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Columnista - 16 agosto, 2024

El Cuento de Pedro: ‘El millón’

Armenio rápidamente se convirtió en una  persona de mucha confianza para mí y a quien tenía en mis inicios para que me ayudara a ubicar mecánicos, veterinarios, albañiles, ebanistas, macheteros, tractoristas y bulldozeros. 

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Auspiciado por las hormonas de la juventud, hace muchos años decidí comprar una finca en Astrea, al llegar allí me conocí con los hermanos Delgado, hice amistad cerrada con Armenio, quien me presentó a sus hijos y con los días gané el afecto y el cariño de toda su familia. Puerto Colombia es una de las fincas más afamadas de la región, por ello cuando me instalé en ella, sentí que entré por la puerta grande del municipio más ganadero del departamento.

Armenio rápidamente se convirtió en una  persona de mucha confianza para mí y a quien tenía en mis inicios para que me ayudara a ubicar mecánicos, veterinarios, albañiles, ebanistas, macheteros, tractoristas y bulldozeros.  En alguna ocasión le manifesté que necesitaba comprar un burro hechor, tipo catalán, para que cubriera las necesidades de un atajo de más de 50 yeguas que tenía para el servicio de mi hato.

Él de inmediato se puso en su búsqueda y en menos de 24 horas llegaron dos niños banqueteados  en un asno a quienes le pregunté por su presencia. Me respondieron que venían de parte de Armenio y quien finalmente me convenció que el burro era el que necesitaban mis potrancas.

Se trataba de un burro cacha reto, un poco estropeado y cansado por los años, tenía más ánimo un anciano de 100 años que el triste animal. Para no defraudar la confianza del amigo ordené a Miguel Polo, mi administrador, que le diera oficio. Este ordenó colocarlo a realizar los quehaceres domésticos como llevar el agua y traer la leña.

Un buen día llegó a mi propiedad el primo de mis afectos, se trataba de Thomas Rodolfo Mejía Castro, quien mantenía negocios conmigo y por ende me frecuentaba. Al ver en el corral al  burro manso y cansado me pide que se lo regale por cuanto era el ideal para que sus pequeños nietos lo montaran en Pueblo Bello. Así lo hice, de inmediato ordené al capataz de la hacienda que entregara el viejo burrito.

Tom en alguna ocasión pasaba por Cuatro Vientos y ordenó a Adelmo Fragoso, su conductor, entrar a Puerto Colombia a embarcar en su camioneta al animal obsequiado, con tan mala fortuna que, al regreso, al pasar por El Paso, el automotor rompió el eje de mando y botó una de las ruedas traseras.  José Fernando salió de inmediato a socorrer a su padre. A su paso por Bosconia aprovechó para comprar el repuesto y llevar de la mano a un experto mecánico. 

Una vez en el sitio del descarrilamiento encontraron  a la policía de carreteras quien les advirtió que la camioneta no era apta para transportar animales, Alberto (El Pollo González) propietario de la hacienda La Fe, le manifestó que mientras conseguían el camión adecuado podían alojar en sus corrales al manso animal. De su parte, Rafael Arona propietario de la finca “La Carolina” y Jairo Cuéllar de la finca “La Sorpresa” también se brindaron apoyar a Tom; igual que los hermanos Víctor y Eliecer Ochoa Daza, propietarios de la finca “Las Cabezas”. Finalmente, El Negro Zabaleta ordenó a Luisfenan Lacuture, su yerno, embarcar en su Toyota al asno catalán con destino final; Pueblo Bello.

 La idea de Tom fue genial, sus nietos festejaban alegres por todo el pueblo, amistosamente se peleaban por montarlo y cabalgar en él. Mientras reían en la fresca terraza de Jike Cabas y de Leo, Tom Mejía que le tiraba pluma a todo, aprovechó el café para sacar  las cuentas de la traída del burro, su calculadora arrojó la cifra de 1 millón de pesos. Para la época un burro en pueblo Bello no valía más de 200 mil. 

Inecita y sus hijas, Martha, Silvia y Margarita, reían a carcajadas por el  costo de la donación. En ese momento María José, su nieta adorada, le dice: “Abuelo, abuelo que nombre le vamos a colocar al burrito”. Tom Mejía en su jocosidad le dice: “Pongámosle Millón. Un millón de pesos costó la traída, lo justo es que se llame El Millón”.

Por: Pedro Norberto Castro Araujo. 

Columnista
16 agosto, 2024

El Cuento de Pedro: ‘El millón’

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Pedro Norberto Castro Araujo

Armenio rápidamente se convirtió en una  persona de mucha confianza para mí y a quien tenía en mis inicios para que me ayudara a ubicar mecánicos, veterinarios, albañiles, ebanistas, macheteros, tractoristas y bulldozeros. 


Auspiciado por las hormonas de la juventud, hace muchos años decidí comprar una finca en Astrea, al llegar allí me conocí con los hermanos Delgado, hice amistad cerrada con Armenio, quien me presentó a sus hijos y con los días gané el afecto y el cariño de toda su familia. Puerto Colombia es una de las fincas más afamadas de la región, por ello cuando me instalé en ella, sentí que entré por la puerta grande del municipio más ganadero del departamento.

Armenio rápidamente se convirtió en una  persona de mucha confianza para mí y a quien tenía en mis inicios para que me ayudara a ubicar mecánicos, veterinarios, albañiles, ebanistas, macheteros, tractoristas y bulldozeros.  En alguna ocasión le manifesté que necesitaba comprar un burro hechor, tipo catalán, para que cubriera las necesidades de un atajo de más de 50 yeguas que tenía para el servicio de mi hato.

Él de inmediato se puso en su búsqueda y en menos de 24 horas llegaron dos niños banqueteados  en un asno a quienes le pregunté por su presencia. Me respondieron que venían de parte de Armenio y quien finalmente me convenció que el burro era el que necesitaban mis potrancas.

Se trataba de un burro cacha reto, un poco estropeado y cansado por los años, tenía más ánimo un anciano de 100 años que el triste animal. Para no defraudar la confianza del amigo ordené a Miguel Polo, mi administrador, que le diera oficio. Este ordenó colocarlo a realizar los quehaceres domésticos como llevar el agua y traer la leña.

Un buen día llegó a mi propiedad el primo de mis afectos, se trataba de Thomas Rodolfo Mejía Castro, quien mantenía negocios conmigo y por ende me frecuentaba. Al ver en el corral al  burro manso y cansado me pide que se lo regale por cuanto era el ideal para que sus pequeños nietos lo montaran en Pueblo Bello. Así lo hice, de inmediato ordené al capataz de la hacienda que entregara el viejo burrito.

Tom en alguna ocasión pasaba por Cuatro Vientos y ordenó a Adelmo Fragoso, su conductor, entrar a Puerto Colombia a embarcar en su camioneta al animal obsequiado, con tan mala fortuna que, al regreso, al pasar por El Paso, el automotor rompió el eje de mando y botó una de las ruedas traseras.  José Fernando salió de inmediato a socorrer a su padre. A su paso por Bosconia aprovechó para comprar el repuesto y llevar de la mano a un experto mecánico. 

Una vez en el sitio del descarrilamiento encontraron  a la policía de carreteras quien les advirtió que la camioneta no era apta para transportar animales, Alberto (El Pollo González) propietario de la hacienda La Fe, le manifestó que mientras conseguían el camión adecuado podían alojar en sus corrales al manso animal. De su parte, Rafael Arona propietario de la finca “La Carolina” y Jairo Cuéllar de la finca “La Sorpresa” también se brindaron apoyar a Tom; igual que los hermanos Víctor y Eliecer Ochoa Daza, propietarios de la finca “Las Cabezas”. Finalmente, El Negro Zabaleta ordenó a Luisfenan Lacuture, su yerno, embarcar en su Toyota al asno catalán con destino final; Pueblo Bello.

 La idea de Tom fue genial, sus nietos festejaban alegres por todo el pueblo, amistosamente se peleaban por montarlo y cabalgar en él. Mientras reían en la fresca terraza de Jike Cabas y de Leo, Tom Mejía que le tiraba pluma a todo, aprovechó el café para sacar  las cuentas de la traída del burro, su calculadora arrojó la cifra de 1 millón de pesos. Para la época un burro en pueblo Bello no valía más de 200 mil. 

Inecita y sus hijas, Martha, Silvia y Margarita, reían a carcajadas por el  costo de la donación. En ese momento María José, su nieta adorada, le dice: “Abuelo, abuelo que nombre le vamos a colocar al burrito”. Tom Mejía en su jocosidad le dice: “Pongámosle Millón. Un millón de pesos costó la traída, lo justo es que se llame El Millón”.

Por: Pedro Norberto Castro Araujo.