Observando la vuelta a Francia -“Tour de France”- la carrera ciclística con mayor demanda en el mundo, nos muestran los productores de la carrera en mención, unas tomas aéreas que generan envidia, buena o mala como quieran, envidia al fin; de esos parajes hermosos, el verdor de sus bosques y serranías, llenas de árboles, se […]
Observando la vuelta a Francia -“Tour de France”- la carrera ciclística con mayor demanda en el mundo, nos muestran los productores de la carrera en mención, unas tomas aéreas que generan envidia, buena o mala como quieran, envidia al fin; de esos parajes hermosos, el verdor de sus bosques y serranías, llenas de árboles, se ve espectacular. Esto desde luego significa vida, oxigenación pura para los humanos y la grandeza en la conservación de las diferentes especies: humana, animal y vegetal.
Extensiones incontables de selvas que ayudan a prevalecer todo esto que citamos, vida pura. Vemos ríos cristalinos, caudalosos y fuertes que refrescan la naturaleza. No se ven socavones fruto de una mano indiscriminada y genocida, la mano del hombre que no tiene conciencia del mal que le hace a la naturaleza. El desierto que profetizó el maestro Julio Oñate Martínez: “Allá arriba en el imperio de la arena, un indio llora su pena mirando a Valledupar, no comprende qué se hicieron las barreras, la que protegía su tierra; ya no hay nada que contar, y entonces cuando ya el Valle sea un gran arenal, lleno de tunas y grandes cardones, solo se escucharán los acordeones, porque su música será inmortal” eso hoy es una gran realidad.
Tenemos desierto y es nuestro, creado por las manos del hombre que socava las entrañas de la naturaleza y sacarle plata; la misma que se llevan a disfrutar en otras dimensiones con bosques bonitos. Aquí nos dejan miseria, pobreza absoluta; ríos secos, desiertos y arenales infecundos que podemos observar desde el aire. La diferencia de sobrevolar Francia, como ya la describí; y pasar por encima de la Jagua, en mi tierra, es bastante doloroso. Cerros de piedras y arena, huecos profundos que hieren la sensibilidad de la tierra, en otrora verde y productiva; ríos caudalosos que fueron muriendo lentamente ante la mirada impávida de los “líderes” que deben luchar por preservar nuestra flora y fauna. Ya casi extinguida.
Muere el impetuoso río guatapurí “El rey del valle” que en un momento estelar de lucidez, el compositor Nicolás Maestre Martínez nos decía: “Bajando de lo alto de la sierra, majestuosamente viene deslizándose hasta aquí; cruzando montes, llanos y veredas y regando arroceras nos baña el guatapurí/ el viene desde la sierra nevada y todas sus aguas arhuacas se las dona al río Cesar y rugiendo contra sus orillas choca y sus aguas que van locas se ríen de Valledupar” Hoy esas mismas aguas lloran macilentas, saben que están en el ocaso y se abrazan más tristes cuando ven la realidad del río al que entregan sus últimos suspiros: el río Cesar, que también está muriendo y toma las últimas bocanadas de veneno en la curva del salguero para desde allí, seguir su camino destructor hasta llegar al complejo cenagoso de la Zapatosa que reza sus últimas plegarias ante su inminente destrucción. Hablo en serio, son pocas las voces que se levantan en función de preservar nuestra naturaleza. El Cesar pasó de verde a desértico y sin que nadie diga y, sobre todo, haga algo. Sólo Eso.
Observando la vuelta a Francia -“Tour de France”- la carrera ciclística con mayor demanda en el mundo, nos muestran los productores de la carrera en mención, unas tomas aéreas que generan envidia, buena o mala como quieran, envidia al fin; de esos parajes hermosos, el verdor de sus bosques y serranías, llenas de árboles, se […]
Observando la vuelta a Francia -“Tour de France”- la carrera ciclística con mayor demanda en el mundo, nos muestran los productores de la carrera en mención, unas tomas aéreas que generan envidia, buena o mala como quieran, envidia al fin; de esos parajes hermosos, el verdor de sus bosques y serranías, llenas de árboles, se ve espectacular. Esto desde luego significa vida, oxigenación pura para los humanos y la grandeza en la conservación de las diferentes especies: humana, animal y vegetal.
Extensiones incontables de selvas que ayudan a prevalecer todo esto que citamos, vida pura. Vemos ríos cristalinos, caudalosos y fuertes que refrescan la naturaleza. No se ven socavones fruto de una mano indiscriminada y genocida, la mano del hombre que no tiene conciencia del mal que le hace a la naturaleza. El desierto que profetizó el maestro Julio Oñate Martínez: “Allá arriba en el imperio de la arena, un indio llora su pena mirando a Valledupar, no comprende qué se hicieron las barreras, la que protegía su tierra; ya no hay nada que contar, y entonces cuando ya el Valle sea un gran arenal, lleno de tunas y grandes cardones, solo se escucharán los acordeones, porque su música será inmortal” eso hoy es una gran realidad.
Tenemos desierto y es nuestro, creado por las manos del hombre que socava las entrañas de la naturaleza y sacarle plata; la misma que se llevan a disfrutar en otras dimensiones con bosques bonitos. Aquí nos dejan miseria, pobreza absoluta; ríos secos, desiertos y arenales infecundos que podemos observar desde el aire. La diferencia de sobrevolar Francia, como ya la describí; y pasar por encima de la Jagua, en mi tierra, es bastante doloroso. Cerros de piedras y arena, huecos profundos que hieren la sensibilidad de la tierra, en otrora verde y productiva; ríos caudalosos que fueron muriendo lentamente ante la mirada impávida de los “líderes” que deben luchar por preservar nuestra flora y fauna. Ya casi extinguida.
Muere el impetuoso río guatapurí “El rey del valle” que en un momento estelar de lucidez, el compositor Nicolás Maestre Martínez nos decía: “Bajando de lo alto de la sierra, majestuosamente viene deslizándose hasta aquí; cruzando montes, llanos y veredas y regando arroceras nos baña el guatapurí/ el viene desde la sierra nevada y todas sus aguas arhuacas se las dona al río Cesar y rugiendo contra sus orillas choca y sus aguas que van locas se ríen de Valledupar” Hoy esas mismas aguas lloran macilentas, saben que están en el ocaso y se abrazan más tristes cuando ven la realidad del río al que entregan sus últimos suspiros: el río Cesar, que también está muriendo y toma las últimas bocanadas de veneno en la curva del salguero para desde allí, seguir su camino destructor hasta llegar al complejo cenagoso de la Zapatosa que reza sus últimas plegarias ante su inminente destrucción. Hablo en serio, son pocas las voces que se levantan en función de preservar nuestra naturaleza. El Cesar pasó de verde a desértico y sin que nadie diga y, sobre todo, haga algo. Sólo Eso.