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Columnista - 27 agosto, 2011

El Cesar: promesas y caseríos en el aire

Por: Andrés Eduardo Quintero Olmos Rafael Escalona atinó metafóricamente con su canción “La Casa en el aire”. Pero erró con el destinatario de aquélla. Con tanto folclor a su alcance, quien se quedó con la casa “en el aire” no fue su hija, sino el Departamento del Cesar, que tras años de elecciones cuasi democráticas, […]

Por: Andrés Eduardo Quintero Olmos

Rafael Escalona atinó metafóricamente con su canción “La Casa en el aire”. Pero erró con el destinatario de aquélla. Con tanto folclor a su alcance, quien se quedó con la casa “en el aire” no fue su hija, sino el Departamento del Cesar, que tras años de elecciones cuasi democráticas, nuestras casas en el aire se quedaron en un sueño frustrado incorporado en toda una sociedad ávida de cambios perennes.

En épocas de elecciones, kilómetros de propagandas políticas colgadas en los lugares más púdicos de las ciudades, millas de promesas mentirosas, un par de eslóganes atrevidos con sazón vallenato y unos votos comprados aquí y allá, son el quehacer de los políticos cesarenses. Son empresarios más que políticos. Calculan el costo de oportunidad con cada voto que compran. El Departamento se convierte entonces en un escandaloso anfiteatro a cielo abierto, un aparentoso hazmerreír dramático gratuito, en donde la crítica no sabe si reír o llorar, y que al final resulta extremadamente oneroso para el desarrollo regional. No entiendo la indiferencia de los lectores ante tanto maquiavelismo político.

Hace dos meses, en vísperas de enardecer una política trasparente, convoqué, en estas páginas de EL PILÓN, a los congresistas del Cesar para que rindieran cuentas a los cesarenses sobre sus acciones (u omisiones) después de un año de haber sido elegidos. Mi pregunta fue sencilla y el tiempo necesario para su respuesta no era cuantioso. Sin embargo, ningún congresista se tomó la molestia de responder.

¿Cómo interpretar su silencio? O los congresistas cesarenses cometieron una simple omisión culpable o, al no leer la prensa local del Departamento al cual representan, no se enteraron de mi columna. O, posiblemente, como sugeriría un ingenuo, quizás no saben leer ni escribir, lo cual es posible en este país y, para ser justos con ellos, es legítimo dejarlo aquí planteado. La triste verdad es que los congresistas cesarenses calculan que al rendir cuentas públicas perderán, seguramente, más votos que si se quedan callados. Guardan un silencio culposo.

Los políticos de nuestra región no han podido convertir esta ciudad ni su Departamento en territorios ricos y sabios como sus recursos naturales y sus habitantes ancestrales, no porque no puedan sino porque no quieren. Se les daña el preciado negocio.

¿Quién tiene la culpa de toda esta maldición y círculo vicioso democrático? Nosotros, los votantes cesarenses, que con nuestra única arma que tenemos, el voto, elegimos a los gobernantes que son los que más tienen interés en dejarnos sin educación y ponerle un precio a nuestro voto.  Un negocio mordaz pero redondo. Sus promesas seguirán en el aire, como dice la canción, y nuestro Departamento también. Nuestros abuelos deben de estar retorcijándose en sus tumbas.

Columnista
27 agosto, 2011

El Cesar: promesas y caseríos en el aire

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Andrés E. Quintero Olmos

Por: Andrés Eduardo Quintero Olmos Rafael Escalona atinó metafóricamente con su canción “La Casa en el aire”. Pero erró con el destinatario de aquélla. Con tanto folclor a su alcance, quien se quedó con la casa “en el aire” no fue su hija, sino el Departamento del Cesar, que tras años de elecciones cuasi democráticas, […]


Por: Andrés Eduardo Quintero Olmos

Rafael Escalona atinó metafóricamente con su canción “La Casa en el aire”. Pero erró con el destinatario de aquélla. Con tanto folclor a su alcance, quien se quedó con la casa “en el aire” no fue su hija, sino el Departamento del Cesar, que tras años de elecciones cuasi democráticas, nuestras casas en el aire se quedaron en un sueño frustrado incorporado en toda una sociedad ávida de cambios perennes.

En épocas de elecciones, kilómetros de propagandas políticas colgadas en los lugares más púdicos de las ciudades, millas de promesas mentirosas, un par de eslóganes atrevidos con sazón vallenato y unos votos comprados aquí y allá, son el quehacer de los políticos cesarenses. Son empresarios más que políticos. Calculan el costo de oportunidad con cada voto que compran. El Departamento se convierte entonces en un escandaloso anfiteatro a cielo abierto, un aparentoso hazmerreír dramático gratuito, en donde la crítica no sabe si reír o llorar, y que al final resulta extremadamente oneroso para el desarrollo regional. No entiendo la indiferencia de los lectores ante tanto maquiavelismo político.

Hace dos meses, en vísperas de enardecer una política trasparente, convoqué, en estas páginas de EL PILÓN, a los congresistas del Cesar para que rindieran cuentas a los cesarenses sobre sus acciones (u omisiones) después de un año de haber sido elegidos. Mi pregunta fue sencilla y el tiempo necesario para su respuesta no era cuantioso. Sin embargo, ningún congresista se tomó la molestia de responder.

¿Cómo interpretar su silencio? O los congresistas cesarenses cometieron una simple omisión culpable o, al no leer la prensa local del Departamento al cual representan, no se enteraron de mi columna. O, posiblemente, como sugeriría un ingenuo, quizás no saben leer ni escribir, lo cual es posible en este país y, para ser justos con ellos, es legítimo dejarlo aquí planteado. La triste verdad es que los congresistas cesarenses calculan que al rendir cuentas públicas perderán, seguramente, más votos que si se quedan callados. Guardan un silencio culposo.

Los políticos de nuestra región no han podido convertir esta ciudad ni su Departamento en territorios ricos y sabios como sus recursos naturales y sus habitantes ancestrales, no porque no puedan sino porque no quieren. Se les daña el preciado negocio.

¿Quién tiene la culpa de toda esta maldición y círculo vicioso democrático? Nosotros, los votantes cesarenses, que con nuestra única arma que tenemos, el voto, elegimos a los gobernantes que son los que más tienen interés en dejarnos sin educación y ponerle un precio a nuestro voto.  Un negocio mordaz pero redondo. Sus promesas seguirán en el aire, como dice la canción, y nuestro Departamento también. Nuestros abuelos deben de estar retorcijándose en sus tumbas.