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Columnista - 5 febrero, 2022

El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe 

Es indispensable asumir una postura de apertura y de brazos abiertos, mediante un liderazgo desbordado de valores, transparencia y sensatez y lo más importante de profundo compromiso en defensa inquebrantable del tejido social. 

La perversidad del ser humano se incrementa día a día como reflejo de lo que vive en una sociedad donde crece y se desenvuelve. Tras la civilización viene la barbarie.  Efectivamente no podemos seguir viviendo de pesares como estirpes condenados a cien años de olvido.  Es urgente movilizarnos por el despertar de la conciencia dormida para trazar el principio del fin y avanzar sin que nadie quede atrapado en este camino fangoso de atraso.

Es indispensable asumir una postura de apertura y de brazos abiertos, mediante un liderazgo desbordado de valores, transparencia y sensatez y lo más importante de profundo compromiso en defensa inquebrantable del tejido social. 

Nuestro actuar cotidiano, camino a la evolución, debe marcar la luz que ilumine el sendero; esto teniendo en cuenta que la sociedad naufraga en el océano de la incertidumbre, corrupción y la descomposición; por ello, bien lo dijo el escritor Juan Jacobo Rousseau: “El hombre nace bueno, pero la sociedad lo corrompe” y efectivamente así es, a medida que el desarrollo y la tecnología avanzan, el ser humano es más cruel y malvado. 

En este sentido no se equivocó el escritor Víctor Hugo al afirmar: “Tras la civilización viene la barbarie”. La anterior contextualización, nos concita a reflexionar sobre hechos noticiosos repugnantes que degradan enormemente a la humanidad; caso patético el de los hermanos Leal Ramírez, en Bogotá, donde uno de ellos mata con sevicia a su propio hermano, de oficio peluquero, igual cega la vida con arma blanca a su progenitora. Como todos recuerdan, el hecho conmovió al mundo entero. Es una especie de repetición del acontecimiento bíblico, donde Caín asesina a su hermano Abel.

Estos testimonios y otros que a menudo acontecen en Colombia y demás países día tras día degradan los sentimientos y valores éticos, tanto del individuo como de la sociedad.  Así lo reflejan a diario los diferentes medios de comunicación, prensa, radio, televisión y redes sociales.

Titulares como: padre viola a su hija o hijastra, hijo acaba con la vida de su padre, hermanos se enfrentan entre sí por la herencia… Son el común denominador de este país tercermundista, donde lo verosímil se asimila a hechos del realismo mágico, pero que son verdades absolutas, verdaderas.

Prácticamente estamos dormidos y es un todo imperativo que requiere atención urgente y prioritaria despertar de este anacrónico letargo. Es como si lleváramos en nuestro interior el ADN, el síndrome de la violencia. Ante esta estela de actuaciones infrahumanas, estamos obligados a enfocar nuestros esfuerzos a la búsqueda de procesos de transformación y cambios que propicien el renacimiento de una nueva sociedad más justa, más humana, más coherente.

¿A quién corresponde ordenar y mejorar los destinos de la sociedad? Respondemos: A la conciencia de cada ser humano. Si usted cambia, la sociedad cambia; no esperemos que la sociedad cambie sin su ayuda. Si todos procuramos un cambio, este se logrará con beneficios colectivos; intentarlo no cuesta nada, iniciemos; ganaremos todos.  Es hora de acabar con la envidia, prepotencia, odio, celo; eso enferma nuestro espíritu y conlleva a actuar demoniacamente; pasiones salvajes que aumentan día a día la violencia. “Purifiquémonos” cada día, alcancemos metas   que nos permitan ser mejores ciudadanos, resultará una mejor sociedad. 

Hay que dirigir esfuerzos institucionales para el logro de una formación humana integral, que genere calidad de vida y avances en la ruta hacia la superación.  En otras palabras, promover estrategias que faciliten la construcción de un nuevo ser humano y esto se puede lograr a través de la educación básica y el ejercicio de un contexto vivencial a nivel del núcleo familiar, lleno de valores, de respeto, de mucha consideración y amor por nuestro prójimo.

Por Jairo Franco Salas 

Columnista
5 febrero, 2022

El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe 

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jairo Franco Salas

Es indispensable asumir una postura de apertura y de brazos abiertos, mediante un liderazgo desbordado de valores, transparencia y sensatez y lo más importante de profundo compromiso en defensa inquebrantable del tejido social. 


La perversidad del ser humano se incrementa día a día como reflejo de lo que vive en una sociedad donde crece y se desenvuelve. Tras la civilización viene la barbarie.  Efectivamente no podemos seguir viviendo de pesares como estirpes condenados a cien años de olvido.  Es urgente movilizarnos por el despertar de la conciencia dormida para trazar el principio del fin y avanzar sin que nadie quede atrapado en este camino fangoso de atraso.

Es indispensable asumir una postura de apertura y de brazos abiertos, mediante un liderazgo desbordado de valores, transparencia y sensatez y lo más importante de profundo compromiso en defensa inquebrantable del tejido social. 

Nuestro actuar cotidiano, camino a la evolución, debe marcar la luz que ilumine el sendero; esto teniendo en cuenta que la sociedad naufraga en el océano de la incertidumbre, corrupción y la descomposición; por ello, bien lo dijo el escritor Juan Jacobo Rousseau: “El hombre nace bueno, pero la sociedad lo corrompe” y efectivamente así es, a medida que el desarrollo y la tecnología avanzan, el ser humano es más cruel y malvado. 

En este sentido no se equivocó el escritor Víctor Hugo al afirmar: “Tras la civilización viene la barbarie”. La anterior contextualización, nos concita a reflexionar sobre hechos noticiosos repugnantes que degradan enormemente a la humanidad; caso patético el de los hermanos Leal Ramírez, en Bogotá, donde uno de ellos mata con sevicia a su propio hermano, de oficio peluquero, igual cega la vida con arma blanca a su progenitora. Como todos recuerdan, el hecho conmovió al mundo entero. Es una especie de repetición del acontecimiento bíblico, donde Caín asesina a su hermano Abel.

Estos testimonios y otros que a menudo acontecen en Colombia y demás países día tras día degradan los sentimientos y valores éticos, tanto del individuo como de la sociedad.  Así lo reflejan a diario los diferentes medios de comunicación, prensa, radio, televisión y redes sociales.

Titulares como: padre viola a su hija o hijastra, hijo acaba con la vida de su padre, hermanos se enfrentan entre sí por la herencia… Son el común denominador de este país tercermundista, donde lo verosímil se asimila a hechos del realismo mágico, pero que son verdades absolutas, verdaderas.

Prácticamente estamos dormidos y es un todo imperativo que requiere atención urgente y prioritaria despertar de este anacrónico letargo. Es como si lleváramos en nuestro interior el ADN, el síndrome de la violencia. Ante esta estela de actuaciones infrahumanas, estamos obligados a enfocar nuestros esfuerzos a la búsqueda de procesos de transformación y cambios que propicien el renacimiento de una nueva sociedad más justa, más humana, más coherente.

¿A quién corresponde ordenar y mejorar los destinos de la sociedad? Respondemos: A la conciencia de cada ser humano. Si usted cambia, la sociedad cambia; no esperemos que la sociedad cambie sin su ayuda. Si todos procuramos un cambio, este se logrará con beneficios colectivos; intentarlo no cuesta nada, iniciemos; ganaremos todos.  Es hora de acabar con la envidia, prepotencia, odio, celo; eso enferma nuestro espíritu y conlleva a actuar demoniacamente; pasiones salvajes que aumentan día a día la violencia. “Purifiquémonos” cada día, alcancemos metas   que nos permitan ser mejores ciudadanos, resultará una mejor sociedad. 

Hay que dirigir esfuerzos institucionales para el logro de una formación humana integral, que genere calidad de vida y avances en la ruta hacia la superación.  En otras palabras, promover estrategias que faciliten la construcción de un nuevo ser humano y esto se puede lograr a través de la educación básica y el ejercicio de un contexto vivencial a nivel del núcleo familiar, lleno de valores, de respeto, de mucha consideración y amor por nuestro prójimo.

Por Jairo Franco Salas