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Columnista - 25 mayo, 2023

El expediente Mancuso

En muchos casos para conocer la verdadera historia los investigadores han tenido que acudir a ciencias concluyentes como la arqueología

Mientras estén vivos los protagonistas de la historia, es susceptible narrarla con alguna fidelidad, al menos parcialmente porque esta nunca es 100% exacta, pero podemos extraer algunas verdades relevantes. 

En muchos casos para conocer la verdadera historia los investigadores han tenido que acudir a ciencias concluyentes como la arqueología, la antropología y otras para emitir sus juicios. Se dice que la historia la escriben los vencedores, pero en el caso del fenómeno conocido como paramilitarismo, que es una historia abierta aún no concluida, no tiene vencedores, aunque sí muchos perdedores que son todas las víctimas de su accionar; y, quizás, será la primera vez que sean estas quienes la escriban. 

El Estado colombiano, hipotético autor de este siniestro modelo y los gremios que lo coadyuvaron, son la primera línea de esta aventura guerrerista, pero ya no podrán contar su supuesta verdad acomodada porque habrá que construirla entre todos, cada uno aportará sus propios episodios, todos dolorosos; de todas las historias la menos creíble es la que relata guerras porque en estas la primera víctima es la verdad. Casi todas las guerras en todo el mundo han sido geopolíticas (ley del más fuerte) y religiosas (ultraje a las conciencias); las guerras internas se hacen por alguna concepción ideológica para poder plantear cosas alternativas como ha ocurrido con las guerrillas o en defensa del poder de quienes lo ostentan para defender intereses grupales o gremiales como el esquema del paramilitarismo forma velada y sucia de un Estado para combatir a un supuesto enemigo interno. Estas ocurren cuando no se acepta discutir las diferencias al carecer de argumentos. 

Llegar a este extremo de irracionalidad es detener el tiempo, es truncar los procesos. Nadie es ganador neto en una guerra, los triunfos son efímeros. Entonces, ¿para qué hacerla?

Algunos jefes paramilitares, poderosos otrora, han confesado con temor pequeños párrafos de su experiencia en esta guerra fratricida y clasista inoculada por el narcotráfico y el latifundismo; esto significa que ellos no eran los verdaderos jefes sino los operadores de una estrategia de Estado cuyos excesos sus mentores no pudieron controlar; fue una especie de monstruo de Frankenstein. 

Muchos de estos han muerto asesinados entre sí, otros extraditados para obstruir el conocimiento de la verdad. La mayoría de los jefes ‘paras’ aún vivos no han querido hablar porque temen por sus vidas y la de sus familiares, el staff superior está operando como el primer día; ya sabemos que en toda mafia revelar verdades implica la muerte. Algunos osaron lanzar sutiles pistas subliminales que permitieran formular hipótesis de investigación. P.ej., alias Ernesto Páez, refiriéndose al caso de Jaime Garzón dijo que “una vuelta grande no es posible sin la ayuda del Estado”. Hoy Mancuso lo ha confirmado pese a que José Miguel Narváez, asesor del DAS, ya había sido judicializado por su muerte. 

Mancuso no ha dejado títere con cabeza, llegó pisando fuerte llamando las cosas por su nombre, vino con un expediente de sangre y terror, supongo que su familia está segura. Pero sus exsocios ahora no le creen, no lo conocen y mucho menos se han reunido con él; dicen que no ha dicho nada nuevo y para validar sus confesiones exigen, quizás, que presente videos. Entonces, ¿quiénes invitaron a Mancuso y a otros de las AUC al Senado? ¿Quiénes les tendieron alfombras rojas y los aplaudieron como héroes pidiéndoles la “refundación de la patria”? Más, el procurador delegado para la JEP ha dicho que Mancuso sí ha hecho nuevos aportes. Sabíamos que las AUC no estaban solas, pero no con tanto detalle institucional como ahora se sabe. Ya existen elementos para afirmar que el Estado colombiano estaba inmerso en este baño de sangre, las estadísticas de los falsos positivos y de las masacres hablan por sí solas. Con razón Petro hablaba del Estado mafioso, ese que lo quiere defenestrar para que nunca se sepa nada. Esta consigna ya es pública, pero a nadie han judicializado. Esto tiene que terminar, un país no debe estar gobernado por indecentes.

Columnista
25 mayo, 2023

El expediente Mancuso

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

En muchos casos para conocer la verdadera historia los investigadores han tenido que acudir a ciencias concluyentes como la arqueología


Mientras estén vivos los protagonistas de la historia, es susceptible narrarla con alguna fidelidad, al menos parcialmente porque esta nunca es 100% exacta, pero podemos extraer algunas verdades relevantes. 

En muchos casos para conocer la verdadera historia los investigadores han tenido que acudir a ciencias concluyentes como la arqueología, la antropología y otras para emitir sus juicios. Se dice que la historia la escriben los vencedores, pero en el caso del fenómeno conocido como paramilitarismo, que es una historia abierta aún no concluida, no tiene vencedores, aunque sí muchos perdedores que son todas las víctimas de su accionar; y, quizás, será la primera vez que sean estas quienes la escriban. 

El Estado colombiano, hipotético autor de este siniestro modelo y los gremios que lo coadyuvaron, son la primera línea de esta aventura guerrerista, pero ya no podrán contar su supuesta verdad acomodada porque habrá que construirla entre todos, cada uno aportará sus propios episodios, todos dolorosos; de todas las historias la menos creíble es la que relata guerras porque en estas la primera víctima es la verdad. Casi todas las guerras en todo el mundo han sido geopolíticas (ley del más fuerte) y religiosas (ultraje a las conciencias); las guerras internas se hacen por alguna concepción ideológica para poder plantear cosas alternativas como ha ocurrido con las guerrillas o en defensa del poder de quienes lo ostentan para defender intereses grupales o gremiales como el esquema del paramilitarismo forma velada y sucia de un Estado para combatir a un supuesto enemigo interno. Estas ocurren cuando no se acepta discutir las diferencias al carecer de argumentos. 

Llegar a este extremo de irracionalidad es detener el tiempo, es truncar los procesos. Nadie es ganador neto en una guerra, los triunfos son efímeros. Entonces, ¿para qué hacerla?

Algunos jefes paramilitares, poderosos otrora, han confesado con temor pequeños párrafos de su experiencia en esta guerra fratricida y clasista inoculada por el narcotráfico y el latifundismo; esto significa que ellos no eran los verdaderos jefes sino los operadores de una estrategia de Estado cuyos excesos sus mentores no pudieron controlar; fue una especie de monstruo de Frankenstein. 

Muchos de estos han muerto asesinados entre sí, otros extraditados para obstruir el conocimiento de la verdad. La mayoría de los jefes ‘paras’ aún vivos no han querido hablar porque temen por sus vidas y la de sus familiares, el staff superior está operando como el primer día; ya sabemos que en toda mafia revelar verdades implica la muerte. Algunos osaron lanzar sutiles pistas subliminales que permitieran formular hipótesis de investigación. P.ej., alias Ernesto Páez, refiriéndose al caso de Jaime Garzón dijo que “una vuelta grande no es posible sin la ayuda del Estado”. Hoy Mancuso lo ha confirmado pese a que José Miguel Narváez, asesor del DAS, ya había sido judicializado por su muerte. 

Mancuso no ha dejado títere con cabeza, llegó pisando fuerte llamando las cosas por su nombre, vino con un expediente de sangre y terror, supongo que su familia está segura. Pero sus exsocios ahora no le creen, no lo conocen y mucho menos se han reunido con él; dicen que no ha dicho nada nuevo y para validar sus confesiones exigen, quizás, que presente videos. Entonces, ¿quiénes invitaron a Mancuso y a otros de las AUC al Senado? ¿Quiénes les tendieron alfombras rojas y los aplaudieron como héroes pidiéndoles la “refundación de la patria”? Más, el procurador delegado para la JEP ha dicho que Mancuso sí ha hecho nuevos aportes. Sabíamos que las AUC no estaban solas, pero no con tanto detalle institucional como ahora se sabe. Ya existen elementos para afirmar que el Estado colombiano estaba inmerso en este baño de sangre, las estadísticas de los falsos positivos y de las masacres hablan por sí solas. Con razón Petro hablaba del Estado mafioso, ese que lo quiere defenestrar para que nunca se sepa nada. Esta consigna ya es pública, pero a nadie han judicializado. Esto tiene que terminar, un país no debe estar gobernado por indecentes.