Para superar los contextos y desigualdad existentes en el país, es imperioso, urgente y necesario que el Gobierno Nacional dirija su mirada al campo, a las zonas de producción agrícolas, pesqueras y ganaderas; lugares donde hombres y mujeres que con manos callosas y piel curtida por el sol canicular que arrecia sus espaldas, son capaces […]
Para superar los contextos y desigualdad existentes en el país, es imperioso, urgente y necesario que el Gobierno Nacional dirija su mirada al campo, a las zonas de producción agrícolas, pesqueras y ganaderas; lugares donde hombres y mujeres que con manos callosas y piel curtida por el sol canicular que arrecia sus espaldas, son capaces de coquetear la tierra, enamorarla, preñarla y hacerla parir frutos.
Busquemos que a futuro exista este matrimonio: campesino – tierra, que permanezcan en las buenas y en las malas; sin embargo, existe un fenómeno que compulsa el desaliento y la desesperanza, el abandono a que el Estado tiene sometido a los campesinos humildes y trabajadores que sobreviven ante tanta adversidad, pero que gracias a los habitantes urbanos nos alimentamos de los productos que estos con devoción, pasión y amor dedican toda una vida a esta loable labor; pero salta el vagón de la indignación, las necesidades, sinsabores y problemas en general que viven las personas del campo: vías intransitables, pésimas obras de saneamiento básico ambiental, vivienda no digna, escuelas con infraestructura obsoleta a distantes kilómetros…
Ante esta terrible realidad, es indispensable y necesario se lidere un arduo esfuerzo institucional que propicie una verdadera transformación social en el campo, factor este que nos motiva adentrarnos a las expectativas del posconflicto. Esta propuesta promete levantar debates a nivel local, regional y nacional; pero vale la pena. Es bueno preguntarnos ¿Cuál es la calidad de los docentes que forman a los hijos de los campesinos y de donde vienen? Son de la ciudad, reniegan del campo y son producto de la burocracia, porque sabido es y de sobra que los profesores de corregimientos y veredas contratados por los mandatarios locales y regionales a veces ni asisten y en muchas ocasiones no ha llegado el viernes y ya quieren regresar a sus sitios de origen. Qué bueno sería que los campesinos contasen en el proceso de formación para sus hijos con docentes de la misma comunidad, o sea lo nuestro para lo nuestro.
Como todos los años, el primero de junio se resalta el consagrado trabajo del campesino, pero que bueno sería que esta celebración involucre la trascendencia del campesino, pescador artesanal y pequeños ganaderos todos los días y no un momento efímero y pasajero que ya mañana es arropado por el olvido; por el contrario, al campesinado se le debe ofrecer una vida agradable, se la merece.
En la nueva Colombia que soñamos, pluralista y representativa, el campesino debe ser el universo representativo al que el Estado propicie una mejor calidad de vida, facilitándole semillas, insumos y maquinaria, brindándoles el apoyo necesario para que no abandonen su terruño por nada del mundo y no lleguen a la ciudad a engrosar las largas filas del muro rígido del desempleo.
Algo que debe implementar el Gobierno Nacional que está verdaderamente en mora es la puesta en práctica de centros de acopio, que tanto hacen falta en el país, para ir eliminando los intermediarios que encarecen los productos agrícolas. Urge igual viabilizar por parte del Gobierno Central, políticas de una verdadera reforma agraria, entrega de tierras para los campesinos y el estímulo e incentivos que permanezcan desde que siembre hasta que coseche; solo así Colombia podrá ser inclusiva, abundante y productiva.
Por Jairo Franco Salas
Para superar los contextos y desigualdad existentes en el país, es imperioso, urgente y necesario que el Gobierno Nacional dirija su mirada al campo, a las zonas de producción agrícolas, pesqueras y ganaderas; lugares donde hombres y mujeres que con manos callosas y piel curtida por el sol canicular que arrecia sus espaldas, son capaces […]
Para superar los contextos y desigualdad existentes en el país, es imperioso, urgente y necesario que el Gobierno Nacional dirija su mirada al campo, a las zonas de producción agrícolas, pesqueras y ganaderas; lugares donde hombres y mujeres que con manos callosas y piel curtida por el sol canicular que arrecia sus espaldas, son capaces de coquetear la tierra, enamorarla, preñarla y hacerla parir frutos.
Busquemos que a futuro exista este matrimonio: campesino – tierra, que permanezcan en las buenas y en las malas; sin embargo, existe un fenómeno que compulsa el desaliento y la desesperanza, el abandono a que el Estado tiene sometido a los campesinos humildes y trabajadores que sobreviven ante tanta adversidad, pero que gracias a los habitantes urbanos nos alimentamos de los productos que estos con devoción, pasión y amor dedican toda una vida a esta loable labor; pero salta el vagón de la indignación, las necesidades, sinsabores y problemas en general que viven las personas del campo: vías intransitables, pésimas obras de saneamiento básico ambiental, vivienda no digna, escuelas con infraestructura obsoleta a distantes kilómetros…
Ante esta terrible realidad, es indispensable y necesario se lidere un arduo esfuerzo institucional que propicie una verdadera transformación social en el campo, factor este que nos motiva adentrarnos a las expectativas del posconflicto. Esta propuesta promete levantar debates a nivel local, regional y nacional; pero vale la pena. Es bueno preguntarnos ¿Cuál es la calidad de los docentes que forman a los hijos de los campesinos y de donde vienen? Son de la ciudad, reniegan del campo y son producto de la burocracia, porque sabido es y de sobra que los profesores de corregimientos y veredas contratados por los mandatarios locales y regionales a veces ni asisten y en muchas ocasiones no ha llegado el viernes y ya quieren regresar a sus sitios de origen. Qué bueno sería que los campesinos contasen en el proceso de formación para sus hijos con docentes de la misma comunidad, o sea lo nuestro para lo nuestro.
Como todos los años, el primero de junio se resalta el consagrado trabajo del campesino, pero que bueno sería que esta celebración involucre la trascendencia del campesino, pescador artesanal y pequeños ganaderos todos los días y no un momento efímero y pasajero que ya mañana es arropado por el olvido; por el contrario, al campesinado se le debe ofrecer una vida agradable, se la merece.
En la nueva Colombia que soñamos, pluralista y representativa, el campesino debe ser el universo representativo al que el Estado propicie una mejor calidad de vida, facilitándole semillas, insumos y maquinaria, brindándoles el apoyo necesario para que no abandonen su terruño por nada del mundo y no lleguen a la ciudad a engrosar las largas filas del muro rígido del desempleo.
Algo que debe implementar el Gobierno Nacional que está verdaderamente en mora es la puesta en práctica de centros de acopio, que tanto hacen falta en el país, para ir eliminando los intermediarios que encarecen los productos agrícolas. Urge igual viabilizar por parte del Gobierno Central, políticas de una verdadera reforma agraria, entrega de tierras para los campesinos y el estímulo e incentivos que permanezcan desde que siembre hasta que coseche; solo así Colombia podrá ser inclusiva, abundante y productiva.
Por Jairo Franco Salas