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Columnista - 16 julio, 2013

El costo del populismo

Por esta época, donde se están llevando a cabo elecciones atípicas en diferentes regiones del país y cuando ya ha transcurrido buena parte del periodo Constitucional de los gobiernos regionales y locales actuales, es común escuchar el desconcierto e inconformismo de la gente, de un lado; por los desaciertos de los gobiernos, y del otro; por la mutación de la personalidad que quienes fungen como alcaldes y gobernadores.

Por Carlos Guillermo Ramírez

Por esta época, donde se están llevando a cabo elecciones atípicas en diferentes regiones del país y cuando ya ha transcurrido buena parte del periodo Constitucional de los gobiernos regionales y locales actuales, es común escuchar el desconcierto e inconformismo  de la gente, de un lado;  por los desaciertos de los gobiernos, y del otro;  por la mutación  de la personalidad que quienes fungen como alcaldes y gobernadores y todo, porque en su gran mayoría, por no decir todos, mutan su personalidad, es decir,  pasan de una actitud generosa, amable y populista que muestran en sus campañas a una condición tecnócrata, reaccionaria y antipática una vez son elegidos, perdiendo de esta manera el contacto con el pueblo que los eligió e incluso,  donde muchos de sus copartidarios solo los vuelven a ver en los publirreportajes de periódicos y revistas de farándula  y para su infortunio en titulares de noticias sobre corrupción administrativa; olvidándose que sus cargos fueron el resultado de una  “elección popular”, que constituye la base del concepto “democracia”, desconociendo  además, que  el significado  de lo “popular”, literalmente hablando, es aquello que pertenece o es relativo al pueblo, es decir, en términos democráticos, se tiene la idea,  que se trata de una práctica comunicativa, mediante la cual se busca acercamiento con las comunidades y los movimientos sociales, que permite trabar una relación interacción activa entre la comunidad (receptores) y los políticos (emisores) y que  le facilita a los primeros, exponer sus necesidades y a los segundos, comprender las dimensiones del problema y sus posibles soluciones, que finalmente deben ser las propuestas que contemplen los programas de gobiernos que los candidatos inscriban en la Registraduria Nacional  y que da lugar a lo que se denomina como el “voto programático”, regulado por la Ley 131 de 1994.

Pero desafortunadamente, esta idea, ha venido haciendo mucho daño a nuestro sistema democrático, en la medida en que se ha provocado una reacción contraria  en los electores que encuentran en los populistas una forma de castigar a la clase dirigente tradicional, egoísta y aferrada al poder y  caen en la trampa del engaño y las falsas promesas por parte de quienes asumen un papel populista y demagogo, donde se termina votando por propuestas electorales carentes de perfil ideológico, de contenido programático, que valoran más la condición personal y familiar  del candidato y su compromiso con el elector, que los programas de gobierno que apuntan a la solución de los diversos problemas de la comunidad.

Esta es la nueva cultura política que toma forma en nuestro país, en la que votantes han aprendido a sacar provecho del clientelismo y de  las ofertas populistas, que atrapan la pasión de jóvenes, adultos, intelectuales y gente solidaria que terminan votando por cualquier alternativa sin importar lo que pueda costar.

 

Columnista
16 julio, 2013

El costo del populismo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Guillermo Ramirez

Por esta época, donde se están llevando a cabo elecciones atípicas en diferentes regiones del país y cuando ya ha transcurrido buena parte del periodo Constitucional de los gobiernos regionales y locales actuales, es común escuchar el desconcierto e inconformismo de la gente, de un lado; por los desaciertos de los gobiernos, y del otro; por la mutación de la personalidad que quienes fungen como alcaldes y gobernadores.


Por Carlos Guillermo Ramírez

Por esta época, donde se están llevando a cabo elecciones atípicas en diferentes regiones del país y cuando ya ha transcurrido buena parte del periodo Constitucional de los gobiernos regionales y locales actuales, es común escuchar el desconcierto e inconformismo  de la gente, de un lado;  por los desaciertos de los gobiernos, y del otro;  por la mutación  de la personalidad que quienes fungen como alcaldes y gobernadores y todo, porque en su gran mayoría, por no decir todos, mutan su personalidad, es decir,  pasan de una actitud generosa, amable y populista que muestran en sus campañas a una condición tecnócrata, reaccionaria y antipática una vez son elegidos, perdiendo de esta manera el contacto con el pueblo que los eligió e incluso,  donde muchos de sus copartidarios solo los vuelven a ver en los publirreportajes de periódicos y revistas de farándula  y para su infortunio en titulares de noticias sobre corrupción administrativa; olvidándose que sus cargos fueron el resultado de una  “elección popular”, que constituye la base del concepto “democracia”, desconociendo  además, que  el significado  de lo “popular”, literalmente hablando, es aquello que pertenece o es relativo al pueblo, es decir, en términos democráticos, se tiene la idea,  que se trata de una práctica comunicativa, mediante la cual se busca acercamiento con las comunidades y los movimientos sociales, que permite trabar una relación interacción activa entre la comunidad (receptores) y los políticos (emisores) y que  le facilita a los primeros, exponer sus necesidades y a los segundos, comprender las dimensiones del problema y sus posibles soluciones, que finalmente deben ser las propuestas que contemplen los programas de gobiernos que los candidatos inscriban en la Registraduria Nacional  y que da lugar a lo que se denomina como el “voto programático”, regulado por la Ley 131 de 1994.

Pero desafortunadamente, esta idea, ha venido haciendo mucho daño a nuestro sistema democrático, en la medida en que se ha provocado una reacción contraria  en los electores que encuentran en los populistas una forma de castigar a la clase dirigente tradicional, egoísta y aferrada al poder y  caen en la trampa del engaño y las falsas promesas por parte de quienes asumen un papel populista y demagogo, donde se termina votando por propuestas electorales carentes de perfil ideológico, de contenido programático, que valoran más la condición personal y familiar  del candidato y su compromiso con el elector, que los programas de gobierno que apuntan a la solución de los diversos problemas de la comunidad.

Esta es la nueva cultura política que toma forma en nuestro país, en la que votantes han aprendido a sacar provecho del clientelismo y de  las ofertas populistas, que atrapan la pasión de jóvenes, adultos, intelectuales y gente solidaria que terminan votando por cualquier alternativa sin importar lo que pueda costar.