Fieles a nuestra inveterada tradición de pensar y repetir lo que las clases dominantes quieren que pensemos y repitamos, escuchamos en los diferentes corrillos que en el departamento del Cesar no hay liderazgo, por la profusión de candidatos a los diferentes cargos de elección popular. Defienden como una garantía para la democracia la fortaleza de […]
Fieles a nuestra inveterada tradición de pensar y repetir lo que las clases dominantes quieren que pensemos y repitamos, escuchamos en los diferentes corrillos que en el departamento del Cesar no hay liderazgo, por la profusión de candidatos a los diferentes cargos de elección popular.
Defienden como una garantía para la democracia la fortaleza de los partidos políticos tradicionales y consideran una amenaza la abundancia de nuevas colectividades y aspiraciones.
Personalmente creo que es todo lo contrario. Si revisamos la definición del español Agustín Arieu sobre lo que es un líder, encontramos que es “la persona capaz de inspirar y asociar a otros con un sueño“, precisamente lo que en mayor o menor medida logran todos esos ciudadanos que se atreven a poner en consideración su nombre, recorriendo barrios, calles y veredas con un seductor mensaje político de esperanza.
Sucede que todos tienen condiciones diferenciales de comunicación, fortaleza económica, plataforma política o simple disciplina, lo que hará a unos destacarse, sin que los rezagados dejen de ser también líderes. Es más, me atrevería a afirmar que es superior aquel líder que tal vez no ha podido cristalizar sus aspiraciones debido a particulares circunstancias adversas, que el exitoso dirigente tradicional, quien pertenece a un elitista grupo familiar que ha ostentado el poder generaciones tras generaciones y simplemente la inercia popular permite que haya una sucesión de sangre en el poder.
Es también lo que sucede con los ultra protegidos partidos políticos, los cuales parecen más castas de compinches que colectividades ideológicas.
Paradójicamente quienes más los defienden son los que menos oportunidades tienen de crecer dentro de la organización al no haber elecciones primarias transparentes, para que sea la militancia y no el sesgado bolígrafo desde un escritorio bogotano, quien decida el futuro de una aspiración uninominal o la integración y orden de una lista colegiada.
O sea que en el Cesar sí hay liderazgo, solo que en una lucha desigual contra factores externos que impactan la voluntad de una sociedad enferma y confundida como la nuestra, la cual se deja seducir por el dinero y por las embaucadoras narrativas, construidas con la única intención de manipular a un electorado mediante falsas lógicas, en contra del bienestar general y a favor del ilícito interés de quienes firman los contratos.
Aunque también es cierto que el verdadero líder debe tener particulares condiciones intrínsecas a su personalidad, como la “capacidad de inspirar, de asociar a otros con un sueño, con una visión”, sin rehuir a la disposición de pactar uniones en torno a causas superiores, libre de apasionamientos, egocentrismo o intereses mezquinos, cuando las vicisitudes sociales lo ameriten. Ejemplo claro de estas, la profunda crisis que vivimos en el departamento del Cesar, la cual no solo sufre el desgreño en la inversión de los dineros públicos, sino algo peor, como es la complicidad general con el delito que se ha vuelto costumbre.
El auténtico líder es de causas y en la intención de consolidarlas, la mística política indica que el nombre del titular de la campaña es secundario. Por esto la invitación es a las valientes mujeres y perseverantes hombres, hoy inscritos con candidaturas ciertas a la gobernación, con tendencias políticas opuestas a la monárquica casa de gobierno, a construir la unión en torno a esos altruistas ideales que promueven la transformación colectiva del cesarense, mirando de frente hacia el desarrollo que utiliza el cemento como el medio para alcanzar bienestar y no como el fin con un exclusivo objetivo económico.
Todos, desde las diferentes campañas debemos constituirnos en facilitadores de la unión, ponernos de acuerdo en un mecanismo para escoger el candidato, ungir a quien salga favorecido y salir como soldados a seducir al pueblo del Cesar, devolviendo la esperanza en un futuro que solo depende de nosotros. Dirigentes y militantes unámonos, porque si no, como en una más de sus haciendas nos pondrán el hierro quemador. Piénsenlo.
Por Antonio María Araújo Calderón.
Fieles a nuestra inveterada tradición de pensar y repetir lo que las clases dominantes quieren que pensemos y repitamos, escuchamos en los diferentes corrillos que en el departamento del Cesar no hay liderazgo, por la profusión de candidatos a los diferentes cargos de elección popular. Defienden como una garantía para la democracia la fortaleza de […]
Fieles a nuestra inveterada tradición de pensar y repetir lo que las clases dominantes quieren que pensemos y repitamos, escuchamos en los diferentes corrillos que en el departamento del Cesar no hay liderazgo, por la profusión de candidatos a los diferentes cargos de elección popular.
Defienden como una garantía para la democracia la fortaleza de los partidos políticos tradicionales y consideran una amenaza la abundancia de nuevas colectividades y aspiraciones.
Personalmente creo que es todo lo contrario. Si revisamos la definición del español Agustín Arieu sobre lo que es un líder, encontramos que es “la persona capaz de inspirar y asociar a otros con un sueño“, precisamente lo que en mayor o menor medida logran todos esos ciudadanos que se atreven a poner en consideración su nombre, recorriendo barrios, calles y veredas con un seductor mensaje político de esperanza.
Sucede que todos tienen condiciones diferenciales de comunicación, fortaleza económica, plataforma política o simple disciplina, lo que hará a unos destacarse, sin que los rezagados dejen de ser también líderes. Es más, me atrevería a afirmar que es superior aquel líder que tal vez no ha podido cristalizar sus aspiraciones debido a particulares circunstancias adversas, que el exitoso dirigente tradicional, quien pertenece a un elitista grupo familiar que ha ostentado el poder generaciones tras generaciones y simplemente la inercia popular permite que haya una sucesión de sangre en el poder.
Es también lo que sucede con los ultra protegidos partidos políticos, los cuales parecen más castas de compinches que colectividades ideológicas.
Paradójicamente quienes más los defienden son los que menos oportunidades tienen de crecer dentro de la organización al no haber elecciones primarias transparentes, para que sea la militancia y no el sesgado bolígrafo desde un escritorio bogotano, quien decida el futuro de una aspiración uninominal o la integración y orden de una lista colegiada.
O sea que en el Cesar sí hay liderazgo, solo que en una lucha desigual contra factores externos que impactan la voluntad de una sociedad enferma y confundida como la nuestra, la cual se deja seducir por el dinero y por las embaucadoras narrativas, construidas con la única intención de manipular a un electorado mediante falsas lógicas, en contra del bienestar general y a favor del ilícito interés de quienes firman los contratos.
Aunque también es cierto que el verdadero líder debe tener particulares condiciones intrínsecas a su personalidad, como la “capacidad de inspirar, de asociar a otros con un sueño, con una visión”, sin rehuir a la disposición de pactar uniones en torno a causas superiores, libre de apasionamientos, egocentrismo o intereses mezquinos, cuando las vicisitudes sociales lo ameriten. Ejemplo claro de estas, la profunda crisis que vivimos en el departamento del Cesar, la cual no solo sufre el desgreño en la inversión de los dineros públicos, sino algo peor, como es la complicidad general con el delito que se ha vuelto costumbre.
El auténtico líder es de causas y en la intención de consolidarlas, la mística política indica que el nombre del titular de la campaña es secundario. Por esto la invitación es a las valientes mujeres y perseverantes hombres, hoy inscritos con candidaturas ciertas a la gobernación, con tendencias políticas opuestas a la monárquica casa de gobierno, a construir la unión en torno a esos altruistas ideales que promueven la transformación colectiva del cesarense, mirando de frente hacia el desarrollo que utiliza el cemento como el medio para alcanzar bienestar y no como el fin con un exclusivo objetivo económico.
Todos, desde las diferentes campañas debemos constituirnos en facilitadores de la unión, ponernos de acuerdo en un mecanismo para escoger el candidato, ungir a quien salga favorecido y salir como soldados a seducir al pueblo del Cesar, devolviendo la esperanza en un futuro que solo depende de nosotros. Dirigentes y militantes unámonos, porque si no, como en una más de sus haciendas nos pondrán el hierro quemador. Piénsenlo.
Por Antonio María Araújo Calderón.