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Cultura - 30 diciembre, 2020

El cielo es una hamaca grande, muy grande

El cielo es una hamaca grande, Con urdimbre de cuentos e historias, Tejidas en cancioneros de poetas trajinantes, Trashumancia del alma de caserío en caserío.

FOTO/JOAQUÍN RAMÍREZ.
FOTO/JOAQUÍN RAMÍREZ.

El cielo es una hamaca grande,
Con urdimbre de cuentos e historias,
Tejidas en cancioneros de poetas trajinantes,
Trashumancia del alma de caserío en caserío,
De ramal en ramal,
De pueblo en pueblo,
Narradas en composiciones de hilos de ensueño,
Trenzados en melodías brotadas del corazón,
Fluyendo en entramados de acordes,
Soplados en un acordeón,
Tornillo e máquina.

El cielo sí, definitivamente que sí,
Es una hamaca grande,
Tejida en telas de cuentos de antaño,
En la crónica y la narración,
Vociferada como con una alta voz,
Por el grito alegre de abuelos descalzos,
Paseando en burro su vida,
Persiguiendo sus sueños,
Y dejando que el tiempo se escape y se mida,
Con el cronómetro,
En el humo del tabaco campesino,
Del fuego del viaje del labrador y del vaquero,
Columpiando de un lado a otro sus penas,
Buscando el fresco de la brisa,
En las promesas de un nuevo amor pasajero.

No hay duda, el cielo sí, que es una hamaca bien grande,
Adornada con infinitos surcos cromáticos,
Arrancados de un arcoíris,
Que celebra su recorrido,
Por allá desde Macho Bayo,
Estallando en coloridas composiciones,
Con aires musicales de paseo,
De merengue, de tambora, de puya y de son.

El cielo sí que es una hamaca muy grande,
Con eco infinito de tonos y arrullos,
De Francisco Moscote Guerra,
Andrés Landero, Juancho Polo Valencia,
Y de Pacho Rada,
todos ellos,
Con los cuatro aires,
Consolidados en los bajos y ritmos,
Por Chico Bolaños Marshall,
Eternos ancianos trotamundos,
Paseando a lomo borrico la crónica de Macondo,
Entonada, brotando silvestre,
En el fuelle de un acordeón moruno,
Con adornos de caja y guacharaca,
Con los que se comenta y se descifra el enamoramiento,
La conquista en la intención más noble,
Que es el amor,
La propuesta de un galanteo,
Anunciada y cantada en serenata vallenata,
Con coplas y baladas,
Letrillas y tonadas,
Conquistando en ventana marroncita,
Como en la creación del “Cacique de la Junta”,
Diomedes Díaz,
O en la poesía de Carlos Huertas,
El cantor de Fonseca,
buscando la casta doncella de su adoración.

El cielo sí, que con toda claridad es una hamaca grande,
Compuesta de trazos poéticos,
Bordados con filamentos de pasión,
Filigrana de luz Divina,
Hilo de oro, un fuego interior,
Que con rayos celestes permite ver al canta autor,
Más allá de lo profano,
Lo vano y lo trivial,
Igual que al maestro Leandro Díaz,
Incluso ver con el alma,
No obstante los ojos cegados,
Para abrirlos con una canción,
Descubriendo con el corazón,
La belleza radiante de su enamorada adorada,
Describiendo con versos de amor,
A su diosa coronada.

El cielo, en suma, sí que es una hamaca inmensa,
Muy grande,
Fabricada en la artesanía lírica de Adolfo Pacheco,
Colgada en una casa en el aire de Rafael Escalona,
Balanceando, bamboleando y columpiando,
Con los acordes de Chemita Ramos,
Y con la costumbre idílica del maestro Rafa,
Inspirándose en versos de amor a su Maye eterna,
Componiendo y atendiendo la queja del compae Tomás,
Por allá en Santa Cruz de Urumita,
En la casa de Pedro Nel Aponte y Blasina López,
Y también, intentando trazar,
La senda poética del amor provinciano,
En la que el compadre del maestro Escalona,
Carlos “Cabiche” Aponte,
Pudiese por fin, conquistar y alegre atrapar,
La mariposa Urumitera de sus afectos,
A pesar de su vuelo alto,
Que se la llevo lejos, muy lejos.

En fin, el cielo sí, que es una hamaca infinitamente grande,
Tejida de cancioneros de vallenatos,
Y versos gritados por el frenesí del cantor,
Acompañado de las notas anunciadas,
Por el fuelle de un acordeón colibrí,
Con el maestro Emiliano Zuleta Baquero,
También allá en Urumita,
Escuchando el eco si fin,
Perdido en el tiempo, de una gota fría,
Incitando después el contragolpe de riposta,
En tonada defensiva, del juglar de Guacoche,
Lorenzo “El Grande”, Lorenzo Morales.

El cielo sí que es una hamaca grande,
Tejida de luz, una hamaca repleta de gloria,
Luminosa, colosal, jubilosa y festiva,
Con el rugido de la composición instrumental,
En la resonancia musical,
Del primer rey vallenato, Alejo Durán.

El cielo sí que es una hamaca grande,
Muy amplia y exorbitante,
En el que se escuchan presagios o anuncios proféticos,
Inspirados por el creador,
En la matriarca Clarita Aponte,
Haciendo eco celeste a dulce premonición.

Amplitud de alas en revoloteo danzarín,
En el ascenso y extensión perpetua,
Hacia el firmamento de Dios,
Progresión y escalamiento constante,
Permanente, desde una súbita subida en acrobacia repentina,
De las golondrinas de Escalona,
Surcando el arcoíris, en vuelo cósmico,
Etéreo y astral,
En bailoteo sutil y sublime hacia lo eterno,
Vocalizadas, recitadas y entonadas,
Hacia el infinito en excelsa canción,
Por Iván Villazón,
Talento innato,
El tenor y el gallo fino del vallenato.

Loco de contento,
Buscando benevolencia y el fraternal afecto,
El gallo fino, congraciando al patriarca,
Cantó conmovido tonadas y versos,
Al viejo “Crespo” Crispín Villazón,
Logrando por fin,
Del Páter Familias,
Y Páter Patriae,
Paternal bendición.

Claro que sí, por supuesto que sí,
El cielo en fin,
Sí que es una Hamaca muy grande,
Espaciosa y monumental,
Exorbitante, infinitamente grande.

Y vuela alto en el firmamento la escuela del mentor musical,
Como el águila imperial,
El sensei, el ayo de todo acordeonero,
Preceptor del tornillo e máquina,
Del moruno, del guacamayo, del colibrí y del espejo en fuelle,
“El pollo vallenato”, Luis Enrique Martínez.

Retumban en el éter,
Armonías desde sus pliegues alegres en piqueria,
En la bóveda celeste,
Encantando a Dios y los ángeles de iglesia triunfante,
Con acordes adornados con notas altas,
Emplazadas con comentarios de arpegios,
Decorando los bajos,
Danzando en el pentagrama,
Y embarcando y trasbordando sus sueños,
Con simultánea pulsación.

El cielo sí, que definitivamente sí,
Que es una hamaca grande, muy grande,
Cuando descubre Gabo,
La poesía natural en la primavera caribeña,
De los árboles de cañaguates floridos de oro silvanus,
De los bosques del Cesar, del sur de la Guajira y del Magdalena Grande,
Con mantos infinitos de tonalidades amarillas,
Con su lluvia de flores caídas, esparcidas por el suelo,
A manera de tapetes magistrales,
Presagiando lo que sería la despedida del patriarca de Macondo,
José Arcadio Buendía.

Por Jacobo Daponte V.

Cultura
30 diciembre, 2020

El cielo es una hamaca grande, muy grande

El cielo es una hamaca grande, Con urdimbre de cuentos e historias, Tejidas en cancioneros de poetas trajinantes, Trashumancia del alma de caserío en caserío.


FOTO/JOAQUÍN RAMÍREZ.
FOTO/JOAQUÍN RAMÍREZ.

El cielo es una hamaca grande,
Con urdimbre de cuentos e historias,
Tejidas en cancioneros de poetas trajinantes,
Trashumancia del alma de caserío en caserío,
De ramal en ramal,
De pueblo en pueblo,
Narradas en composiciones de hilos de ensueño,
Trenzados en melodías brotadas del corazón,
Fluyendo en entramados de acordes,
Soplados en un acordeón,
Tornillo e máquina.

El cielo sí, definitivamente que sí,
Es una hamaca grande,
Tejida en telas de cuentos de antaño,
En la crónica y la narración,
Vociferada como con una alta voz,
Por el grito alegre de abuelos descalzos,
Paseando en burro su vida,
Persiguiendo sus sueños,
Y dejando que el tiempo se escape y se mida,
Con el cronómetro,
En el humo del tabaco campesino,
Del fuego del viaje del labrador y del vaquero,
Columpiando de un lado a otro sus penas,
Buscando el fresco de la brisa,
En las promesas de un nuevo amor pasajero.

No hay duda, el cielo sí, que es una hamaca bien grande,
Adornada con infinitos surcos cromáticos,
Arrancados de un arcoíris,
Que celebra su recorrido,
Por allá desde Macho Bayo,
Estallando en coloridas composiciones,
Con aires musicales de paseo,
De merengue, de tambora, de puya y de son.

El cielo sí que es una hamaca muy grande,
Con eco infinito de tonos y arrullos,
De Francisco Moscote Guerra,
Andrés Landero, Juancho Polo Valencia,
Y de Pacho Rada,
todos ellos,
Con los cuatro aires,
Consolidados en los bajos y ritmos,
Por Chico Bolaños Marshall,
Eternos ancianos trotamundos,
Paseando a lomo borrico la crónica de Macondo,
Entonada, brotando silvestre,
En el fuelle de un acordeón moruno,
Con adornos de caja y guacharaca,
Con los que se comenta y se descifra el enamoramiento,
La conquista en la intención más noble,
Que es el amor,
La propuesta de un galanteo,
Anunciada y cantada en serenata vallenata,
Con coplas y baladas,
Letrillas y tonadas,
Conquistando en ventana marroncita,
Como en la creación del “Cacique de la Junta”,
Diomedes Díaz,
O en la poesía de Carlos Huertas,
El cantor de Fonseca,
buscando la casta doncella de su adoración.

El cielo sí, que con toda claridad es una hamaca grande,
Compuesta de trazos poéticos,
Bordados con filamentos de pasión,
Filigrana de luz Divina,
Hilo de oro, un fuego interior,
Que con rayos celestes permite ver al canta autor,
Más allá de lo profano,
Lo vano y lo trivial,
Igual que al maestro Leandro Díaz,
Incluso ver con el alma,
No obstante los ojos cegados,
Para abrirlos con una canción,
Descubriendo con el corazón,
La belleza radiante de su enamorada adorada,
Describiendo con versos de amor,
A su diosa coronada.

El cielo, en suma, sí que es una hamaca inmensa,
Muy grande,
Fabricada en la artesanía lírica de Adolfo Pacheco,
Colgada en una casa en el aire de Rafael Escalona,
Balanceando, bamboleando y columpiando,
Con los acordes de Chemita Ramos,
Y con la costumbre idílica del maestro Rafa,
Inspirándose en versos de amor a su Maye eterna,
Componiendo y atendiendo la queja del compae Tomás,
Por allá en Santa Cruz de Urumita,
En la casa de Pedro Nel Aponte y Blasina López,
Y también, intentando trazar,
La senda poética del amor provinciano,
En la que el compadre del maestro Escalona,
Carlos “Cabiche” Aponte,
Pudiese por fin, conquistar y alegre atrapar,
La mariposa Urumitera de sus afectos,
A pesar de su vuelo alto,
Que se la llevo lejos, muy lejos.

En fin, el cielo sí, que es una hamaca infinitamente grande,
Tejida de cancioneros de vallenatos,
Y versos gritados por el frenesí del cantor,
Acompañado de las notas anunciadas,
Por el fuelle de un acordeón colibrí,
Con el maestro Emiliano Zuleta Baquero,
También allá en Urumita,
Escuchando el eco si fin,
Perdido en el tiempo, de una gota fría,
Incitando después el contragolpe de riposta,
En tonada defensiva, del juglar de Guacoche,
Lorenzo “El Grande”, Lorenzo Morales.

El cielo sí que es una hamaca grande,
Tejida de luz, una hamaca repleta de gloria,
Luminosa, colosal, jubilosa y festiva,
Con el rugido de la composición instrumental,
En la resonancia musical,
Del primer rey vallenato, Alejo Durán.

El cielo sí que es una hamaca grande,
Muy amplia y exorbitante,
En el que se escuchan presagios o anuncios proféticos,
Inspirados por el creador,
En la matriarca Clarita Aponte,
Haciendo eco celeste a dulce premonición.

Amplitud de alas en revoloteo danzarín,
En el ascenso y extensión perpetua,
Hacia el firmamento de Dios,
Progresión y escalamiento constante,
Permanente, desde una súbita subida en acrobacia repentina,
De las golondrinas de Escalona,
Surcando el arcoíris, en vuelo cósmico,
Etéreo y astral,
En bailoteo sutil y sublime hacia lo eterno,
Vocalizadas, recitadas y entonadas,
Hacia el infinito en excelsa canción,
Por Iván Villazón,
Talento innato,
El tenor y el gallo fino del vallenato.

Loco de contento,
Buscando benevolencia y el fraternal afecto,
El gallo fino, congraciando al patriarca,
Cantó conmovido tonadas y versos,
Al viejo “Crespo” Crispín Villazón,
Logrando por fin,
Del Páter Familias,
Y Páter Patriae,
Paternal bendición.

Claro que sí, por supuesto que sí,
El cielo en fin,
Sí que es una Hamaca muy grande,
Espaciosa y monumental,
Exorbitante, infinitamente grande.

Y vuela alto en el firmamento la escuela del mentor musical,
Como el águila imperial,
El sensei, el ayo de todo acordeonero,
Preceptor del tornillo e máquina,
Del moruno, del guacamayo, del colibrí y del espejo en fuelle,
“El pollo vallenato”, Luis Enrique Martínez.

Retumban en el éter,
Armonías desde sus pliegues alegres en piqueria,
En la bóveda celeste,
Encantando a Dios y los ángeles de iglesia triunfante,
Con acordes adornados con notas altas,
Emplazadas con comentarios de arpegios,
Decorando los bajos,
Danzando en el pentagrama,
Y embarcando y trasbordando sus sueños,
Con simultánea pulsación.

El cielo sí, que definitivamente sí,
Que es una hamaca grande, muy grande,
Cuando descubre Gabo,
La poesía natural en la primavera caribeña,
De los árboles de cañaguates floridos de oro silvanus,
De los bosques del Cesar, del sur de la Guajira y del Magdalena Grande,
Con mantos infinitos de tonalidades amarillas,
Con su lluvia de flores caídas, esparcidas por el suelo,
A manera de tapetes magistrales,
Presagiando lo que sería la despedida del patriarca de Macondo,
José Arcadio Buendía.

Por Jacobo Daponte V.