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Columnista - 7 febrero, 2014

El Boliche, zona olvidada

Por José M. Aponte Martínez Yo visito los lugares más disímiles de esta ciudad, los más elegantes como el Varadero o el humilde Palacio del Colesterol en el Parque de los Varaos; la elegante Academia de Billares El Mundial al populoso Hong Kong en el Primero de Mayo del humilde restaurantico Así Eres Tú de Sole […]

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Por José M. Aponte Martínez

Yo visito los lugares más disímiles de esta ciudad, los más elegantes como el Varadero o el humilde Palacio del Colesterol en el Parque de los Varaos; la elegante Academia de Billares El Mundial al populoso Hong Kong en el Primero de Mayo del humilde restaurantico Así Eres Tú de Sole en El Boliche al elegante Patacón Pisao de la Mona en el Centro. Pero donde más me gusta ir es a El Boliche, ya sea al mantenimiento del carro en la Casa del Aceite de Dago Contreras, y en la sala de espera con aire acondicionado paladeo un rico pastelito con un tinto tibiecito o al Almacén Taller Costa Frenos del Cesar con sus atentos empleados y el eficiente mecánico “El Plateño”, en donde a penas me ve venir la dueña de La Parrilla, me lleva sin preguntarme el desayuno con un rico pedazo de cerdo asado y yuca que devoro en un santiamén.

Ahí hablo con todo mundo y recuerdo al señor Saurith, villanuevero propietario del famoso Taller Saurith, que en la época de la bonanza blanca trabajaba de día y de noche, igual que Toño Ríos en El Farco o Monche Cabana con su viejo torno y el proyecto de edificio llamado el Vericueto; hablo con Domingo Mora, como siempre despachando repuestos en franelilla en su almacén La Sorpresa, con Javier Silva en Todo Empaque donde hacen la empaquetadura de un fino reloj hasta la de un buldózer, Rodamientos Shar en donde encuentran toda clase de balineras, el emblemático y elegante almacén El Tornillo a donde todos hemos ido alguna vez y finalmente el almacencito de El Comandante, cachaco vallenato con su desvare de mangueras nuevas y de segunda.

Hablo con el Tite y Beto Vásquez, mecánicos que se le miden a un elegante mercedes o un viejo Ford 50; con Ciro Carvajal, Henry, Santiago, el Hechicero, El Mulo y El Mulito, todos versados mecánicos toderos; Santiago Marzal Martínez, mi primo por lao y lao que no le tiene miedo al hidráulico de un avión, su papá El Grillo que no hay muelle que se le resista con un mazo y por último Guillermo Orozco Martínez “El Sangre” y ahora me dicen El Chucho, me cuenta él, con su caja portátil parecida a la de un médico, pero para curar suspensiones y con celular 315 875 3123; alterno con los electricistas El Punde, Alfredo Durán, El Pollo y El Muñeco y recordamos a Yeyo tempranamente desaparecido, que arreglan cualquier avería de corriente, desde un BM hasta el más viejito de los Chevrolet que deambulan por estas calles.

A veces me tomo mis Costeñitas a punto de congelación, vestidas de novia y oigo rancheras con los enguayabados los lunes, especialmente una que no me acuerdo el nombre, pero que en uno de sus versos dice: “Cuando estoy entre tus brazos, siempre me pregunto yo, cuanto me debía el destino que contigo me pagó”. Ellos los muy avispados siempre me brindan las dos primeras, pero las 20 ó 30 restantes las pago yo.

En El Boliche hay de todo como en botica, ahí te desvaras porque te desvaras, pero lo único que no encontrarás ni pa remedio, no sé por qué, porque bastante falta hace, es un policía, ya sea en moto o a pie, de tránsito o general, para que trate de poner orden al inmenso desorden ordenado que allí reina, especialmente en materia de tránsito, donde no hay ninguna clase de señalización y todos hacemos lo que nos da la gana. Que no digan que no van porque esa es Zona Roja, esa es Zona Olvidada, donde hay gente buena y trabajadora que a gritos piden que se acuerden de ellos y les brinden un poquito de seguridad.

Hay segunda parte dedicada a la gastronomía bolichera.

Columnista
7 febrero, 2014

El Boliche, zona olvidada

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José M. Aponte Martínez

Por José M. Aponte Martínez Yo visito los lugares más disímiles de esta ciudad, los más elegantes como el Varadero o el humilde Palacio del Colesterol en el Parque de los Varaos; la elegante Academia de Billares El Mundial al populoso Hong Kong en el Primero de Mayo del humilde restaurantico Así Eres Tú de Sole […]


Por José M. Aponte Martínez

Yo visito los lugares más disímiles de esta ciudad, los más elegantes como el Varadero o el humilde Palacio del Colesterol en el Parque de los Varaos; la elegante Academia de Billares El Mundial al populoso Hong Kong en el Primero de Mayo del humilde restaurantico Así Eres Tú de Sole en El Boliche al elegante Patacón Pisao de la Mona en el Centro. Pero donde más me gusta ir es a El Boliche, ya sea al mantenimiento del carro en la Casa del Aceite de Dago Contreras, y en la sala de espera con aire acondicionado paladeo un rico pastelito con un tinto tibiecito o al Almacén Taller Costa Frenos del Cesar con sus atentos empleados y el eficiente mecánico “El Plateño”, en donde a penas me ve venir la dueña de La Parrilla, me lleva sin preguntarme el desayuno con un rico pedazo de cerdo asado y yuca que devoro en un santiamén.

Ahí hablo con todo mundo y recuerdo al señor Saurith, villanuevero propietario del famoso Taller Saurith, que en la época de la bonanza blanca trabajaba de día y de noche, igual que Toño Ríos en El Farco o Monche Cabana con su viejo torno y el proyecto de edificio llamado el Vericueto; hablo con Domingo Mora, como siempre despachando repuestos en franelilla en su almacén La Sorpresa, con Javier Silva en Todo Empaque donde hacen la empaquetadura de un fino reloj hasta la de un buldózer, Rodamientos Shar en donde encuentran toda clase de balineras, el emblemático y elegante almacén El Tornillo a donde todos hemos ido alguna vez y finalmente el almacencito de El Comandante, cachaco vallenato con su desvare de mangueras nuevas y de segunda.

Hablo con el Tite y Beto Vásquez, mecánicos que se le miden a un elegante mercedes o un viejo Ford 50; con Ciro Carvajal, Henry, Santiago, el Hechicero, El Mulo y El Mulito, todos versados mecánicos toderos; Santiago Marzal Martínez, mi primo por lao y lao que no le tiene miedo al hidráulico de un avión, su papá El Grillo que no hay muelle que se le resista con un mazo y por último Guillermo Orozco Martínez “El Sangre” y ahora me dicen El Chucho, me cuenta él, con su caja portátil parecida a la de un médico, pero para curar suspensiones y con celular 315 875 3123; alterno con los electricistas El Punde, Alfredo Durán, El Pollo y El Muñeco y recordamos a Yeyo tempranamente desaparecido, que arreglan cualquier avería de corriente, desde un BM hasta el más viejito de los Chevrolet que deambulan por estas calles.

A veces me tomo mis Costeñitas a punto de congelación, vestidas de novia y oigo rancheras con los enguayabados los lunes, especialmente una que no me acuerdo el nombre, pero que en uno de sus versos dice: “Cuando estoy entre tus brazos, siempre me pregunto yo, cuanto me debía el destino que contigo me pagó”. Ellos los muy avispados siempre me brindan las dos primeras, pero las 20 ó 30 restantes las pago yo.

En El Boliche hay de todo como en botica, ahí te desvaras porque te desvaras, pero lo único que no encontrarás ni pa remedio, no sé por qué, porque bastante falta hace, es un policía, ya sea en moto o a pie, de tránsito o general, para que trate de poner orden al inmenso desorden ordenado que allí reina, especialmente en materia de tránsito, donde no hay ninguna clase de señalización y todos hacemos lo que nos da la gana. Que no digan que no van porque esa es Zona Roja, esa es Zona Olvidada, donde hay gente buena y trabajadora que a gritos piden que se acuerden de ellos y les brinden un poquito de seguridad.

Hay segunda parte dedicada a la gastronomía bolichera.