Con la hipótesis resolutiva de que lo que necesita el país es algo distinto, ¿es correcto decir que “el cambio” de por sí asegura un futuro positivo?
En menos de un mes Colombia se sumará a la ola mundial que abandera “el cambio”. Después de distintas catástrofes presentadas, como el COVID-19, estallidos sociales, etcétera, el país buscará refugio político y social en algo que le dé la seguridad de que situaciones de este estilo (sean responsabilidad del gobierno o no) no volverán a ocurrir.
Sin embargo, con la hipótesis resolutiva de que lo que necesita el país es algo distinto, ¿es correcto decir que “el cambio” de por sí asegura un futuro positivo?
Primeramente, la intencionalidad presentada en un discurso no es constancia del trabajo que se podrá demostrar en los próximos cuatro años. No me quiero malinterpretar, no deseo un mal a lo que prosigue, pero las personas se han enfocado mucho en el idealismo político basado en propuestas y discursos de “amor” (que realmente demuestran una política de odio acumulado), reemplazando así la vocación de servicio por el hambre de poder.
Lo cierto es que la objetividad de cómo se ven los efectos próximos a las ejecuciones de distintas políticas públicas para el país es más importante para hacer una comparación de la calidad de lo distinto prometido y lo ya conocido en distintos gobiernos. En síntesis, tales consecuencias se revisarán a raíz de la evidencia argumentativa.
Agregando también que el “cambio” que se ha prometido en el país es liderado por personas que ya conocemos, de las que ya nos hemos quejado. Un desorden político a nivel de principios que se concentran en intereses individuales a nivel clientelista o al sentirse poderoso y omnipotente, como puedo atreverme a decir que es el caso de Armando Benedetti o Roy Barreras, por solo poner un par de ejemplo.
Han perdido el criterio con el cual empezaron la carrera política donde realmente fueron elegidos, y se han acoplado al dicho de “arrimarse al palo que más sombra les dé”.
No se han escapado de ser protagonistas de escándalos de corrupción (siendo el tema que más buscan “batallar”) y de alocuciones de odio en contra de personajes políticos del país en forma de conseguir el poder, dándole una burla a los colombianos.
Entonces, “el cambio” que presentan solo es en forma de campaña y de marketing. Venderse como “lo que necesita el país” y lo “alternativo” está consumiendo a las personas que verdaderamente terminamos eligiendo para tomar mando sobre nosotros.
Han vuelto “el cambio” un vacío discursivo que ya se volvió tedioso en el común de las personas. “El cambio” se ha vuelto el nuevo tradicionalismo en el que todos se quieren cobijar para solo buscar el poder. Han vuelto al “cambio” que muchos aspiran conseguir y defender para la mejora del país en una de las putas tristes de Colombia que todos usan para acabarla poco a poco. Y si ya se acaba el atractivo del “cambio” y de lo que ya se presentaba antes (que termina siendo de igual forma el mismo establecimiento), ¿qué querrá finalmente el pueblo?
Con la hipótesis resolutiva de que lo que necesita el país es algo distinto, ¿es correcto decir que “el cambio” de por sí asegura un futuro positivo?
En menos de un mes Colombia se sumará a la ola mundial que abandera “el cambio”. Después de distintas catástrofes presentadas, como el COVID-19, estallidos sociales, etcétera, el país buscará refugio político y social en algo que le dé la seguridad de que situaciones de este estilo (sean responsabilidad del gobierno o no) no volverán a ocurrir.
Sin embargo, con la hipótesis resolutiva de que lo que necesita el país es algo distinto, ¿es correcto decir que “el cambio” de por sí asegura un futuro positivo?
Primeramente, la intencionalidad presentada en un discurso no es constancia del trabajo que se podrá demostrar en los próximos cuatro años. No me quiero malinterpretar, no deseo un mal a lo que prosigue, pero las personas se han enfocado mucho en el idealismo político basado en propuestas y discursos de “amor” (que realmente demuestran una política de odio acumulado), reemplazando así la vocación de servicio por el hambre de poder.
Lo cierto es que la objetividad de cómo se ven los efectos próximos a las ejecuciones de distintas políticas públicas para el país es más importante para hacer una comparación de la calidad de lo distinto prometido y lo ya conocido en distintos gobiernos. En síntesis, tales consecuencias se revisarán a raíz de la evidencia argumentativa.
Agregando también que el “cambio” que se ha prometido en el país es liderado por personas que ya conocemos, de las que ya nos hemos quejado. Un desorden político a nivel de principios que se concentran en intereses individuales a nivel clientelista o al sentirse poderoso y omnipotente, como puedo atreverme a decir que es el caso de Armando Benedetti o Roy Barreras, por solo poner un par de ejemplo.
Han perdido el criterio con el cual empezaron la carrera política donde realmente fueron elegidos, y se han acoplado al dicho de “arrimarse al palo que más sombra les dé”.
No se han escapado de ser protagonistas de escándalos de corrupción (siendo el tema que más buscan “batallar”) y de alocuciones de odio en contra de personajes políticos del país en forma de conseguir el poder, dándole una burla a los colombianos.
Entonces, “el cambio” que presentan solo es en forma de campaña y de marketing. Venderse como “lo que necesita el país” y lo “alternativo” está consumiendo a las personas que verdaderamente terminamos eligiendo para tomar mando sobre nosotros.
Han vuelto “el cambio” un vacío discursivo que ya se volvió tedioso en el común de las personas. “El cambio” se ha vuelto el nuevo tradicionalismo en el que todos se quieren cobijar para solo buscar el poder. Han vuelto al “cambio” que muchos aspiran conseguir y defender para la mejora del país en una de las putas tristes de Colombia que todos usan para acabarla poco a poco. Y si ya se acaba el atractivo del “cambio” y de lo que ya se presentaba antes (que termina siendo de igual forma el mismo establecimiento), ¿qué querrá finalmente el pueblo?