Por: Rodrigo López Barros El periodista Juan Carlos Iragorri y el propietario de la revista, Felipe López Caballero, a finales del año pasado, dieron a la luz, bajo el formato de un pequeño libro, editado por Planeta, un reportaje que aquél hace a éste. Al leer el título, que es el mismo del presente escrito, […]
El periodista Juan Carlos Iragorri y el propietario de la revista, Felipe López Caballero, a finales del año pasado, dieron a la luz, bajo el formato de un pequeño libro, editado por Planeta, un reportaje que aquél hace a éste.
Al leer el título, que es el mismo del presente escrito, uno entendería, que versaría acerca de la fundación y posibles vicisitudes de la revista, y así resulta ser la última parte, ya que la primera está dedicada a un interesante y fresco dialogo sobre las personas allí nombradas y la opinión personal que el entrevistado tiene sobre ellas.
Luego de leerlo, concluyo que la aparente contraposición del lugar de los temas, quizá se deba al espíritu generoso del entrevistado, que prefiere anteponer el referirse a las personas y sus hechos a su legítimo interés de empresario, algo muy raro en la común naturaleza humana.
Este talante suyo, que observo, viene a estimular mi presente columna de prensa.
La entrevista es un cordial y reflexivo recuerdo actualizado de las personas y sus obras, aludidas, y trasluce las posibles enseñanzas que pudieran derivarse de ello para las presentes y futuras generaciones de colombianos. Me atrae constatar, según estimo, la imparcialidad y ponderación con que las mide.
Digo esto, porque si bien es cierto, el país puede mostrar a la fecha de hoy varias obras materiales positivas, no es menos cierto que el trato público, y hasta personal, que recíprocamente nos damos sus habitantes, está herido de muerte. Es agresivo y casi siempre acometido con espada de doble filo. Cómo sería de deseable y conveniente que minimizáramos lo que consideramos que nos separa y maximizáramos lo mucho que nos une.
Los intelectuales, los autores de libros, los escritores de la prensa diaria y de las revistas, los programas televisivos de opinión, los noticieros constantes, están en la obligación de promover y fomentar la cordialidad y la confianza recíproca, entre todos los ciudadanos. A estas mismas personas les está prohibido, éticamente, fomentar contiendas fratricidas; en cambio, es su deber trabajar por una verdadera reconciliación nacional, con fundamento en la verdad, justicia y reparación de los hechos, a que todo nos debemos. Esta tarea honorable es la que realmente les corresponde.
Considero que el reportaje de López Caballero, es una contribución inestimable de respeto al “otro”: sencillo, sin ínfulas ningunas, diríase que con humildad, viniendo de quien viene; verdadero, ponderado, digno de imitación general.
Lo había expresado una oración del prólogo: “un desapasionamiento poco común en un país de cabeza caliente y un indudable sentido del humor”.
López muestra y resume un espíritu abierto y cordial cuando afirma: “para mí la gente de izquierda vive en función de cómo debería ser el mundo, y la de derecha de cómo es el mundo en la realidad. Me identifico más con las imperfecciones del mundo real que con la ilusión de un mundo perfecto”.
Evidentemente, la única perfección posible, o dicho de otro modo, la menos imperfección posible, es el esfuerzo que pueda hacer personalmente cada hombre de buena voluntad en procura de la convivencia, privada y pública. Tal menos imperfección posible no se logra en términos de masa, sino individualmente. De esta forma es posible ayudar al mundo, sin fanatismos.
Entre tantas preguntas, se le hace esta, en la página 52: ¿cree en Dios?. Como se sabe esta es la gran pregunta de toda la humanidad de todos los siglos, los de antes y después de Cristo. Esta es más que “la pregunta del millón”.
Ciertamente, reconoce su creencia en Dios, pero se crea una duda así mismo, porque dice que no le parece lógico que de los 7.000 millones de habitantes del planeta, solamente 2.000 millones son cristianos. Dicho con todo respeto, su respuesta la estimo simplista, pues razonablemente no es posible reducir el asunto a una mera cuantificación, cuyo resultado numérico desfavorece en el mundo a la religión católica. Eso sería más bien algo relacionado con las culturas, que diferencian a los pueblos. En cambio, en el tema que nos ocupa, “aquí las solas cifras no bastan”, pues no se trata de una decisión de orden democrático, por mayorías, sino de hacer los deberes para encontrar la verdad, que anima a cada una de las religiones nombradas.
Valledupar, 8/02/2013. [email protected]
Por: Rodrigo López Barros El periodista Juan Carlos Iragorri y el propietario de la revista, Felipe López Caballero, a finales del año pasado, dieron a la luz, bajo el formato de un pequeño libro, editado por Planeta, un reportaje que aquél hace a éste. Al leer el título, que es el mismo del presente escrito, […]
El periodista Juan Carlos Iragorri y el propietario de la revista, Felipe López Caballero, a finales del año pasado, dieron a la luz, bajo el formato de un pequeño libro, editado por Planeta, un reportaje que aquél hace a éste.
Al leer el título, que es el mismo del presente escrito, uno entendería, que versaría acerca de la fundación y posibles vicisitudes de la revista, y así resulta ser la última parte, ya que la primera está dedicada a un interesante y fresco dialogo sobre las personas allí nombradas y la opinión personal que el entrevistado tiene sobre ellas.
Luego de leerlo, concluyo que la aparente contraposición del lugar de los temas, quizá se deba al espíritu generoso del entrevistado, que prefiere anteponer el referirse a las personas y sus hechos a su legítimo interés de empresario, algo muy raro en la común naturaleza humana.
Este talante suyo, que observo, viene a estimular mi presente columna de prensa.
La entrevista es un cordial y reflexivo recuerdo actualizado de las personas y sus obras, aludidas, y trasluce las posibles enseñanzas que pudieran derivarse de ello para las presentes y futuras generaciones de colombianos. Me atrae constatar, según estimo, la imparcialidad y ponderación con que las mide.
Digo esto, porque si bien es cierto, el país puede mostrar a la fecha de hoy varias obras materiales positivas, no es menos cierto que el trato público, y hasta personal, que recíprocamente nos damos sus habitantes, está herido de muerte. Es agresivo y casi siempre acometido con espada de doble filo. Cómo sería de deseable y conveniente que minimizáramos lo que consideramos que nos separa y maximizáramos lo mucho que nos une.
Los intelectuales, los autores de libros, los escritores de la prensa diaria y de las revistas, los programas televisivos de opinión, los noticieros constantes, están en la obligación de promover y fomentar la cordialidad y la confianza recíproca, entre todos los ciudadanos. A estas mismas personas les está prohibido, éticamente, fomentar contiendas fratricidas; en cambio, es su deber trabajar por una verdadera reconciliación nacional, con fundamento en la verdad, justicia y reparación de los hechos, a que todo nos debemos. Esta tarea honorable es la que realmente les corresponde.
Considero que el reportaje de López Caballero, es una contribución inestimable de respeto al “otro”: sencillo, sin ínfulas ningunas, diríase que con humildad, viniendo de quien viene; verdadero, ponderado, digno de imitación general.
Lo había expresado una oración del prólogo: “un desapasionamiento poco común en un país de cabeza caliente y un indudable sentido del humor”.
López muestra y resume un espíritu abierto y cordial cuando afirma: “para mí la gente de izquierda vive en función de cómo debería ser el mundo, y la de derecha de cómo es el mundo en la realidad. Me identifico más con las imperfecciones del mundo real que con la ilusión de un mundo perfecto”.
Evidentemente, la única perfección posible, o dicho de otro modo, la menos imperfección posible, es el esfuerzo que pueda hacer personalmente cada hombre de buena voluntad en procura de la convivencia, privada y pública. Tal menos imperfección posible no se logra en términos de masa, sino individualmente. De esta forma es posible ayudar al mundo, sin fanatismos.
Entre tantas preguntas, se le hace esta, en la página 52: ¿cree en Dios?. Como se sabe esta es la gran pregunta de toda la humanidad de todos los siglos, los de antes y después de Cristo. Esta es más que “la pregunta del millón”.
Ciertamente, reconoce su creencia en Dios, pero se crea una duda así mismo, porque dice que no le parece lógico que de los 7.000 millones de habitantes del planeta, solamente 2.000 millones son cristianos. Dicho con todo respeto, su respuesta la estimo simplista, pues razonablemente no es posible reducir el asunto a una mera cuantificación, cuyo resultado numérico desfavorece en el mundo a la religión católica. Eso sería más bien algo relacionado con las culturas, que diferencian a los pueblos. En cambio, en el tema que nos ocupa, “aquí las solas cifras no bastan”, pues no se trata de una decisión de orden democrático, por mayorías, sino de hacer los deberes para encontrar la verdad, que anima a cada una de las religiones nombradas.
Valledupar, 8/02/2013. [email protected]