Los abuelos eran seres sabios, y su sabiduría provenía tal vez de una fuente natural pues hace un siglo el acceso a la información en los pueblos y en el sector rural era prácticamente inexistente.
Los abuelos eran seres sabios, y su sabiduría provenía tal vez de una fuente natural pues hace un siglo el acceso a la información en los pueblos y en el sector rural era prácticamente inexistente, por ende, todo el conocimiento se transmitía de forma oral y era alimentado de generación en generación basado en la experiencia o la observación directa de los actores, recordemos que así se escribió parte de la Biblia.
El hecho es que nuestros abuelos y quizás nuestros bisabuelos pronosticaban que la humanidad llegaría a los niveles extremos de descomposición en los que nos encontramos hoy con tendencia siempre a empeorar, es por ello que ante un evento violento o a alguna acción repudiable siempre estaba la frase “es que el diablo anda suelto” seguida de “y vendrán cosas peores dice la Biblia”.
En el pasado y un poco menos en el presente, el diablo siempre está asociado a lo maligno, a lo violento, a lo perverso y como principal figura de la maldad, tanto es así que se acuñó la frase, también de las abuelas, “esas cosas no son de Dios” para referirse a cualquier acto que se aleje de la bondad. Ahora bien ¿En qué momento soltaron al diablo? o si ya estaba suelto ¿Hoy es más malo que en el pasado? ¿Por eso se usa la frase “desatado” para significar que algo está fuera de control?
Al parecer la realidad indica que los abuelos tenían razón, en que el diablo estaba suelto y que vendrían cosas peores, la humanidad entró en un estado de postracion y autodestrucción que supera los mismos actos del maligno, la sociedad vive en estado ofensivo y en una paranoia colectiva que solo ve la agresión como única herramienta para que se le reconozca como individuo, los niveles de egoísmo, narcisismo, egolatría, irrespeto, antivalores y desnaturalización están a la orden del día haciendo que códigos sagrados de la convivencia social históricamente reconocidos y adoptados, incluso por los animales, el respeto, la tolerancia, la solidaridad, la compasión o el agradecimiento, sean palabras sin sentido y reemplazados por la vulgaridad, la ofensa, la calumnia, la ostentación, la incultura e inclusive por la muerte.
Tal parece que la expansión de las fuentes de la información le ha proporcionado al hombre múltiples mecanismos de aprender y avanzar como humanidad, avances en la ciencia, particularmente en la medicina, en la arquitectura, en la ingeniería incluso en la misma ingeniería social pues pasamos del taparrabos a los trajes de Armani y del caballo a los Ferrari dejando atrás siglos de atraso e incomodidades, sin embargo, todo indica que mientras por un lado avanzamos en nuevos inventos y desarrollos que facilitan la vida cotidiana, nuestra condición de humanos cae vertiginosamente a niveles que ni los animales llegarán jamás, recordemos que somos la única especie que asesina a su misma especie por deporte.
Pero más preocupante aún ¿Por qué no nos asusta la muerte si todos coincidimos que la vida es el valor supremo y sagrado del ser humano? Es como si nos estuviesen preparando para ser reemplazados o vivir entre seres que no tengan ningún asomo de humanidad y podamos ser desechados fácilmente sin ningún remordimiento con acciones que se vean lo suficientemente normal como cortar la maleza o aplicar insecticida para eliminar las plagas; parecen reflexiones de Maquiavelo pero cuando leemos entre líneas hacia donde apunta cada acción y cada decisión, resulta obvio que de aquí a que caiga el meteorito que acabará con la vida en el planeta ya hemos hecho el trabajo por adelantado.
Sonreírle al extraño es visto como arcaico e incluso puede malinterpretarse, abrazarlo mucho peor, nos esforzamos por lucir siempre fuertes, inmunes al dolor, vamos por la vida con nuestro papel de actores recargados para mostrarle al mundo que estamos listos para competir, fanfarroneamos nuestros logros materiales y rendimos culto a la banalidad y al caos, nos volvimos presa fácil del odio sin percatarnos que este sentimiento junto con el orgullo, la soberbia, y el egoísmo son el cóctel perfecto para una sociedad descompuesta y agreste.
Cada quien tiene su propio diablo adentro, y la forma más práctica de atarlo es practicando las acciones que nos hacen humanos, basta con identificar que todo lo que haga daño físico, moral y emocional, se considera maldad.
Por Eloy Gutiérrez Anaya
Los abuelos eran seres sabios, y su sabiduría provenía tal vez de una fuente natural pues hace un siglo el acceso a la información en los pueblos y en el sector rural era prácticamente inexistente.
Los abuelos eran seres sabios, y su sabiduría provenía tal vez de una fuente natural pues hace un siglo el acceso a la información en los pueblos y en el sector rural era prácticamente inexistente, por ende, todo el conocimiento se transmitía de forma oral y era alimentado de generación en generación basado en la experiencia o la observación directa de los actores, recordemos que así se escribió parte de la Biblia.
El hecho es que nuestros abuelos y quizás nuestros bisabuelos pronosticaban que la humanidad llegaría a los niveles extremos de descomposición en los que nos encontramos hoy con tendencia siempre a empeorar, es por ello que ante un evento violento o a alguna acción repudiable siempre estaba la frase “es que el diablo anda suelto” seguida de “y vendrán cosas peores dice la Biblia”.
En el pasado y un poco menos en el presente, el diablo siempre está asociado a lo maligno, a lo violento, a lo perverso y como principal figura de la maldad, tanto es así que se acuñó la frase, también de las abuelas, “esas cosas no son de Dios” para referirse a cualquier acto que se aleje de la bondad. Ahora bien ¿En qué momento soltaron al diablo? o si ya estaba suelto ¿Hoy es más malo que en el pasado? ¿Por eso se usa la frase “desatado” para significar que algo está fuera de control?
Al parecer la realidad indica que los abuelos tenían razón, en que el diablo estaba suelto y que vendrían cosas peores, la humanidad entró en un estado de postracion y autodestrucción que supera los mismos actos del maligno, la sociedad vive en estado ofensivo y en una paranoia colectiva que solo ve la agresión como única herramienta para que se le reconozca como individuo, los niveles de egoísmo, narcisismo, egolatría, irrespeto, antivalores y desnaturalización están a la orden del día haciendo que códigos sagrados de la convivencia social históricamente reconocidos y adoptados, incluso por los animales, el respeto, la tolerancia, la solidaridad, la compasión o el agradecimiento, sean palabras sin sentido y reemplazados por la vulgaridad, la ofensa, la calumnia, la ostentación, la incultura e inclusive por la muerte.
Tal parece que la expansión de las fuentes de la información le ha proporcionado al hombre múltiples mecanismos de aprender y avanzar como humanidad, avances en la ciencia, particularmente en la medicina, en la arquitectura, en la ingeniería incluso en la misma ingeniería social pues pasamos del taparrabos a los trajes de Armani y del caballo a los Ferrari dejando atrás siglos de atraso e incomodidades, sin embargo, todo indica que mientras por un lado avanzamos en nuevos inventos y desarrollos que facilitan la vida cotidiana, nuestra condición de humanos cae vertiginosamente a niveles que ni los animales llegarán jamás, recordemos que somos la única especie que asesina a su misma especie por deporte.
Pero más preocupante aún ¿Por qué no nos asusta la muerte si todos coincidimos que la vida es el valor supremo y sagrado del ser humano? Es como si nos estuviesen preparando para ser reemplazados o vivir entre seres que no tengan ningún asomo de humanidad y podamos ser desechados fácilmente sin ningún remordimiento con acciones que se vean lo suficientemente normal como cortar la maleza o aplicar insecticida para eliminar las plagas; parecen reflexiones de Maquiavelo pero cuando leemos entre líneas hacia donde apunta cada acción y cada decisión, resulta obvio que de aquí a que caiga el meteorito que acabará con la vida en el planeta ya hemos hecho el trabajo por adelantado.
Sonreírle al extraño es visto como arcaico e incluso puede malinterpretarse, abrazarlo mucho peor, nos esforzamos por lucir siempre fuertes, inmunes al dolor, vamos por la vida con nuestro papel de actores recargados para mostrarle al mundo que estamos listos para competir, fanfarroneamos nuestros logros materiales y rendimos culto a la banalidad y al caos, nos volvimos presa fácil del odio sin percatarnos que este sentimiento junto con el orgullo, la soberbia, y el egoísmo son el cóctel perfecto para una sociedad descompuesta y agreste.
Cada quien tiene su propio diablo adentro, y la forma más práctica de atarlo es practicando las acciones que nos hacen humanos, basta con identificar que todo lo que haga daño físico, moral y emocional, se considera maldad.
Por Eloy Gutiérrez Anaya