el frontispicio, labrada en el mármol, se leía: Será desterrado de esta ciudad quien no brinde felicidad a los demás.