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Columnista - 6 febrero, 2013

El genio de nuestros juglares

Raúl Bermúdez Márquez Me relataron una bonita anécdota de los desaparecidos juglares Emiliano Zuleta y Escolástico Romero, de El Plan el primero, de Villanueva el segundo, -poblaciones ambas pertenecientes a La Guajira colombiana-. Subía hacia la sierra montana en el Perijá el padre de la dinastía Zuleta del vallenato  y en sentido contrario se desplazaba […]

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Raúl Bermúdez Márquez

Me relataron una bonita anécdota de los desaparecidos juglares Emiliano Zuleta y Escolástico Romero, de El Plan el primero, de Villanueva el segundo, -poblaciones ambas pertenecientes a La Guajira colombiana-. Subía hacia la sierra montana en el Perijá el padre de la dinastía Zuleta del vallenato  y en sentido contrario se desplazaba también en una bestia el papá de la dinastía Romero. Tenían lazos sacramentales: Escolástico bautizó a Emilianito el  mayor de los varones del viejo  Emiliano y Carmen Díaz, y el maestro Escolástico era el padrino de Rosendo, uno de los hijos de Escolástico, compositor de hermosísimas e inolvidables piezas  musicales  como “Fantasía”, “Noche sin luceros”, “¿Qué pasará?”, “Villanuevera” y otras. Se saludaron de manera familiar y jocosa –pero muy respetuosa como era religioso entre compadres en esa época-, hablaron sobre temas de interés para ambos y después de unos minutos se despidieron con un fuerte apretón de manos. Cuando se habían distanciado unos 10 metros, el viejo Mile se acordó de algo, frenó el burro que lo transportaba, se apoyó en la parte superior de la silla, giró hacia atrás la cabeza y le gritó al viejo Escolástico: “¡Compadre, por ahí le ocupé una música!”. Escolástico sonriente y en un gesto que antes de molestarle le complacía, le contestó, “Cómo no compadre!… no se preocupe!” y siguió su camino. Quien me narró la anécdota dice que se trataba de la melodía del “Indio Manuel María”. En el pasado I Encuentro Nacional de Historiadores de la música vallenata, algunos de los asistentes abonaron en ejemplos de esa práctica que sólo vino a ser censurada después de que el vallenato se comercializó, traspasó fronteras nacionales e internacionales, produjo regalías no despreciables  y se conformaron Sayco y Acinpro. Se habló allí de la música de “La Casa en el Aire” de Escalona que de acuerdo a respetables testimonios también fue creada por el mismo Escolástico Romero, de la melodía de “La Brasilera” que para nadie es un secreto es la misma de “Corina” una composición del maestro Leandro Díaz, de “La Camaleona” de Abel Antonio Villa que es una versión modificada en la letra de “La loba ceniza” del mismo Leandro, del “Trovador Ambulante” que no es de Pedro García, del “Saludo” de Lisandro Meza que es de un compositor valduparense de apellido Céspedes, de algunas obras que aparecen a nombre de Andrés Landeros que son de autoría de su pariente Santander Guerra de Rinconhondo, Cesar;  de “Sielva María” la de la ceja encontrada que no es de Alejo Durán sino del Chiche Guerra Serna un juglar de El Paso;  y ni hablar de Guillermo Buitrago el cantor de Ciénaga, Magdalena, que grabó como suyas composiciones clásicas como “La gota fría” del viejo Mile con el nombre de “Qué criterio” o “El perro de Pavajeau” del maestro Escalona. Lo que trato de significar aquí es que la usurpación de letras y música en la época de los primeros “pininos” del vallenato era una cuestión común y corriente y casi que consentida por los mismos autores. A Chico Bolaños se le vino a reconocer la autoría de “Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía”, muchos años después de creada. Lo mismo pasó con el clásico de fin de año, “La víspera de año nuevo” de Tobías Enríque Pumarejo. El mismo Luis Enrique Martínez tuvo sus deslices, por ejemplo con “La Caja Negra” de Rafael Valencia. De reconocer eso, a tratar de empañar y lanzar conjeturas malintencionadas contra Escalona, el viejo Emiliano y otros gestores de este género musical y literario debe existir mucho trecho. Los cantos de Escalona tienen su impronta y tienen una estructura que sólo el genio del maestro podía darle. Lo mismo puede decirse de las composiciones del viejo Emiliano o del canto melodioso de Guillermo Buitrago. Los pequeños pecados que pudieron cometer no les disminuyen en un ápice su grandeza ni les quita  el derecho que se ganaron en la historia de ser admirados perennemente, como cultores indiscutibles de  una música que hasta premios Grammy nos ha brindado ya.

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Columnista
6 febrero, 2013

El genio de nuestros juglares

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

Raúl Bermúdez Márquez Me relataron una bonita anécdota de los desaparecidos juglares Emiliano Zuleta y Escolástico Romero, de El Plan el primero, de Villanueva el segundo, -poblaciones ambas pertenecientes a La Guajira colombiana-. Subía hacia la sierra montana en el Perijá el padre de la dinastía Zuleta del vallenato  y en sentido contrario se desplazaba […]


Raúl Bermúdez Márquez

Me relataron una bonita anécdota de los desaparecidos juglares Emiliano Zuleta y Escolástico Romero, de El Plan el primero, de Villanueva el segundo, -poblaciones ambas pertenecientes a La Guajira colombiana-. Subía hacia la sierra montana en el Perijá el padre de la dinastía Zuleta del vallenato  y en sentido contrario se desplazaba también en una bestia el papá de la dinastía Romero. Tenían lazos sacramentales: Escolástico bautizó a Emilianito el  mayor de los varones del viejo  Emiliano y Carmen Díaz, y el maestro Escolástico era el padrino de Rosendo, uno de los hijos de Escolástico, compositor de hermosísimas e inolvidables piezas  musicales  como “Fantasía”, “Noche sin luceros”, “¿Qué pasará?”, “Villanuevera” y otras. Se saludaron de manera familiar y jocosa –pero muy respetuosa como era religioso entre compadres en esa época-, hablaron sobre temas de interés para ambos y después de unos minutos se despidieron con un fuerte apretón de manos. Cuando se habían distanciado unos 10 metros, el viejo Mile se acordó de algo, frenó el burro que lo transportaba, se apoyó en la parte superior de la silla, giró hacia atrás la cabeza y le gritó al viejo Escolástico: “¡Compadre, por ahí le ocupé una música!”. Escolástico sonriente y en un gesto que antes de molestarle le complacía, le contestó, “Cómo no compadre!… no se preocupe!” y siguió su camino. Quien me narró la anécdota dice que se trataba de la melodía del “Indio Manuel María”. En el pasado I Encuentro Nacional de Historiadores de la música vallenata, algunos de los asistentes abonaron en ejemplos de esa práctica que sólo vino a ser censurada después de que el vallenato se comercializó, traspasó fronteras nacionales e internacionales, produjo regalías no despreciables  y se conformaron Sayco y Acinpro. Se habló allí de la música de “La Casa en el Aire” de Escalona que de acuerdo a respetables testimonios también fue creada por el mismo Escolástico Romero, de la melodía de “La Brasilera” que para nadie es un secreto es la misma de “Corina” una composición del maestro Leandro Díaz, de “La Camaleona” de Abel Antonio Villa que es una versión modificada en la letra de “La loba ceniza” del mismo Leandro, del “Trovador Ambulante” que no es de Pedro García, del “Saludo” de Lisandro Meza que es de un compositor valduparense de apellido Céspedes, de algunas obras que aparecen a nombre de Andrés Landeros que son de autoría de su pariente Santander Guerra de Rinconhondo, Cesar;  de “Sielva María” la de la ceja encontrada que no es de Alejo Durán sino del Chiche Guerra Serna un juglar de El Paso;  y ni hablar de Guillermo Buitrago el cantor de Ciénaga, Magdalena, que grabó como suyas composiciones clásicas como “La gota fría” del viejo Mile con el nombre de “Qué criterio” o “El perro de Pavajeau” del maestro Escalona. Lo que trato de significar aquí es que la usurpación de letras y música en la época de los primeros “pininos” del vallenato era una cuestión común y corriente y casi que consentida por los mismos autores. A Chico Bolaños se le vino a reconocer la autoría de “Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía”, muchos años después de creada. Lo mismo pasó con el clásico de fin de año, “La víspera de año nuevo” de Tobías Enríque Pumarejo. El mismo Luis Enrique Martínez tuvo sus deslices, por ejemplo con “La Caja Negra” de Rafael Valencia. De reconocer eso, a tratar de empañar y lanzar conjeturas malintencionadas contra Escalona, el viejo Emiliano y otros gestores de este género musical y literario debe existir mucho trecho. Los cantos de Escalona tienen su impronta y tienen una estructura que sólo el genio del maestro podía darle. Lo mismo puede decirse de las composiciones del viejo Emiliano o del canto melodioso de Guillermo Buitrago. Los pequeños pecados que pudieron cometer no les disminuyen en un ápice su grandeza ni les quita  el derecho que se ganaron en la historia de ser admirados perennemente, como cultores indiscutibles de  una música que hasta premios Grammy nos ha brindado ya.

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