Este libro, de los últimos del Viejo Testamento (h. 150 a. de C.), ha sido objeto de conversación con el artista y humanista payanés Rodrigo Valencia Q. por una razón, el texto permite un distanciamiento interpretativo de la ‘escritura revelada’. “… Mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia”, dice el autor. Deja entender que, en su […]
Este libro, de los últimos del Viejo Testamento (h. 150 a. de C.), ha sido objeto de conversación con el artista y humanista payanés Rodrigo Valencia Q. por una razón, el texto permite un distanciamiento interpretativo de la ‘escritura revelada’. “… Mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia”, dice el autor. Deja entender que, en su concepción, el Espíritu Santo no ha sido el único inspirador. Su sabiduría y ciencia tienen resonancia en diversos contextos: hebreo, egipcio, griego, romano y más. Por lo del sufrimiento se piensa en Oriente; y por el fatalismo, en Grecia.
El libro, de delgado volumen, se estructura con base en un solo tema: la vanidad de las cosas humanas. “¡Vanidad de vanidades! […] todo es vanidad y atrapar vientos”. Con esta espina en la síntesis: «Todo es falaz: la ciencia, la riqueza, el amor y hasta la misma vida». La vigencia de la obra está en su capacidad para hablarles a todas las razas y generaciones de este mundo.
Por ejemplo, un amigo, entrado en la vejez y padre de dos hijos, ante la resistencia de los muchachos a tener herederos, los conminó: «¡Bueno, o tienen así sea un hijo, o adoptan! Con su madre hemos trabajado una vida, y no estamos en disposición de dejar nuestros bienes a familiares, que hasta se matarán peleando por lo que no han trabajado». La radical franqueza del amigo tiene eco en esta frase del libro: “…un hombre que se fatigó con sabiduría, ciencia y destreza, a otro que en nada se fatigó deja su propia paga. (…) esto es vanidad y mal grave”.
Pero también el autor es consciente de que, ineludiblemente, la no descendencia sucede; y para ello tiene, cómo no, otro plan: «Esto he experimentado: lo mejor para el hombre es comer, beber y disfrutar en todas sus fatigosas faenas bajo el sol, en los contados días de su vida que Dios le da». Y en otro pasaje: «Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios».
Y en dura línea profana, el autor no escapó a la cultura de su entorno ni a sus propias creencias. Fue consciente de que, cual ángel caído, “hay sabios sin pan, discretos sin hacienda, doctos que no gustan, pues a todos les llega algún mal momento”. Y mal momento fue para el autor su irredenta misoginia. Porque quien acumula ciencia también atesora dolor: «He hallado que la mujer es más amarga que la muerte, porque ella es como una red, su corazón como un lazo, y sus brazos como cadenas: el que agrada a Dios se libra de ella, más el pecador cae en su trampa. (…) Aunque he seguido buscando, nada más he hallado. Un hombre entre mil, sí que lo hallo; pero mujer entre todas ellas, no la encuentro».
Cohélet, el autor Predicador, dice que trabajó mucho en inventar frases felices, y escribir bien sentencias verídicas. He aquí algunas:
Por Donaldo Mendoza
Este libro, de los últimos del Viejo Testamento (h. 150 a. de C.), ha sido objeto de conversación con el artista y humanista payanés Rodrigo Valencia Q. por una razón, el texto permite un distanciamiento interpretativo de la ‘escritura revelada’. “… Mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia”, dice el autor. Deja entender que, en su […]
Este libro, de los últimos del Viejo Testamento (h. 150 a. de C.), ha sido objeto de conversación con el artista y humanista payanés Rodrigo Valencia Q. por una razón, el texto permite un distanciamiento interpretativo de la ‘escritura revelada’. “… Mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia”, dice el autor. Deja entender que, en su concepción, el Espíritu Santo no ha sido el único inspirador. Su sabiduría y ciencia tienen resonancia en diversos contextos: hebreo, egipcio, griego, romano y más. Por lo del sufrimiento se piensa en Oriente; y por el fatalismo, en Grecia.
El libro, de delgado volumen, se estructura con base en un solo tema: la vanidad de las cosas humanas. “¡Vanidad de vanidades! […] todo es vanidad y atrapar vientos”. Con esta espina en la síntesis: «Todo es falaz: la ciencia, la riqueza, el amor y hasta la misma vida». La vigencia de la obra está en su capacidad para hablarles a todas las razas y generaciones de este mundo.
Por ejemplo, un amigo, entrado en la vejez y padre de dos hijos, ante la resistencia de los muchachos a tener herederos, los conminó: «¡Bueno, o tienen así sea un hijo, o adoptan! Con su madre hemos trabajado una vida, y no estamos en disposición de dejar nuestros bienes a familiares, que hasta se matarán peleando por lo que no han trabajado». La radical franqueza del amigo tiene eco en esta frase del libro: “…un hombre que se fatigó con sabiduría, ciencia y destreza, a otro que en nada se fatigó deja su propia paga. (…) esto es vanidad y mal grave”.
Pero también el autor es consciente de que, ineludiblemente, la no descendencia sucede; y para ello tiene, cómo no, otro plan: «Esto he experimentado: lo mejor para el hombre es comer, beber y disfrutar en todas sus fatigosas faenas bajo el sol, en los contados días de su vida que Dios le da». Y en otro pasaje: «Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios».
Y en dura línea profana, el autor no escapó a la cultura de su entorno ni a sus propias creencias. Fue consciente de que, cual ángel caído, “hay sabios sin pan, discretos sin hacienda, doctos que no gustan, pues a todos les llega algún mal momento”. Y mal momento fue para el autor su irredenta misoginia. Porque quien acumula ciencia también atesora dolor: «He hallado que la mujer es más amarga que la muerte, porque ella es como una red, su corazón como un lazo, y sus brazos como cadenas: el que agrada a Dios se libra de ella, más el pecador cae en su trampa. (…) Aunque he seguido buscando, nada más he hallado. Un hombre entre mil, sí que lo hallo; pero mujer entre todas ellas, no la encuentro».
Cohélet, el autor Predicador, dice que trabajó mucho en inventar frases felices, y escribir bien sentencias verídicas. He aquí algunas:
Por Donaldo Mendoza