En la búsqueda de revancha por la derrota de su padre, Paulino Salgado se preparó durante años en el tambor. La idea era vencer a Mingo, quien derrotó a su padre. Sin embargo, llegó muy tarde a su revancha.
A José Manuel Tatis lo sorprendió ver unos negros palenqueros tocando tambor y cantando, y otros dormidos, en la puerta de la casa de Pachita Valencia y Pedro Sanjuanelo, donde funcionaba una tienda de víveres y abarrotes.
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Fue un sábado de los años cincuenta, en Campo de la Cruz, Atlántico. El día apenas comenzaba a despuntar, y a él, siendo menor de edad, le correspondía ir a esa tienda, todos los días, a comprar leche, azúcar y café.
La sorpresa de José se convirtió en interés por escucharlos interpretando música folclórica y hasta verlos tomar ron Blanco. El que cantaba y tocaba uno de los tambores le pareció un guerrero africano que había visto dibujado en un libro escolar. Ese fue el que se levantó, dejando a un lado el tambor, y fue hasta donde estaba Pedro Sanjuanelo para preguntarle si conocía la dirección de la casa de Mingo Carreño.
José dice que pese a que ese hecho transcurrió hace, aproximadamente, sesenta y cinco años, jamás se le ha olvidado la cara de frustración que puso el palenquero, tras escuchar la respuesta del tendero: “Ombe, Mingo murió hace años”.
Domingo Carreño era un reconocido intérprete del tambor alegre, y en oportunidades del llamador. Aun es recordado por sus enfrentamientos musicales con quienes iban hasta su casa, ubicada en la calle 5, sector de Cachimbero, a retarlo.
Además pertenecía a un grupo de bailadores de son de negro que en carnavales salían a recorrer los pueblos vecinos con su danza guerrera. Lo más destacable en él era la manera de tocar el tambor alegre, del que sacaba sonidos y frases como: “Dame un trago”, e incluso, hasta palabras groseras que dirigía a quien creía se lo merecían.
José creyó que aquel hombre, que hasta entonces le pareció invencible por su contextura física, se iría a desplomar tras escuchar la respuesta. Sin embargo, lo vio agarrarse la cabeza y lo oyó lanzar un grito desgarrador. Después lo escuchó decir, con voz quebrada: “No le cumplí a papá”.
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Entonces se fue a ubicar a un lado de la tienda y comenzó a decir que su nombre era Paulino Salgado y que tal como le decían a su abuelo y a su padre, lo llamaban ‘Batata’.
Señaló, además, que cuando en San Basilio de Palenque hicieron la repartición de los oficios, a los Salgado le entregaron el de organizar las ceremonias como velorios, entierros y el cabildo lumbalú. Proceso en el que ejercían las funciones de monjes e intérpretes de los distintos tambores existentes en esa localidad.
Mencionó, además, que su abuelo se llamó Pedro Salgado, a quien destacó como un gran ejecutante de los distintos tambores y como el encargado de enseñarle a tocar estos instrumentos a temprana edad. Señaló que su progenitor había sido Manuel Salgado, quien fue intérprete del alegre y el llamador.
Dijo que este se enfrentó en Campo de la Cruz, en unos carnavales, a Mingo Carreño, tocando el tambor alegre. Que en esa contienda musical fue derrotado pese a emplear antiguos golpes de tambor conservados como patrimonio cultural en San Basilio de Palenque, por haber sido traídos de África.
Recordó el día que su padre regresó al pueblo con una sonrisa marchita que todos los habitantes de ese lugar desconocían, porque este, un hombre construido sobre victorias ancestrales, por primera vez sufría una derrota en asuntos musicales.
Dijo, además, que fue en la tumba de su padre donde juró vengarlo. Entonces se preparó para vencer a Mingo tocando el alegre. Pero se demoró en llegar al lugar donde vivía su contrincante. Arribo que se transformó en una dolorosa frustración que la asumió como una segunda derrota para sus ancestros.
José lo vio sollozar y guardar silencio. Después lo escuchó decirle a Pedro que a partir de ese momento olvidaría para siempre los motivos que lo llevaron esa madrugada a Campo de la Cruz.
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Tras despedirse del tendero regresó al grupo de personas que lo acompañaban y, de inmediato, comenzaron a sonar los tambores, las palmas y la voz. Esa era la música que escuchaba la mamá de José Tatis, asomada en el portón que daba a la calle donde estaban los palenqueros, cuando indiferente lo vio llegar, tarde, con la leche, el azúcar y el café para el desayuno.
Por: Álvaro de Jesús Rojano Osorio.
En la búsqueda de revancha por la derrota de su padre, Paulino Salgado se preparó durante años en el tambor. La idea era vencer a Mingo, quien derrotó a su padre. Sin embargo, llegó muy tarde a su revancha.
A José Manuel Tatis lo sorprendió ver unos negros palenqueros tocando tambor y cantando, y otros dormidos, en la puerta de la casa de Pachita Valencia y Pedro Sanjuanelo, donde funcionaba una tienda de víveres y abarrotes.
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Fue un sábado de los años cincuenta, en Campo de la Cruz, Atlántico. El día apenas comenzaba a despuntar, y a él, siendo menor de edad, le correspondía ir a esa tienda, todos los días, a comprar leche, azúcar y café.
La sorpresa de José se convirtió en interés por escucharlos interpretando música folclórica y hasta verlos tomar ron Blanco. El que cantaba y tocaba uno de los tambores le pareció un guerrero africano que había visto dibujado en un libro escolar. Ese fue el que se levantó, dejando a un lado el tambor, y fue hasta donde estaba Pedro Sanjuanelo para preguntarle si conocía la dirección de la casa de Mingo Carreño.
José dice que pese a que ese hecho transcurrió hace, aproximadamente, sesenta y cinco años, jamás se le ha olvidado la cara de frustración que puso el palenquero, tras escuchar la respuesta del tendero: “Ombe, Mingo murió hace años”.
Domingo Carreño era un reconocido intérprete del tambor alegre, y en oportunidades del llamador. Aun es recordado por sus enfrentamientos musicales con quienes iban hasta su casa, ubicada en la calle 5, sector de Cachimbero, a retarlo.
Además pertenecía a un grupo de bailadores de son de negro que en carnavales salían a recorrer los pueblos vecinos con su danza guerrera. Lo más destacable en él era la manera de tocar el tambor alegre, del que sacaba sonidos y frases como: “Dame un trago”, e incluso, hasta palabras groseras que dirigía a quien creía se lo merecían.
José creyó que aquel hombre, que hasta entonces le pareció invencible por su contextura física, se iría a desplomar tras escuchar la respuesta. Sin embargo, lo vio agarrarse la cabeza y lo oyó lanzar un grito desgarrador. Después lo escuchó decir, con voz quebrada: “No le cumplí a papá”.
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Entonces se fue a ubicar a un lado de la tienda y comenzó a decir que su nombre era Paulino Salgado y que tal como le decían a su abuelo y a su padre, lo llamaban ‘Batata’.
Señaló, además, que cuando en San Basilio de Palenque hicieron la repartición de los oficios, a los Salgado le entregaron el de organizar las ceremonias como velorios, entierros y el cabildo lumbalú. Proceso en el que ejercían las funciones de monjes e intérpretes de los distintos tambores existentes en esa localidad.
Mencionó, además, que su abuelo se llamó Pedro Salgado, a quien destacó como un gran ejecutante de los distintos tambores y como el encargado de enseñarle a tocar estos instrumentos a temprana edad. Señaló que su progenitor había sido Manuel Salgado, quien fue intérprete del alegre y el llamador.
Dijo que este se enfrentó en Campo de la Cruz, en unos carnavales, a Mingo Carreño, tocando el tambor alegre. Que en esa contienda musical fue derrotado pese a emplear antiguos golpes de tambor conservados como patrimonio cultural en San Basilio de Palenque, por haber sido traídos de África.
Recordó el día que su padre regresó al pueblo con una sonrisa marchita que todos los habitantes de ese lugar desconocían, porque este, un hombre construido sobre victorias ancestrales, por primera vez sufría una derrota en asuntos musicales.
Dijo, además, que fue en la tumba de su padre donde juró vengarlo. Entonces se preparó para vencer a Mingo tocando el alegre. Pero se demoró en llegar al lugar donde vivía su contrincante. Arribo que se transformó en una dolorosa frustración que la asumió como una segunda derrota para sus ancestros.
José lo vio sollozar y guardar silencio. Después lo escuchó decirle a Pedro que a partir de ese momento olvidaría para siempre los motivos que lo llevaron esa madrugada a Campo de la Cruz.
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Por: Álvaro de Jesús Rojano Osorio.