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Columnista - 5 agosto, 2014

El desprecio por La Guajira

Hace décadas, los guajiros sufrimos de las más grandes enfermedades que puedan padecer los pueblos; la soledad, la indiferencia y el olvido, por culpa de la corrupción interna que nos ha gobernado, con administraciones departamentales y municipales montadas por grupos que se han reservado el derecho al poder político, imponiéndose a sangre y fuego, deteriorando […]

Hace décadas, los guajiros sufrimos de las más grandes enfermedades que puedan padecer los pueblos; la soledad, la indiferencia y el olvido, por culpa de la corrupción interna que nos ha gobernado, con administraciones departamentales y municipales montadas por grupos que se han reservado el derecho al poder político, imponiéndose a sangre y fuego, deteriorando cada día más al departamento, mientras ellos se enriquecen, siempre con la mirada miope del gobierno nacional y de las instituciones de control que se han corrompido a la par de los gobernantes.

Hoy surge una extraña solidaridad a favor de La Guajira, que se activa a partir del sensacionalismo de los medios que sólo ponen el grito en el cielo cuando los problemas están crónicos, en lugar de expresar una solidaridad preventiva, que ayude a dar un trato digno a un departamento que mucho le aporta al país en el desarrollo de su economía, pero que inversamente proporcional a lo que dá, se le responde con indiferencia, señalamiento y castigo como estocada final ante la agonía que vive, por estar presa en una burbuja enquistada e impenetrable de corrupción.

Esta nueva solidaridad con La Guajira genera una sensación agridulce. Produce alegría ver unos carros cisterna llenos de agua, abasteciendo a la gente y a muchos colombianos donando botellones y bolsas de agua, pero a la vez causa indignación la humillación en la que el Estado ha hecho caer al pueblo guajiro que hoy padece de sed, desnutrición y de hambre física, tanto por las inclemencias del tiempo como por su ineficiencia. Desde décadas el gobierno nacional ha sido incapaz de frenar el desastroso destino de La Guajira en manos de una cultura del matoneo y de rufianes que la han administrado, desangrándola, robándose las regalías y burlándose de los indígenas a través de sus aparentes planes de salud, agua y vivienda.

El mismo Estado a través de la registraduría se burló de los wayüü durante décadas, cambiándoles sus verdaderos nombres por nombres absurdos, ridiculizantes e irrespetuosos, burlándose de su cultura e identidad; luego permitió que la explotación del carbón los sacara de sus lugares de origen, volviéndolos vulnerables a enfermedades, prostitución, drogas, generando más hambre en la medida que el carbón los desarraigó de sus poblaciones y los plantó en unas nuevas donde no tenían ningún motivo para sentirse respetados.

Hay que agradecer la donación de botellones y bolsitas de agua como un buen gesto de voluntad de la población, que ayuda a minimizar la crisis, sin dejar de exigir respeto y una acción inmediata por parte del gobierno central que se ha desentido departe importante de la solución al problema de la falta de agua. Me refiero a la represa del Ranchería, en el municipio de San Juan del Cesar con una capacidad de almacenamiento de 198 millones de metros cúbicos, construida para irrigar 18 mil hectáreas de tierra y abastecer a nueve de los trece municipios del departamento, que hoy literalmente padecen de sed. Esta represa es un monumento al menosprecio hacia el pueblo guajiro que padece de sed, mientras existe un reservorio de agua de proporciones tan inmensas;es un mega elefante blanco que hoy no le sirve a nadie, porque el Gobierno Nacional no la ha puesto a funcionar, demostrando a través de su ineficacia que poco le interesa el bienestar de los guajiros.

Por Óscar Ariza Daza

Columnista
5 agosto, 2014

El desprecio por La Guajira

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

Hace décadas, los guajiros sufrimos de las más grandes enfermedades que puedan padecer los pueblos; la soledad, la indiferencia y el olvido, por culpa de la corrupción interna que nos ha gobernado, con administraciones departamentales y municipales montadas por grupos que se han reservado el derecho al poder político, imponiéndose a sangre y fuego, deteriorando […]


Hace décadas, los guajiros sufrimos de las más grandes enfermedades que puedan padecer los pueblos; la soledad, la indiferencia y el olvido, por culpa de la corrupción interna que nos ha gobernado, con administraciones departamentales y municipales montadas por grupos que se han reservado el derecho al poder político, imponiéndose a sangre y fuego, deteriorando cada día más al departamento, mientras ellos se enriquecen, siempre con la mirada miope del gobierno nacional y de las instituciones de control que se han corrompido a la par de los gobernantes.

Hoy surge una extraña solidaridad a favor de La Guajira, que se activa a partir del sensacionalismo de los medios que sólo ponen el grito en el cielo cuando los problemas están crónicos, en lugar de expresar una solidaridad preventiva, que ayude a dar un trato digno a un departamento que mucho le aporta al país en el desarrollo de su economía, pero que inversamente proporcional a lo que dá, se le responde con indiferencia, señalamiento y castigo como estocada final ante la agonía que vive, por estar presa en una burbuja enquistada e impenetrable de corrupción.

Esta nueva solidaridad con La Guajira genera una sensación agridulce. Produce alegría ver unos carros cisterna llenos de agua, abasteciendo a la gente y a muchos colombianos donando botellones y bolsas de agua, pero a la vez causa indignación la humillación en la que el Estado ha hecho caer al pueblo guajiro que hoy padece de sed, desnutrición y de hambre física, tanto por las inclemencias del tiempo como por su ineficiencia. Desde décadas el gobierno nacional ha sido incapaz de frenar el desastroso destino de La Guajira en manos de una cultura del matoneo y de rufianes que la han administrado, desangrándola, robándose las regalías y burlándose de los indígenas a través de sus aparentes planes de salud, agua y vivienda.

El mismo Estado a través de la registraduría se burló de los wayüü durante décadas, cambiándoles sus verdaderos nombres por nombres absurdos, ridiculizantes e irrespetuosos, burlándose de su cultura e identidad; luego permitió que la explotación del carbón los sacara de sus lugares de origen, volviéndolos vulnerables a enfermedades, prostitución, drogas, generando más hambre en la medida que el carbón los desarraigó de sus poblaciones y los plantó en unas nuevas donde no tenían ningún motivo para sentirse respetados.

Hay que agradecer la donación de botellones y bolsitas de agua como un buen gesto de voluntad de la población, que ayuda a minimizar la crisis, sin dejar de exigir respeto y una acción inmediata por parte del gobierno central que se ha desentido departe importante de la solución al problema de la falta de agua. Me refiero a la represa del Ranchería, en el municipio de San Juan del Cesar con una capacidad de almacenamiento de 198 millones de metros cúbicos, construida para irrigar 18 mil hectáreas de tierra y abastecer a nueve de los trece municipios del departamento, que hoy literalmente padecen de sed. Esta represa es un monumento al menosprecio hacia el pueblo guajiro que padece de sed, mientras existe un reservorio de agua de proporciones tan inmensas;es un mega elefante blanco que hoy no le sirve a nadie, porque el Gobierno Nacional no la ha puesto a funcionar, demostrando a través de su ineficacia que poco le interesa el bienestar de los guajiros.

Por Óscar Ariza Daza