Me declaro en mora de escribir esta columna, pero ello tiene su explicación, que doy ahora. Sí que muchas veces, ante amigos y familiares, había tenido ocasiones de reconocer y alabar las virtudes personales del nombre de quien hoy la honra. Por lo que hace a su condición de hombre público, quizá yo esperaba el […]
Me declaro en mora de escribir esta columna, pero ello tiene su explicación, que doy ahora. Sí que muchas veces, ante amigos y familiares, había tenido ocasiones de reconocer y alabar las virtudes personales del nombre de quien hoy la honra.
Por lo que hace a su condición de hombre público, quizá yo esperaba el momento generacional en el que ahora se halla, no solo respecto de la que compartimos, siendo yo de más edad que él, sino también de las que nos han precedido, pioneras en tantos aspectos básicos del desarrollo social, económico y educativo de los habitantes del territorio que conforman La Guajira y el norte del Cesar, cuyo destino común cultural es una fortaleza histórica.
Es consabido que el nombre de Edgardo Maya Villazón proviene, parigual, de óptimas vertientes familiares, cuyas cualidades ciudadanas han acendrado las suyas propias, constituyéndolo en cabal heredero suyo.
Tanto los Maya Bruges como los Villazón Baquero, sus troncos genéticos comunes, han sido personas ejemplarizantes en el trabajo material como también dotadas de excelentes condiciones para el ejercicio de quehaceres científicos, políticos y administrativos, no solamente privados, sino de la cosa pública.
A mi entender, lo que verdaderamente cuenta en la entera biografía de Maya Villazón, y lo hace significativo en el país, no es solo su pulcra hoja de vida profesional, ni siquiera la posible enumeración de sus logros, al servicio de la comunidad, sino su talante frontal, puesto de manifiesto desde los jóvenes tiempos cuando dirigió el extinto Instituto de los Seguros Sociales, sede de Valledupar, y luego magistrado auxiliar de la entonces honorable Corte Suprema de Justicia.
Más adelante, la República tuvo la oportunidad de observarlo y respetarlo como excelente magistrado del Consejo Superior de la Judicatura, procurador y contralor general, elevados encargos en los que siempre fungió de manera integérrima.
Ahora que están surgiendo candidatos a la Presidencia y vicepresidencia de la república por qué no el nombre suyo, con el muy probable apoyo definitorio de toda la costa Atlántica, siempre nostálgica de otro presidente de su cuño, un Rafael Núñez Moledo moderno, pero inquebrantable, pues nos tienen atragantados los presidentes clientelistas del interior del país.
La mediocridad e ineptitud se han generalizado en Colombia, sobre todo la incapacidad moral, de arriba abajo, y la falta de temple desapareció en nuestros dirigentes nacionales, preocupados de salvaguardar sus intereses políticos y económicos, de ellos y de sus tribus. Toda la responsabilidad de nuestros males es de los gobernantes que hemos tenido.
En la Presidencia de la República no necesitamos sabios, sino hombres rectos, empeñados en la práctica de la justicia, sobre todo, hacia los más necesitados, y formarlos para que vivan una existencia digna, y brindar a todos los colombianos oportunidades para sentirse ser, en sí, y para lo demás, antes que tener, que viene por añadidura.
Desde los montes de Pueblo Bello.
Me declaro en mora de escribir esta columna, pero ello tiene su explicación, que doy ahora. Sí que muchas veces, ante amigos y familiares, había tenido ocasiones de reconocer y alabar las virtudes personales del nombre de quien hoy la honra. Por lo que hace a su condición de hombre público, quizá yo esperaba el […]
Me declaro en mora de escribir esta columna, pero ello tiene su explicación, que doy ahora. Sí que muchas veces, ante amigos y familiares, había tenido ocasiones de reconocer y alabar las virtudes personales del nombre de quien hoy la honra.
Por lo que hace a su condición de hombre público, quizá yo esperaba el momento generacional en el que ahora se halla, no solo respecto de la que compartimos, siendo yo de más edad que él, sino también de las que nos han precedido, pioneras en tantos aspectos básicos del desarrollo social, económico y educativo de los habitantes del territorio que conforman La Guajira y el norte del Cesar, cuyo destino común cultural es una fortaleza histórica.
Es consabido que el nombre de Edgardo Maya Villazón proviene, parigual, de óptimas vertientes familiares, cuyas cualidades ciudadanas han acendrado las suyas propias, constituyéndolo en cabal heredero suyo.
Tanto los Maya Bruges como los Villazón Baquero, sus troncos genéticos comunes, han sido personas ejemplarizantes en el trabajo material como también dotadas de excelentes condiciones para el ejercicio de quehaceres científicos, políticos y administrativos, no solamente privados, sino de la cosa pública.
A mi entender, lo que verdaderamente cuenta en la entera biografía de Maya Villazón, y lo hace significativo en el país, no es solo su pulcra hoja de vida profesional, ni siquiera la posible enumeración de sus logros, al servicio de la comunidad, sino su talante frontal, puesto de manifiesto desde los jóvenes tiempos cuando dirigió el extinto Instituto de los Seguros Sociales, sede de Valledupar, y luego magistrado auxiliar de la entonces honorable Corte Suprema de Justicia.
Más adelante, la República tuvo la oportunidad de observarlo y respetarlo como excelente magistrado del Consejo Superior de la Judicatura, procurador y contralor general, elevados encargos en los que siempre fungió de manera integérrima.
Ahora que están surgiendo candidatos a la Presidencia y vicepresidencia de la república por qué no el nombre suyo, con el muy probable apoyo definitorio de toda la costa Atlántica, siempre nostálgica de otro presidente de su cuño, un Rafael Núñez Moledo moderno, pero inquebrantable, pues nos tienen atragantados los presidentes clientelistas del interior del país.
La mediocridad e ineptitud se han generalizado en Colombia, sobre todo la incapacidad moral, de arriba abajo, y la falta de temple desapareció en nuestros dirigentes nacionales, preocupados de salvaguardar sus intereses políticos y económicos, de ellos y de sus tribus. Toda la responsabilidad de nuestros males es de los gobernantes que hemos tenido.
En la Presidencia de la República no necesitamos sabios, sino hombres rectos, empeñados en la práctica de la justicia, sobre todo, hacia los más necesitados, y formarlos para que vivan una existencia digna, y brindar a todos los colombianos oportunidades para sentirse ser, en sí, y para lo demás, antes que tener, que viene por añadidura.
Desde los montes de Pueblo Bello.