Se puede aprender del tipo de mente de ciertos hombres públicos leyendo al historiador romano Cayo Soetonio Tranquilo, para defendernos de ellos.
Se puede aprender del tipo de mente de ciertos hombres públicos leyendo al historiador romano Cayo Soetonio Tranquilo, para defendernos de ellos. La perversidad de algunos emperadores, entre ellos Tiberio, Calígula, Nerón, Domiciano, otros de la misma laya, fueron la máxima maldición para las gentes que los sufrieron, sin derechos humanos reconocidos ni respetados. Eran señores de vidas y haciendas. A las mujeres y a los hombres los poseían, literal y físicamente como su cruel carácter lo deseaba. Se satisfacían con múltiples aberraciones sexuales, con ambos géneros, y torturando y matando a diestra y siniestra por la gula del poder político.
Aquí me contraigo a Calígula. Una vez lo sorprendieron hablando con la estatua del dios Júpiter, a quién le decía: “O me derribas tú a mí, o yo a ti”.
Quienes vivimos ahora estamos a salvo de padecer aquellos sufrimientos inverosímiles, y esto ya es bastante. Vamos a ver que sigue pasando, porque por los vientos que corren, bajo ciertos gobiernos, no hay ciudadanos, sino súbditos.
Nunca se está seguro en los gobiernos de un dictador romano.
Un botón del alma de Calígula, si es que tenía alma: “Durante las representaciones teatrales a fin de buscar un motivo de pelea entre la plebe y los caballeros, distribuía con antelación los donativos para que las localidades propias del estamento ecuestre fueran ocupadas por la gente de ínfima condición. A veces, durante los juegos de gladiadores, cuando el sol quemaba más, hacía replegarse los toldos y prohibía que nadie se marchara; en esos casos cambiaba además la programación prevista y la sustituía por fieras macilentas, gladiadores de ínfima calidad, que se caían de viejos, y, en lugar de gladiadores especialistas en esgrima, reputados padres de familia, pero peculiares por algún defecto físico. También algunas veces, haciendo cerrar los graneros, castigó al pueblo con el hambre”.
“Como resultaban muy caras las cabezas de ganado que se habían de aprestar para alimentar a las fieras destinadas a los espectáculos señaló aquellos de los condenados que tenían que ser devorados por ellas; y, en una ocasión en que estaba inspeccionando las prisiones, sin estudiar siquiera el expediente judicial de ninguno de los detenidos, poniéndose simplemente de pie en mitad del pórtico, ordenó que, de la fila de presos, fuesen arrojados a las fieras desde el calvo hasta el otro calvo”…
Así es como gobernaron y gobiernan los omnímodos de todos los tiempos. [email protected]
Por: Rodrigo López Barros.
Se puede aprender del tipo de mente de ciertos hombres públicos leyendo al historiador romano Cayo Soetonio Tranquilo, para defendernos de ellos.
Se puede aprender del tipo de mente de ciertos hombres públicos leyendo al historiador romano Cayo Soetonio Tranquilo, para defendernos de ellos. La perversidad de algunos emperadores, entre ellos Tiberio, Calígula, Nerón, Domiciano, otros de la misma laya, fueron la máxima maldición para las gentes que los sufrieron, sin derechos humanos reconocidos ni respetados. Eran señores de vidas y haciendas. A las mujeres y a los hombres los poseían, literal y físicamente como su cruel carácter lo deseaba. Se satisfacían con múltiples aberraciones sexuales, con ambos géneros, y torturando y matando a diestra y siniestra por la gula del poder político.
Aquí me contraigo a Calígula. Una vez lo sorprendieron hablando con la estatua del dios Júpiter, a quién le decía: “O me derribas tú a mí, o yo a ti”.
Quienes vivimos ahora estamos a salvo de padecer aquellos sufrimientos inverosímiles, y esto ya es bastante. Vamos a ver que sigue pasando, porque por los vientos que corren, bajo ciertos gobiernos, no hay ciudadanos, sino súbditos.
Nunca se está seguro en los gobiernos de un dictador romano.
Un botón del alma de Calígula, si es que tenía alma: “Durante las representaciones teatrales a fin de buscar un motivo de pelea entre la plebe y los caballeros, distribuía con antelación los donativos para que las localidades propias del estamento ecuestre fueran ocupadas por la gente de ínfima condición. A veces, durante los juegos de gladiadores, cuando el sol quemaba más, hacía replegarse los toldos y prohibía que nadie se marchara; en esos casos cambiaba además la programación prevista y la sustituía por fieras macilentas, gladiadores de ínfima calidad, que se caían de viejos, y, en lugar de gladiadores especialistas en esgrima, reputados padres de familia, pero peculiares por algún defecto físico. También algunas veces, haciendo cerrar los graneros, castigó al pueblo con el hambre”.
“Como resultaban muy caras las cabezas de ganado que se habían de aprestar para alimentar a las fieras destinadas a los espectáculos señaló aquellos de los condenados que tenían que ser devorados por ellas; y, en una ocasión en que estaba inspeccionando las prisiones, sin estudiar siquiera el expediente judicial de ninguno de los detenidos, poniéndose simplemente de pie en mitad del pórtico, ordenó que, de la fila de presos, fuesen arrojados a las fieras desde el calvo hasta el otro calvo”…
Así es como gobernaron y gobiernan los omnímodos de todos los tiempos. [email protected]
Por: Rodrigo López Barros.