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Columnista - 4 febrero, 2019

El cronista de Chimichagua

Antes de conocerlo ya leía sus primeros escritos. Fue en mi época en Bogotá, cuando comencé en El Espectador, ya Juan Rincón Vanegas tenía un espacio en el diario, con sus notitas de Chimichagua, muy apreciadas por Don Guillermo Cano. Éramos jóvenes entonces, y decir jóvenes es decir sueños. Después, cuando lo conocí comprobé que […]

Antes de conocerlo ya leía sus primeros escritos. Fue en mi época en Bogotá, cuando comencé en El Espectador, ya Juan Rincón Vanegas tenía un espacio en el diario, con sus notitas de Chimichagua, muy apreciadas por Don Guillermo Cano. Éramos jóvenes entonces, y decir jóvenes es decir sueños. Después, cuando lo conocí comprobé que su sueño más importante también era igual al mío: escribir. Contar historias, contar sucesos, resaltar lo bueno de la tierra que habitábamos. Después, sin dejar los sueños de lado, él se quedó escribiendo y descubriendo personajes del folclor vallenato, y yo me sumergí en el mundo literario, que si lo vemos bien, es lo mismo.
El accionar de Juan ha sido prolífico, desde comenzar en un periódico de su tierra, Zigzag, pasar por El Espectador, El Tiempo, Vanguardia, Revista Rumbera y por el amor de todos: El Diario Vallenato. ¿Cómo Olvidar El Rincón del Flaco, y su concurso de Miss Flakis, que dio la oportunidad a muchas jovencitas de sentirse reinas?
Esto que escribo es producto de mi admiración por la tenacidad de Juan Rincón Vanegas, por el manejo del idioma, por sus metáforas silogísticas; y no se trata, en este pequeño espacio, de escribir su biografía, no cabe, si se tiene en cuenta que hay en su haber seis trofeos Sirena Vallenata, decenas de reconocimientos y un honroso lugar dentro de los escritores del folclor, aunque ya demostró que escribe de cualquier tema. Hoy es el alma de la Oficina de Prensa del Festival de la Leyenda Vallenata.
Trabajaba en El Diario Vallenato, cuando Lolita se lo llevó para que la ayudara en la misma oficina donde ella era directora; allí aprendió a admirar a Consuelo Aruajonoguera y tuvo el privilegio de charlar horas con ellas y de hacerle unas inolvidables entrevistas, incluso en la que le pide que esté atento a su epitafio que es el que hoy reza sobre su tumba: “Aquí yace Consuelo Araujo Noguera de pie como vivió su vida”.
¡Cuánto se me queda por contar sobre mi colega! La limitación del espacio nos deja con mucho material en la mente y en el corazón. Juan, el cronista de Chimichagua, lamenta que su mamá no haya disfrutado de sus logros, me lo dice con nostalgia, que conjuramos con la noticia que me dio sobre la publicación de su libro sobre tanto y tanto que ha escrito, ¿cuándo? Está en eso, proceso que bien conozco: organizar, reescribir, corregir, pulir, buscar algo de perfección. Juan Rincón Vanegas merece que se escriba su historia, que en un libro sobre su vida se detalle la superación, la resiliencia de un hombre que ha contribuido, con alegría, a que se conozca esa parte importante de nuestra cultura que es el folclor. No quiero terminar sin contar cuál es el epitafio que ha escogido: “Mi vida fue una crónica escrita en el alma de mi tierra”. Eso lo resume todo.

Por Mary Daza Orozco

Columnista
4 febrero, 2019

El cronista de Chimichagua

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Antes de conocerlo ya leía sus primeros escritos. Fue en mi época en Bogotá, cuando comencé en El Espectador, ya Juan Rincón Vanegas tenía un espacio en el diario, con sus notitas de Chimichagua, muy apreciadas por Don Guillermo Cano. Éramos jóvenes entonces, y decir jóvenes es decir sueños. Después, cuando lo conocí comprobé que […]


Antes de conocerlo ya leía sus primeros escritos. Fue en mi época en Bogotá, cuando comencé en El Espectador, ya Juan Rincón Vanegas tenía un espacio en el diario, con sus notitas de Chimichagua, muy apreciadas por Don Guillermo Cano. Éramos jóvenes entonces, y decir jóvenes es decir sueños. Después, cuando lo conocí comprobé que su sueño más importante también era igual al mío: escribir. Contar historias, contar sucesos, resaltar lo bueno de la tierra que habitábamos. Después, sin dejar los sueños de lado, él se quedó escribiendo y descubriendo personajes del folclor vallenato, y yo me sumergí en el mundo literario, que si lo vemos bien, es lo mismo.
El accionar de Juan ha sido prolífico, desde comenzar en un periódico de su tierra, Zigzag, pasar por El Espectador, El Tiempo, Vanguardia, Revista Rumbera y por el amor de todos: El Diario Vallenato. ¿Cómo Olvidar El Rincón del Flaco, y su concurso de Miss Flakis, que dio la oportunidad a muchas jovencitas de sentirse reinas?
Esto que escribo es producto de mi admiración por la tenacidad de Juan Rincón Vanegas, por el manejo del idioma, por sus metáforas silogísticas; y no se trata, en este pequeño espacio, de escribir su biografía, no cabe, si se tiene en cuenta que hay en su haber seis trofeos Sirena Vallenata, decenas de reconocimientos y un honroso lugar dentro de los escritores del folclor, aunque ya demostró que escribe de cualquier tema. Hoy es el alma de la Oficina de Prensa del Festival de la Leyenda Vallenata.
Trabajaba en El Diario Vallenato, cuando Lolita se lo llevó para que la ayudara en la misma oficina donde ella era directora; allí aprendió a admirar a Consuelo Aruajonoguera y tuvo el privilegio de charlar horas con ellas y de hacerle unas inolvidables entrevistas, incluso en la que le pide que esté atento a su epitafio que es el que hoy reza sobre su tumba: “Aquí yace Consuelo Araujo Noguera de pie como vivió su vida”.
¡Cuánto se me queda por contar sobre mi colega! La limitación del espacio nos deja con mucho material en la mente y en el corazón. Juan, el cronista de Chimichagua, lamenta que su mamá no haya disfrutado de sus logros, me lo dice con nostalgia, que conjuramos con la noticia que me dio sobre la publicación de su libro sobre tanto y tanto que ha escrito, ¿cuándo? Está en eso, proceso que bien conozco: organizar, reescribir, corregir, pulir, buscar algo de perfección. Juan Rincón Vanegas merece que se escriba su historia, que en un libro sobre su vida se detalle la superación, la resiliencia de un hombre que ha contribuido, con alegría, a que se conozca esa parte importante de nuestra cultura que es el folclor. No quiero terminar sin contar cuál es el epitafio que ha escogido: “Mi vida fue una crónica escrita en el alma de mi tierra”. Eso lo resume todo.

Por Mary Daza Orozco