La idea de la separación y división de poderes como garantía de derechos y libertades no es una idea nueva en la democracia y en los Estados de Derecho, tampoco es novedad que el poder político esté limitado por el derecho y los derechos, de igual manera que el soberano y todo poder político descanse en una constitución política y jurídica ni que el poder estatal constituya un poder soberano en la diversidad de una sociedad civil plural. Como quien dice, en un orden democrático cada loro debe estar en su estaca.
La idea de la separación y división de poderes como garantía de derechos y libertades no es una idea nueva en la democracia y en los Estados de Derecho, tampoco es novedad que el poder político esté limitado por el derecho y los derechos, de igual manera que el soberano y todo poder político descanse en una constitución política y jurídica ni que el poder estatal constituya un poder soberano en la diversidad de una sociedad civil plural. Como quien dice, en un orden democrático cada loro debe estar en su estaca.
La separación y división de poderes es una técnica jurídica y política fundada en la razón democrática, reitero, en la razón democrática, es decir, en la inteligencia resultante de la juiciosa discusión plural en un ambiente de tolerancia y respeto por las reglas del Estado de Derecho.
La democracia respeta la razón, pero la razón democrática, no la de un autócrata que no consulta los intereses del bien común definidos en forma plural y pública.
Las políticas y las leyes de un estado democrático son frutos de una discusión múltiple en un ambiente de tolerancia, son resultado del consenso diverso en condiciones de igualdad de los miembros de las instituciones y en el marco de las competencias de cada órgano estatal. Nada de imposiciones. Recordemos: cada loro debe estar en su estaca.
Esto nos lo trajo a colación ‘El Principito’, esa bella obra literaria de Antoine de Saint – Exupéry que, en el curso del diálogo persuade al monarca quien finalmente dice que: “Hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede hacer. La autoridad reposa, en primer término, sobre la razón. Si ordenas a tu pueblo que vaya a arrojarse al mar, hará una revolución. Tengo el derecho de exigir obediencia porque mis órdenes son razonables”.
La razón es la que gobierna en una democracia, no la razón de un caudillo por muy ilustrado que sea y muy buenos fines persiga.
Un gobernante demócrata no puede olvidar la respuesta de uno de los sietes sabios de la antigüedad, como se reconoce que lo fue Solón de Atenas en Vidas paralelas de Plutarco, que se dice que dijo: “… la igualdad no causa guerra […]. Pero luego, ante la pregunta de si dictó las mejores leyes para los atenienses, dijo: “Las mejores de las que habrían aceptado”. Es decir, siguiendo a Solón, un gobernante sabio solamente puede dictar las mejores leyes que admitan, por consenso, los órganos competentes en un Estado de Derecho y la sociedad civil.
Esta técnica de la separación y división de poderes facilita la construcción de una razón democrática en un ambiente de tolerancia que fortalece la unidad del Estado y facilita el buen gobierno de la cosa pública. Aristóteles enseña en Política que: “La constitución no es otra cosa que la repartición regular del poder, que se divide siempre entre los asociados…”.
El poder deberá estar separado y dividido, no hay dudas, pero unido en un centro que represente la cohesión de la nación. Se separa y divide no para debilitar al Estado de Derecho, sino para que entre en juego los contrapesos que evitan al máximo la arbitrariedad.
En un sistema presidencialista la unidad de la república la debe garantizar el jefe de Estado, es un deber constitucional ineludible e irrenunciable. Esa dignidad debe gobernar a favor de todos, no de una mayoría que lo hizo presidente. Esto hay que tenerlo en cuenta.
La idea de la separación y división de poderes como garantía de derechos y libertades no es una idea nueva en la democracia y en los Estados de Derecho, tampoco es novedad que el poder político esté limitado por el derecho y los derechos, de igual manera que el soberano y todo poder político descanse en una constitución política y jurídica ni que el poder estatal constituya un poder soberano en la diversidad de una sociedad civil plural. Como quien dice, en un orden democrático cada loro debe estar en su estaca.
La idea de la separación y división de poderes como garantía de derechos y libertades no es una idea nueva en la democracia y en los Estados de Derecho, tampoco es novedad que el poder político esté limitado por el derecho y los derechos, de igual manera que el soberano y todo poder político descanse en una constitución política y jurídica ni que el poder estatal constituya un poder soberano en la diversidad de una sociedad civil plural. Como quien dice, en un orden democrático cada loro debe estar en su estaca.
La separación y división de poderes es una técnica jurídica y política fundada en la razón democrática, reitero, en la razón democrática, es decir, en la inteligencia resultante de la juiciosa discusión plural en un ambiente de tolerancia y respeto por las reglas del Estado de Derecho.
La democracia respeta la razón, pero la razón democrática, no la de un autócrata que no consulta los intereses del bien común definidos en forma plural y pública.
Las políticas y las leyes de un estado democrático son frutos de una discusión múltiple en un ambiente de tolerancia, son resultado del consenso diverso en condiciones de igualdad de los miembros de las instituciones y en el marco de las competencias de cada órgano estatal. Nada de imposiciones. Recordemos: cada loro debe estar en su estaca.
Esto nos lo trajo a colación ‘El Principito’, esa bella obra literaria de Antoine de Saint – Exupéry que, en el curso del diálogo persuade al monarca quien finalmente dice que: “Hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede hacer. La autoridad reposa, en primer término, sobre la razón. Si ordenas a tu pueblo que vaya a arrojarse al mar, hará una revolución. Tengo el derecho de exigir obediencia porque mis órdenes son razonables”.
La razón es la que gobierna en una democracia, no la razón de un caudillo por muy ilustrado que sea y muy buenos fines persiga.
Un gobernante demócrata no puede olvidar la respuesta de uno de los sietes sabios de la antigüedad, como se reconoce que lo fue Solón de Atenas en Vidas paralelas de Plutarco, que se dice que dijo: “… la igualdad no causa guerra […]. Pero luego, ante la pregunta de si dictó las mejores leyes para los atenienses, dijo: “Las mejores de las que habrían aceptado”. Es decir, siguiendo a Solón, un gobernante sabio solamente puede dictar las mejores leyes que admitan, por consenso, los órganos competentes en un Estado de Derecho y la sociedad civil.
Esta técnica de la separación y división de poderes facilita la construcción de una razón democrática en un ambiente de tolerancia que fortalece la unidad del Estado y facilita el buen gobierno de la cosa pública. Aristóteles enseña en Política que: “La constitución no es otra cosa que la repartición regular del poder, que se divide siempre entre los asociados…”.
El poder deberá estar separado y dividido, no hay dudas, pero unido en un centro que represente la cohesión de la nación. Se separa y divide no para debilitar al Estado de Derecho, sino para que entre en juego los contrapesos que evitan al máximo la arbitrariedad.
En un sistema presidencialista la unidad de la república la debe garantizar el jefe de Estado, es un deber constitucional ineludible e irrenunciable. Esa dignidad debe gobernar a favor de todos, no de una mayoría que lo hizo presidente. Esto hay que tenerlo en cuenta.