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Columnista - 28 junio, 2015

El crédito agropecuario II: Las tasas

Nuestro Sistema de Crédito Agropecuario se me antoja inspirado en el antiquísimo símbolo, digno de un thriller de Dan Brown, de la serpiente que se traga su propia cola –el ouroboro–un organismo que se alimenta mientras se destruye, un sistema que parece diseñado para quitar lo que entrega, en un círculo vicioso que no le […]

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Nuestro Sistema de Crédito Agropecuario se me antoja inspirado en el antiquísimo símbolo, digno de un thriller de Dan Brown, de la serpiente que se traga su propia cola –el ouroboro–un organismo que se alimenta mientras se destruye, un sistema que parece diseñado para quitar lo que entrega, en un círculo vicioso que no le permite cumplir con efectividad su cometido de apalancar la producción agropecuaria, de cara a sus retos de competitividad y a los muy superiores de la recuperación del campo.

Ya vimos como el crédito agropecuario de fomento tiene una fuga a través de la cartera sustitutiva –mi columna anterior–, contabilizada como crédito Finagro a los productores, pero orientada en su mayoría hacia otros sectores, en condiciones más favorables que las exigidas al productor primario. Hoy quiero escudriñar la estructura de tasas de lo que le queda a quien realmente produce: la “cartera de redescuento”, alimentada con recursos que, para decirlo de una manera sencilla, Finagro le presta barato a los bancos para que estos, sin mayor riesgo, les presten caro a los usuarios.

En el mercado formal, la tasa de colocación está en función del costo del recurso, de los costos de transacción, la utilidad y, principalmente, del riesgo. Por esta última variable las tasas del microcrédito para los más pobres rondan el 38%, inclusive con redescuento de Finagro, superadas apenas por la infamia del “gota a gota”, con gran presencia todavía en el desbancarizado sector rural.

Al desmenuzar la cartera de redescuento, que es crédito “de fomento” –no se olvide–, las cuentas no cuadran para el productor. Cuando se trata de un pequeño, Finagro, que siempre pone la plata, le cobra al banco DTF (que ronda el 4,5%) menos 2,5 puntos, es decir, los bancos se hacen al recurso más barato del mercado (2% e.a.) y lo pueden colocar hasta al DTF + 7, equivalente al 11,5%, igual o superior a la de cartera hipotecaria con la que usted puede comprar un apartamento de lujo, o de lo que cualquier asalariado paga por un crédito de libranza. Ah! Se me olvidaba, si ese pequeño productor, como es usual, debe acudir al Fondo Agropecuario de Garantías (FAG), a la tasa se suman tres puntos más, hasta el 14,5%, con una intermediación resultante (11,5 – 2) de 9,5% y hasta 12,5% si se accede al FAG.

Para los medianos el banco paga un poco más (DTF + 1, DTF + 2), pero coloca también más alto, hasta DTF + 10, es decir, al 14,5% e.a., conservando su ventajosa intermediación (9%). Cuando se llega al gran productor siguen las sorpresas. En este caso el banco paga el mismo DTF + 2 y tiene libertad de negociar con el deudor, pero no para cobrarle más, sino para favorecerlo con menor tasa, porque tiene mejores garantías y el ingreso por intereses es más alto.

La intermediación financiera en Colombia es exagerada, máxime con una inflación controlada por lo bajo (3,4%); pero cuando se trata de crédito de fomento la situación es más gravosa. De hecho, la mora agropecuaria es de 11,8% frente a un promedio de 6,6% para la economía. No puede ser de otra manera, pues si la tasa de interés es más alta para un sector con mayor riesgo y menor capacidad de pago, la siniestralidad también será más alta y, por ese camino, la puerta del crédito se irá cerrando cada vez más. Como el ouroboro, el sistema se está devorando a sí mismo en su finalidad de reactivar la producción rural.

@jflafaurie

Columnista
28 junio, 2015

El crédito agropecuario II: Las tasas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Félix Lafaurie Rivera

Nuestro Sistema de Crédito Agropecuario se me antoja inspirado en el antiquísimo símbolo, digno de un thriller de Dan Brown, de la serpiente que se traga su propia cola –el ouroboro–un organismo que se alimenta mientras se destruye, un sistema que parece diseñado para quitar lo que entrega, en un círculo vicioso que no le […]


Nuestro Sistema de Crédito Agropecuario se me antoja inspirado en el antiquísimo símbolo, digno de un thriller de Dan Brown, de la serpiente que se traga su propia cola –el ouroboro–un organismo que se alimenta mientras se destruye, un sistema que parece diseñado para quitar lo que entrega, en un círculo vicioso que no le permite cumplir con efectividad su cometido de apalancar la producción agropecuaria, de cara a sus retos de competitividad y a los muy superiores de la recuperación del campo.

Ya vimos como el crédito agropecuario de fomento tiene una fuga a través de la cartera sustitutiva –mi columna anterior–, contabilizada como crédito Finagro a los productores, pero orientada en su mayoría hacia otros sectores, en condiciones más favorables que las exigidas al productor primario. Hoy quiero escudriñar la estructura de tasas de lo que le queda a quien realmente produce: la “cartera de redescuento”, alimentada con recursos que, para decirlo de una manera sencilla, Finagro le presta barato a los bancos para que estos, sin mayor riesgo, les presten caro a los usuarios.

En el mercado formal, la tasa de colocación está en función del costo del recurso, de los costos de transacción, la utilidad y, principalmente, del riesgo. Por esta última variable las tasas del microcrédito para los más pobres rondan el 38%, inclusive con redescuento de Finagro, superadas apenas por la infamia del “gota a gota”, con gran presencia todavía en el desbancarizado sector rural.

Al desmenuzar la cartera de redescuento, que es crédito “de fomento” –no se olvide–, las cuentas no cuadran para el productor. Cuando se trata de un pequeño, Finagro, que siempre pone la plata, le cobra al banco DTF (que ronda el 4,5%) menos 2,5 puntos, es decir, los bancos se hacen al recurso más barato del mercado (2% e.a.) y lo pueden colocar hasta al DTF + 7, equivalente al 11,5%, igual o superior a la de cartera hipotecaria con la que usted puede comprar un apartamento de lujo, o de lo que cualquier asalariado paga por un crédito de libranza. Ah! Se me olvidaba, si ese pequeño productor, como es usual, debe acudir al Fondo Agropecuario de Garantías (FAG), a la tasa se suman tres puntos más, hasta el 14,5%, con una intermediación resultante (11,5 – 2) de 9,5% y hasta 12,5% si se accede al FAG.

Para los medianos el banco paga un poco más (DTF + 1, DTF + 2), pero coloca también más alto, hasta DTF + 10, es decir, al 14,5% e.a., conservando su ventajosa intermediación (9%). Cuando se llega al gran productor siguen las sorpresas. En este caso el banco paga el mismo DTF + 2 y tiene libertad de negociar con el deudor, pero no para cobrarle más, sino para favorecerlo con menor tasa, porque tiene mejores garantías y el ingreso por intereses es más alto.

La intermediación financiera en Colombia es exagerada, máxime con una inflación controlada por lo bajo (3,4%); pero cuando se trata de crédito de fomento la situación es más gravosa. De hecho, la mora agropecuaria es de 11,8% frente a un promedio de 6,6% para la economía. No puede ser de otra manera, pues si la tasa de interés es más alta para un sector con mayor riesgo y menor capacidad de pago, la siniestralidad también será más alta y, por ese camino, la puerta del crédito se irá cerrando cada vez más. Como el ouroboro, el sistema se está devorando a sí mismo en su finalidad de reactivar la producción rural.

@jflafaurie