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Columnista - 2 junio, 2013

Dolor profundo

Hace unos pocos años se despertaba con la desazón de escuchar que habían secuestrado a alguien, todos recordamos la virulencia y el desafuero que trajo la época de más violencia, y aunque la práctica no se ha terminado sí ha mermado un poco o un mucho.

Por Mary Daza Orozco

Hace unos pocos años se despertaba con la desazón de escuchar que habían secuestrado a alguien, todos recordamos la virulencia y el desafuero que trajo la época de más violencia, y aunque la práctica no se ha terminado sí ha mermado un poco o un mucho.

Ahora la desazón es despertar y escuchar que otro joven, a veces un viejo, no quiso vivir más, dejó quizá la dureza de su vida y se fue hacia desconocidos horizontes, o quizás su mente enfermita lo llevó a detestar la vida y a salirse rápido de ella.

Y llevamos muchos años asistiendo al espectáculo del suicidio, hace dos años se llegó al culmen del dolor cuando fue un niño de doce años el que decidió irse para siempre. Ya he escrito varias veces sobre este tema y no he podido lograr una respuesta precisa, ¿no la hay?, ¿no se ha investigado el fenómeno con la entrega con la que se estudian enfermedades que amenazan a buena parte de la sociedad?, ¿acaso el suicidio, que va en aumento, no es un caso que amenaza a la sociedad? Nadie responde, nadie sabe, ¿será que el gobierno deberá prestarle más atención al manejo de la salud mental por parte de las autoridades competentes?

El tema es complejo, hace unos años un gerente de la entonces CICOLAC, lo dijo en una pequeña reunión: aquí hay, a pesar de la música y de la alegría, un flagelo triste que en pocos años va a disparar una “epidemia” de suicidios. Y la hay; dirán algunos: eso es tan viejo como la humanidad, y volverán a mencionar a Judas, pero no es cuestión de apegarnos a la historia, hay que estar en el ahora, cuando se ha avanzado tanto en ciencia y tecnología, y preguntarse qué pasa con nuestra gente. 

No voy a dar estadísticas, pero en lo que va del año el número de suicidios en esta ciudad y en el departamento es asombroso y va en aumento. Se hizo una reunión para hablar sobre el tema, ¿y dónde están los resultados? Todo lo concerniente a evitar que más  niños, jóvenes, mayores se suiciden es de interés, para entre todos prestar ayuda, si es el caso.

Es triste, mueve las fibras más sensibles, el espectáculo de un suicida, ¿qué pasó en su vida, que pasó por su mente: soledad, desesperanza, aburrimiento, hambre?, ¿quién lo sabe? Es un tema para tratar con juicio, con entrega, así como se le presta atención al cáncer o al sida, sólo quiero dejar la inquietud.

Recordar a Gabriela Mistral, la poetisa chilena que supo del dolor del suicidio en carne propia, en su amante:“¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas? ¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas, las lunas de los ojos albas y engrandecidas, hacia un ancla invisible las manos orientadas?” ¿O Tú llegas después que los hombres se han ido, y les bajas el párpado sobre el ojo cegado, acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?”.

Columnista
2 junio, 2013

Dolor profundo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Hace unos pocos años se despertaba con la desazón de escuchar que habían secuestrado a alguien, todos recordamos la virulencia y el desafuero que trajo la época de más violencia, y aunque la práctica no se ha terminado sí ha mermado un poco o un mucho.


Por Mary Daza Orozco

Hace unos pocos años se despertaba con la desazón de escuchar que habían secuestrado a alguien, todos recordamos la virulencia y el desafuero que trajo la época de más violencia, y aunque la práctica no se ha terminado sí ha mermado un poco o un mucho.

Ahora la desazón es despertar y escuchar que otro joven, a veces un viejo, no quiso vivir más, dejó quizá la dureza de su vida y se fue hacia desconocidos horizontes, o quizás su mente enfermita lo llevó a detestar la vida y a salirse rápido de ella.

Y llevamos muchos años asistiendo al espectáculo del suicidio, hace dos años se llegó al culmen del dolor cuando fue un niño de doce años el que decidió irse para siempre. Ya he escrito varias veces sobre este tema y no he podido lograr una respuesta precisa, ¿no la hay?, ¿no se ha investigado el fenómeno con la entrega con la que se estudian enfermedades que amenazan a buena parte de la sociedad?, ¿acaso el suicidio, que va en aumento, no es un caso que amenaza a la sociedad? Nadie responde, nadie sabe, ¿será que el gobierno deberá prestarle más atención al manejo de la salud mental por parte de las autoridades competentes?

El tema es complejo, hace unos años un gerente de la entonces CICOLAC, lo dijo en una pequeña reunión: aquí hay, a pesar de la música y de la alegría, un flagelo triste que en pocos años va a disparar una “epidemia” de suicidios. Y la hay; dirán algunos: eso es tan viejo como la humanidad, y volverán a mencionar a Judas, pero no es cuestión de apegarnos a la historia, hay que estar en el ahora, cuando se ha avanzado tanto en ciencia y tecnología, y preguntarse qué pasa con nuestra gente. 

No voy a dar estadísticas, pero en lo que va del año el número de suicidios en esta ciudad y en el departamento es asombroso y va en aumento. Se hizo una reunión para hablar sobre el tema, ¿y dónde están los resultados? Todo lo concerniente a evitar que más  niños, jóvenes, mayores se suiciden es de interés, para entre todos prestar ayuda, si es el caso.

Es triste, mueve las fibras más sensibles, el espectáculo de un suicida, ¿qué pasó en su vida, que pasó por su mente: soledad, desesperanza, aburrimiento, hambre?, ¿quién lo sabe? Es un tema para tratar con juicio, con entrega, así como se le presta atención al cáncer o al sida, sólo quiero dejar la inquietud.

Recordar a Gabriela Mistral, la poetisa chilena que supo del dolor del suicidio en carne propia, en su amante:“¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas? ¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas, las lunas de los ojos albas y engrandecidas, hacia un ancla invisible las manos orientadas?” ¿O Tú llegas después que los hombres se han ido, y les bajas el párpado sobre el ojo cegado, acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?”.