Hay temas que obligan a abordarlos. Hace unos años iba con frecuencia a Riohacha, me invitaban a conferencias, a presentar el libro La Señora Iguana de Vicenta Siosi, a recibir mi Yotojoro de Oro, que aquí encima de mi escritorio me hace señas de que siga adelante; como jurado en el Festival del Carbón en Barrancas, a recibir una medalla como la mejor periodista guajira por parte de Guajira Gráfica junto con mi amiga Kety Cuello, a presentar un libro de Marina Solano en Fonseca; a hacer una de mis más preciadas crónicas sobre Uribia, a las fiestas de la Vieja Mello y a disfrutar del callejón de las brisas, nombre que utilicé en uno de mis libros.
Por Mary Daza Orozco
Hay temas que obligan a abordarlos. Hace unos años iba con frecuencia a Riohacha, me invitaban a conferencias, a presentar el libro La Señora Iguana de Vicenta Siosi, a recibir mi Yotojoro de Oro, que aquí encima de mi escritorio me hace señas de que siga adelante; como jurado en el Festival del Carbón en Barrancas, a recibir una medalla como la mejor periodista guajira por parte de Guajira Gráfica junto con mi amiga Kety Cuello, a presentar un libro de Marina Solano en Fonseca; a hacer una de mis más preciadas crónicas sobre Uribia, a las fiestas de la Vieja Mello y a disfrutar del callejón de las brisas, nombre que utilicé en uno de mis libros. Aparecí en la antología ‘Cuentos genéricos de autores guajiros’, con mi recién galardonado ‘Si lo hubieras dejado vivir’.
Abrí los ojos a la vida en Villanueva, en una familia muy villanuevera, allí está la casa de mis ancestros y la que fue mía donde murió mi padre; aprendí a leer con las monjitas Lauritas en El Cafetal, fundé el Café Literario Rafael Antonio Amaya, que hoy otro quiere apropiarse; he querido tanto a mi pueblo como la que más, pero uno no vive donde quiere sino donde lo pone la vida, especialmente cuando depende de su trabajo, me acogió Valledupar en donde he desarrollado mi labor, pero cada vez que puedo me escapo y me voy a sentir el olor de mi tierra, el abrazo del paisano.
¿Cuántos festivales guajiros cubrí para El Espectador? Aquí estás, amarillentas las crónicas. Y todos mis libros, con la excepción de dos se desarrollan en territorio guajiro, con inspiración en personajes de allá.
Ahora resulta que las nuevas generaciones, que trabajan admirablemente en el quehacer cultural, me han vetado de los eventos culturales porque no soy guajira sino cesarense; la última vez que me lo dijeron fue ayer “No te invitaron al festival literario en El Molino porque no eres guajira”; eso no es de ahora, un señor que no voy a nombrar porque es darle importancia fue el encargado de que nunca más me tuvieran en cuenta. A mí no me molesta que no me inviten, en Valledupar nadie me invita a nada y sigo aquí tranquila, con mi hogar, mis pocos amigos, mis libros y mis afectos.
Se refieren a mi niñez en Manaure, allí había una pequeña heredad de mis padres, mi hermano y yo pasamos años de infancia allá. A los siete ya me quedé donde mi abuelita en Villanueva para poder estudiar. No volví a Manaure, solo a pasear, allí no me conoce nadie. Si no soy guajira después de este recuento, que me ha costado porque no me gusta hablar de mí, no sé de dónde seré.
A las nuevas generaciones de la cultura guajira, a las que admiro por lo que están haciendo, les pido: no me inviten, pero no cuestionen mis raíces, eso para mí es sagrado.
Hay temas que obligan a abordarlos. Hace unos años iba con frecuencia a Riohacha, me invitaban a conferencias, a presentar el libro La Señora Iguana de Vicenta Siosi, a recibir mi Yotojoro de Oro, que aquí encima de mi escritorio me hace señas de que siga adelante; como jurado en el Festival del Carbón en Barrancas, a recibir una medalla como la mejor periodista guajira por parte de Guajira Gráfica junto con mi amiga Kety Cuello, a presentar un libro de Marina Solano en Fonseca; a hacer una de mis más preciadas crónicas sobre Uribia, a las fiestas de la Vieja Mello y a disfrutar del callejón de las brisas, nombre que utilicé en uno de mis libros.
Por Mary Daza Orozco
Hay temas que obligan a abordarlos. Hace unos años iba con frecuencia a Riohacha, me invitaban a conferencias, a presentar el libro La Señora Iguana de Vicenta Siosi, a recibir mi Yotojoro de Oro, que aquí encima de mi escritorio me hace señas de que siga adelante; como jurado en el Festival del Carbón en Barrancas, a recibir una medalla como la mejor periodista guajira por parte de Guajira Gráfica junto con mi amiga Kety Cuello, a presentar un libro de Marina Solano en Fonseca; a hacer una de mis más preciadas crónicas sobre Uribia, a las fiestas de la Vieja Mello y a disfrutar del callejón de las brisas, nombre que utilicé en uno de mis libros. Aparecí en la antología ‘Cuentos genéricos de autores guajiros’, con mi recién galardonado ‘Si lo hubieras dejado vivir’.
Abrí los ojos a la vida en Villanueva, en una familia muy villanuevera, allí está la casa de mis ancestros y la que fue mía donde murió mi padre; aprendí a leer con las monjitas Lauritas en El Cafetal, fundé el Café Literario Rafael Antonio Amaya, que hoy otro quiere apropiarse; he querido tanto a mi pueblo como la que más, pero uno no vive donde quiere sino donde lo pone la vida, especialmente cuando depende de su trabajo, me acogió Valledupar en donde he desarrollado mi labor, pero cada vez que puedo me escapo y me voy a sentir el olor de mi tierra, el abrazo del paisano.
¿Cuántos festivales guajiros cubrí para El Espectador? Aquí estás, amarillentas las crónicas. Y todos mis libros, con la excepción de dos se desarrollan en territorio guajiro, con inspiración en personajes de allá.
Ahora resulta que las nuevas generaciones, que trabajan admirablemente en el quehacer cultural, me han vetado de los eventos culturales porque no soy guajira sino cesarense; la última vez que me lo dijeron fue ayer “No te invitaron al festival literario en El Molino porque no eres guajira”; eso no es de ahora, un señor que no voy a nombrar porque es darle importancia fue el encargado de que nunca más me tuvieran en cuenta. A mí no me molesta que no me inviten, en Valledupar nadie me invita a nada y sigo aquí tranquila, con mi hogar, mis pocos amigos, mis libros y mis afectos.
Se refieren a mi niñez en Manaure, allí había una pequeña heredad de mis padres, mi hermano y yo pasamos años de infancia allá. A los siete ya me quedé donde mi abuelita en Villanueva para poder estudiar. No volví a Manaure, solo a pasear, allí no me conoce nadie. Si no soy guajira después de este recuento, que me ha costado porque no me gusta hablar de mí, no sé de dónde seré.
A las nuevas generaciones de la cultura guajira, a las que admiro por lo que están haciendo, les pido: no me inviten, pero no cuestionen mis raíces, eso para mí es sagrado.