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Columnista - 30 agosto, 2023

El Centro Histórico de Valledupar 

El Centro Histórico de Valledupar, como su nombre lo indica,  es el ombligo de nuestra ciudad, la que dentro de algunos años ajustará 5 siglos de su doble fundación, las de los capitanes españoles, Francisco  Salguero y Hernando de Santana, en su orden. 

El Centro Histórico de Valledupar, como su nombre lo indica,  es el ombligo de nuestra ciudad, la que dentro de algunos años ajustará 5 siglos de su doble fundación, las de los capitanes españoles, Francisco  Salguero y Hernando de Santana, en su orden. 

Los descubridores españoles,  siguiendo al respecto a los conquistadores romanos, se distinguían por  fundar  ciudades aquí y allá. Se sabe que en el lapso de unos 40 años fundaron las principales ciudades de iberoamérica y  eran, como lo reconocen los tiempos idos y  presentes, unos magníficos planificadores urbanos. 

En el centro del perímetro, seleccionaban un rectángulo amplio, donde levantaban las edificaciones de las oficinas administrativas, el templo religioso, y las casas de las personas consideradas principales. Ese ombligo era, pues, el  cordón comunicador de la nueva comunidad, punto de encuentro social, político y religioso.

Conforme a la legislación española para ‘Las Indias’ existía la institución de los ejidos municipales, cuyas áreas se determinaban por  leguas ejidales medidas a partir, precisamente, de aquel lugar central de la población, la Plaza Mayor de Valledupar. La ciudad gozó y goza de esa figura geométrica ejidal. Alli se desarrollaba la vida urbana y campesina de sus habitantes. Hoy día aquella superficie está desbordada. 

El Centro Histórico de Valledupar y el Centro Urbano son la misma cosa. Afortunadamente fue salvaguardado por Aviva, asociación cívica, salida de la inteligencia y del corazón de una mujer excepcional, y de un grupo de amigas suyas, Alba Luque Fuente de Lommel, exquisitamente formada profesionalmente en Colombia y en el exterior. Los centros históricos de las ciudades del mundo suelen ser la niña mimada de ellas. 

Pienso en el futuro  centro peatonal de Valledupar así: un lugar singular de la ciudad en el que constantemente se den cita  los elementos culturales de la convivencia ciudadana, los artistas manuales, tejiendo toda clase de ajuares domésticos, los alfareros ceramistas manufacturando las vajillas ancestrales, artesanos tejiendo  sombreros vueltiao y wayuu, y hamacas,  o realizando pinturas y estatuillas; otras personas cantando y tocando instrumentos musicales, individualmente o en grupos, ojalá,  amén de nuestro folclor, también los bellos aires musicales andinos y de los Llanos Orientales, los románticos boleros antillanos acompañados con la irreemplazable guitarra  con los que arrullabamos a nuestros primeros amores –es una lástima grande que hayamos abandonado nuestra vieja música acompañada por instrumentos de cuerda, prefiriendo la bulla, una vez intrusa en todos los ambientes; cómo no recordar a Hugues Martínez, al ‘Quinque’, a Moncaliano, en Valledupar, al inolvidable Carlos Rojas, en Urumita–. Continúo con mi visión ideal de ese lugar soñado: algunos bohemios declamando poesías en las cafeterías, otras personas participando en conversatorios literarios o filosóficos, o visitando librerías y museos, otras haciendo catarsis y asistiendo a obras teatrales. En fin, cultura, más cultura. Conciencia, más conciencia. 

En cambio de todo eso, hay una minoría de gentes que hacen  invivible ese espacio, sobre todo por las noches; se me informa que se torna miedoso,  por atracos y desafueros criminosos, y alguien se tapó la nariz para significarme y hacerme entender que de vez en cuando, allí se respiran olores nauseabundos. Desde los montes de Pueblo Bello.

Por Rodrigo López Barros.

Columnista
30 agosto, 2023

El Centro Histórico de Valledupar 

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

El Centro Histórico de Valledupar, como su nombre lo indica,  es el ombligo de nuestra ciudad, la que dentro de algunos años ajustará 5 siglos de su doble fundación, las de los capitanes españoles, Francisco  Salguero y Hernando de Santana, en su orden. 


El Centro Histórico de Valledupar, como su nombre lo indica,  es el ombligo de nuestra ciudad, la que dentro de algunos años ajustará 5 siglos de su doble fundación, las de los capitanes españoles, Francisco  Salguero y Hernando de Santana, en su orden. 

Los descubridores españoles,  siguiendo al respecto a los conquistadores romanos, se distinguían por  fundar  ciudades aquí y allá. Se sabe que en el lapso de unos 40 años fundaron las principales ciudades de iberoamérica y  eran, como lo reconocen los tiempos idos y  presentes, unos magníficos planificadores urbanos. 

En el centro del perímetro, seleccionaban un rectángulo amplio, donde levantaban las edificaciones de las oficinas administrativas, el templo religioso, y las casas de las personas consideradas principales. Ese ombligo era, pues, el  cordón comunicador de la nueva comunidad, punto de encuentro social, político y religioso.

Conforme a la legislación española para ‘Las Indias’ existía la institución de los ejidos municipales, cuyas áreas se determinaban por  leguas ejidales medidas a partir, precisamente, de aquel lugar central de la población, la Plaza Mayor de Valledupar. La ciudad gozó y goza de esa figura geométrica ejidal. Alli se desarrollaba la vida urbana y campesina de sus habitantes. Hoy día aquella superficie está desbordada. 

El Centro Histórico de Valledupar y el Centro Urbano son la misma cosa. Afortunadamente fue salvaguardado por Aviva, asociación cívica, salida de la inteligencia y del corazón de una mujer excepcional, y de un grupo de amigas suyas, Alba Luque Fuente de Lommel, exquisitamente formada profesionalmente en Colombia y en el exterior. Los centros históricos de las ciudades del mundo suelen ser la niña mimada de ellas. 

Pienso en el futuro  centro peatonal de Valledupar así: un lugar singular de la ciudad en el que constantemente se den cita  los elementos culturales de la convivencia ciudadana, los artistas manuales, tejiendo toda clase de ajuares domésticos, los alfareros ceramistas manufacturando las vajillas ancestrales, artesanos tejiendo  sombreros vueltiao y wayuu, y hamacas,  o realizando pinturas y estatuillas; otras personas cantando y tocando instrumentos musicales, individualmente o en grupos, ojalá,  amén de nuestro folclor, también los bellos aires musicales andinos y de los Llanos Orientales, los románticos boleros antillanos acompañados con la irreemplazable guitarra  con los que arrullabamos a nuestros primeros amores –es una lástima grande que hayamos abandonado nuestra vieja música acompañada por instrumentos de cuerda, prefiriendo la bulla, una vez intrusa en todos los ambientes; cómo no recordar a Hugues Martínez, al ‘Quinque’, a Moncaliano, en Valledupar, al inolvidable Carlos Rojas, en Urumita–. Continúo con mi visión ideal de ese lugar soñado: algunos bohemios declamando poesías en las cafeterías, otras personas participando en conversatorios literarios o filosóficos, o visitando librerías y museos, otras haciendo catarsis y asistiendo a obras teatrales. En fin, cultura, más cultura. Conciencia, más conciencia. 

En cambio de todo eso, hay una minoría de gentes que hacen  invivible ese espacio, sobre todo por las noches; se me informa que se torna miedoso,  por atracos y desafueros criminosos, y alguien se tapó la nariz para significarme y hacerme entender que de vez en cuando, allí se respiran olores nauseabundos. Desde los montes de Pueblo Bello.

Por Rodrigo López Barros.