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Columnista - 26 septiembre, 2012

El Extranjero que llevo adherido

Desde mi cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro Ser terrícola perfecto es explicar los fenómenos naturales con comparaciones, para justificar el tránsito por el planeta en cuerpo de ser humano letrado. Albert Camus es amasijo de culturas mezcladas hasta el delirio, nacido de padre francés y madre española, dos nacionalidades que son resumen del tráfico entre […]

Desde mi cocina

Por: Silvia Betancourt Alliegro

Ser terrícola perfecto es explicar los fenómenos naturales con comparaciones, para justificar el tránsito por el planeta en cuerpo de ser humano letrado.

Albert Camus es amasijo de culturas mezcladas hasta el delirio, nacido de padre francés y madre española, dos nacionalidades que son resumen del tráfico entre los hombres; nacer en una colonia de Francia, Argelia, le hace ser el extranjero perfecto y perpetuo, porque no llega a sentirse prisionero de una patria. El planeta tierra le contiene, le obsequia todo.

Describe los extremos del clima, especialmente el del verano, de tal manera que sudamos a la par del personaje, sentimos sus rigores y ansiamos la frescura; esto en el sentido físico, pero él se hunde más allá, explora y explica las fronteras mentales de un habitante del universo que se refugia en la tierra en la que es un exiliado de la condición humana corriente, de esa que vive para explicar a la audiencia que todos sus actos están encaminados hacia una meta: Ser bellas personas, con los modales acomodados a un molde prefabricado por hipócritas conveniencias del tiempo en que se vive.

Camus, con inigualable minuciosidad nos refiere lo que ve y vive, con él aprendemos a observar en cada instante de nuestra existencia los hechos, los espacios, el mobiliario, el vestuario, la expresión corporal, los diálogos, como en una puesta en escena de teatro, que al fin y al cabo ejerció; sólo que va más allá, y nos sumerge por completo en el marasmo de los fenómenos que no pueden reproducirse en el teatro, ni en el cine; únicamente la literatura es el puente.

Leamos un fragmento como ejemplo de lo que es la existencia sorbida en segundos, minutos y horas consecutivas:

“No vivo más que en esta habitación, entre sillas de paja un poco hundidas, el ropero cuyo espejo está amarillento, el tocador y la cama de bronce. El resto está abandonado”.
“Mi cuarto da sobre la calle principal del barrio. Era una hermosa tarde. Sin embargo, el pavimento estaba grasiento; había poca gente y apurada. Pasó primero una familia que iba de paseo: dos niños de traje marinero, los pantalones sobre las rodillas, un tanto trabados dentro de las ropas rígidas, y una niña con un gran lazo color de rosa y zapatos de charol. Detrás de ellos, una madre enorme vestida de seda castaña, y el padre, un hombrecillo bastante endeble que conocía de vista. Llevaba sombrero de paja, corbata de lazo, y un bastón en la mano”.

Esto hacía el personaje principal un domingo cualquiera de su existir, como algunos  de nosotros cuando nos asomamos despreocupados a ver la vida ajena transcurrir por la calle de nuestro exilio.

Ahora leamos lo que significó el grabar esos ociosos detalles desde la retina hasta el pensamiento:

“Fuera de esas molestias no me sentía demasiado desgraciado. Una vez más todo el problema consistía en matar el tiempo. A partir del instante en que aprendí a recordar, concluí por no aburrirme en absoluto. Me ponía a veces a pensar en mi cuarto, y con la imaginación, salía de un rincón para volver detallando mentalmente todo lo que encontraba en el camino. Al principio lo hacía rápidamente. Pero cada vez que volvía a empezar era un poco más largo. Recordaba cada mueble, y de cada uno, cada objeto que en él se encontraba, y de cada objeto, todos los detalles, y de los detalles, una incrustación, una grieta o un borde gastado, los colores y las imperfecciones”.

Comprendí entonces que un hombre que hubiera vivido más que un solo día de existencialismo, podría pasar fácilmente cien años en una cárcel.

[email protected]  @yastao

Columnista
26 septiembre, 2012

El Extranjero que llevo adherido

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Silvia Betancourt Alliegro

Desde mi cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro Ser terrícola perfecto es explicar los fenómenos naturales con comparaciones, para justificar el tránsito por el planeta en cuerpo de ser humano letrado. Albert Camus es amasijo de culturas mezcladas hasta el delirio, nacido de padre francés y madre española, dos nacionalidades que son resumen del tráfico entre […]


Desde mi cocina

Por: Silvia Betancourt Alliegro

Ser terrícola perfecto es explicar los fenómenos naturales con comparaciones, para justificar el tránsito por el planeta en cuerpo de ser humano letrado.

Albert Camus es amasijo de culturas mezcladas hasta el delirio, nacido de padre francés y madre española, dos nacionalidades que son resumen del tráfico entre los hombres; nacer en una colonia de Francia, Argelia, le hace ser el extranjero perfecto y perpetuo, porque no llega a sentirse prisionero de una patria. El planeta tierra le contiene, le obsequia todo.

Describe los extremos del clima, especialmente el del verano, de tal manera que sudamos a la par del personaje, sentimos sus rigores y ansiamos la frescura; esto en el sentido físico, pero él se hunde más allá, explora y explica las fronteras mentales de un habitante del universo que se refugia en la tierra en la que es un exiliado de la condición humana corriente, de esa que vive para explicar a la audiencia que todos sus actos están encaminados hacia una meta: Ser bellas personas, con los modales acomodados a un molde prefabricado por hipócritas conveniencias del tiempo en que se vive.

Camus, con inigualable minuciosidad nos refiere lo que ve y vive, con él aprendemos a observar en cada instante de nuestra existencia los hechos, los espacios, el mobiliario, el vestuario, la expresión corporal, los diálogos, como en una puesta en escena de teatro, que al fin y al cabo ejerció; sólo que va más allá, y nos sumerge por completo en el marasmo de los fenómenos que no pueden reproducirse en el teatro, ni en el cine; únicamente la literatura es el puente.

Leamos un fragmento como ejemplo de lo que es la existencia sorbida en segundos, minutos y horas consecutivas:

“No vivo más que en esta habitación, entre sillas de paja un poco hundidas, el ropero cuyo espejo está amarillento, el tocador y la cama de bronce. El resto está abandonado”.
“Mi cuarto da sobre la calle principal del barrio. Era una hermosa tarde. Sin embargo, el pavimento estaba grasiento; había poca gente y apurada. Pasó primero una familia que iba de paseo: dos niños de traje marinero, los pantalones sobre las rodillas, un tanto trabados dentro de las ropas rígidas, y una niña con un gran lazo color de rosa y zapatos de charol. Detrás de ellos, una madre enorme vestida de seda castaña, y el padre, un hombrecillo bastante endeble que conocía de vista. Llevaba sombrero de paja, corbata de lazo, y un bastón en la mano”.

Esto hacía el personaje principal un domingo cualquiera de su existir, como algunos  de nosotros cuando nos asomamos despreocupados a ver la vida ajena transcurrir por la calle de nuestro exilio.

Ahora leamos lo que significó el grabar esos ociosos detalles desde la retina hasta el pensamiento:

“Fuera de esas molestias no me sentía demasiado desgraciado. Una vez más todo el problema consistía en matar el tiempo. A partir del instante en que aprendí a recordar, concluí por no aburrirme en absoluto. Me ponía a veces a pensar en mi cuarto, y con la imaginación, salía de un rincón para volver detallando mentalmente todo lo que encontraba en el camino. Al principio lo hacía rápidamente. Pero cada vez que volvía a empezar era un poco más largo. Recordaba cada mueble, y de cada uno, cada objeto que en él se encontraba, y de cada objeto, todos los detalles, y de los detalles, una incrustación, una grieta o un borde gastado, los colores y las imperfecciones”.

Comprendí entonces que un hombre que hubiera vivido más que un solo día de existencialismo, podría pasar fácilmente cien años en una cárcel.

[email protected]  @yastao