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Columnista - 19 marzo, 2024

Eclesiastés: entre sagrado y profano

    Este libro, de los últimos del Viejo Testamento (h. 150 a. de C.), ha sido objeto de conversación con el artista y humanista payanés Rodrigo Valencia Q. por una razón, el texto permite un distanciamiento interpretativo de la ‘escritura revelada’. “… Mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia”, dice el autor. Deja entender que, en su […]

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    Este libro, de los últimos del Viejo Testamento (h. 150 a. de C.), ha sido objeto de conversación con el artista y humanista payanés Rodrigo Valencia Q. por una razón, el texto permite un distanciamiento interpretativo de la ‘escritura revelada’. “… Mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia”, dice el autor. Deja entender que, en su concepción, el Espíritu Santo no ha sido el único inspirador. Su sabiduría y ciencia tienen resonancia en diversos contextos: hebreo, egipcio, griego, romano y más. Por lo del sufrimiento se piensa en Oriente; y por el fatalismo, en Grecia.

    El libro, de delgado volumen, se estructura con base en un solo tema: la vanidad de las cosas humanas. “¡Vanidad de vanidades! […] todo es vanidad y atrapar vientos”. Con esta espina en la síntesis: «Todo es falaz: la ciencia, la riqueza, el amor y hasta la misma vida». La vigencia de la obra está en su capacidad para hablarles a todas las razas y generaciones de este mundo.

    Por ejemplo, un amigo, entrado en la vejez y padre de dos hijos, ante la resistencia de los muchachos a tener herederos, los conminó: «¡Bueno, o tienen así sea un hijo, o adoptan! Con su madre hemos trabajado una vida, y no estamos en disposición de dejar nuestros bienes a familiares, que hasta se matarán peleando por lo que no han trabajado». La radical franqueza del amigo tiene eco en esta frase del libro: “…un hombre que se fatigó con sabiduría, ciencia y destreza, a otro que en nada se fatigó deja su propia paga. (…) esto es vanidad y mal grave”.

    Pero también el autor es consciente de que, ineludiblemente, la no descendencia sucede; y para ello tiene, cómo no, otro plan: «Esto he experimentado: lo mejor para el hombre es comer, beber y disfrutar en todas sus fatigosas faenas bajo el sol, en los contados días de su vida que Dios le da». Y en otro pasaje: «Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios».

    Y en dura línea profana, el autor no escapó a la cultura de su entorno ni a sus propias creencias. Fue consciente de que, cual ángel caído, “hay sabios sin pan, discretos sin hacienda, doctos que no gustan, pues a todos les llega algún mal momento”. Y mal momento fue para el autor su irredenta misoginia. Porque quien acumula ciencia también atesora dolor: «He hallado que la mujer es más amarga que la muerte, porque ella es como una red, su corazón como un lazo, y sus brazos como cadenas: el que agrada a Dios se libra de ella, más el pecador cae en su trampa.  (…) Aunque he seguido buscando, nada más he hallado. Un hombre entre mil, sí que lo hallo; pero mujer entre todas ellas, no la encuentro».

    Cohélet, el autor Predicador, dice que trabajó mucho en inventar frases felices, y escribir bien sentencias verídicas. He aquí algunas:

  • No te dejes llevar del enojo, pues el enojo reside en el pecho de los necios.
  • Dios hizo sencillo al hombre, pero él se complicó con muchas razones.
  • Componer muchos libros es nunca acabar, y estudiar demasiado daña la salud.

Por Donaldo Mendoza

Columnista
19 marzo, 2024

Eclesiastés: entre sagrado y profano

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Donaldo Mendoza

    Este libro, de los últimos del Viejo Testamento (h. 150 a. de C.), ha sido objeto de conversación con el artista y humanista payanés Rodrigo Valencia Q. por una razón, el texto permite un distanciamiento interpretativo de la ‘escritura revelada’. “… Mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia”, dice el autor. Deja entender que, en su […]


    Este libro, de los últimos del Viejo Testamento (h. 150 a. de C.), ha sido objeto de conversación con el artista y humanista payanés Rodrigo Valencia Q. por una razón, el texto permite un distanciamiento interpretativo de la ‘escritura revelada’. “… Mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia”, dice el autor. Deja entender que, en su concepción, el Espíritu Santo no ha sido el único inspirador. Su sabiduría y ciencia tienen resonancia en diversos contextos: hebreo, egipcio, griego, romano y más. Por lo del sufrimiento se piensa en Oriente; y por el fatalismo, en Grecia.

    El libro, de delgado volumen, se estructura con base en un solo tema: la vanidad de las cosas humanas. “¡Vanidad de vanidades! […] todo es vanidad y atrapar vientos”. Con esta espina en la síntesis: «Todo es falaz: la ciencia, la riqueza, el amor y hasta la misma vida». La vigencia de la obra está en su capacidad para hablarles a todas las razas y generaciones de este mundo.

    Por ejemplo, un amigo, entrado en la vejez y padre de dos hijos, ante la resistencia de los muchachos a tener herederos, los conminó: «¡Bueno, o tienen así sea un hijo, o adoptan! Con su madre hemos trabajado una vida, y no estamos en disposición de dejar nuestros bienes a familiares, que hasta se matarán peleando por lo que no han trabajado». La radical franqueza del amigo tiene eco en esta frase del libro: “…un hombre que se fatigó con sabiduría, ciencia y destreza, a otro que en nada se fatigó deja su propia paga. (…) esto es vanidad y mal grave”.

    Pero también el autor es consciente de que, ineludiblemente, la no descendencia sucede; y para ello tiene, cómo no, otro plan: «Esto he experimentado: lo mejor para el hombre es comer, beber y disfrutar en todas sus fatigosas faenas bajo el sol, en los contados días de su vida que Dios le da». Y en otro pasaje: «Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios».

    Y en dura línea profana, el autor no escapó a la cultura de su entorno ni a sus propias creencias. Fue consciente de que, cual ángel caído, “hay sabios sin pan, discretos sin hacienda, doctos que no gustan, pues a todos les llega algún mal momento”. Y mal momento fue para el autor su irredenta misoginia. Porque quien acumula ciencia también atesora dolor: «He hallado que la mujer es más amarga que la muerte, porque ella es como una red, su corazón como un lazo, y sus brazos como cadenas: el que agrada a Dios se libra de ella, más el pecador cae en su trampa.  (…) Aunque he seguido buscando, nada más he hallado. Un hombre entre mil, sí que lo hallo; pero mujer entre todas ellas, no la encuentro».

    Cohélet, el autor Predicador, dice que trabajó mucho en inventar frases felices, y escribir bien sentencias verídicas. He aquí algunas:

  • No te dejes llevar del enojo, pues el enojo reside en el pecho de los necios.
  • Dios hizo sencillo al hombre, pero él se complicó con muchas razones.
  • Componer muchos libros es nunca acabar, y estudiar demasiado daña la salud.

Por Donaldo Mendoza